por Iván Alonso
Iván Alonso obtuvo su PhD. en Economía de la Universidad de California en Los Ángeles y es miembro de la Mont Pelerin Society.
Tom Sargent, uno de los economistas laureados con el Premio Nobel este año, fue uno de los abanderados de la revolución de las “expectativas racionales” que, a partir de los años setenta, introdujo algo de cordura en la teoría macroeconómica. El mensaje era muy simple. Para predecir los efectos de la política económica, tenemos que suponer que la gente forma sus expectativas acerca las consecuencias de tales políticas de una manera racional. Mucho se ha malinterpretado este mensaje asumiendo que racional, en este contexto, equivale a infalible. Nada de eso. Lo que significa es que la gente trata de anticipar las consecuencias haciendo el mejor uso posible de la información disponible, incluyendo naturalmente sus percepciones sobre las intenciones del gobierno y las restricciones que en el futuro deba enfrentar.
Un ejemplo canónico es la relación entre los déficits fiscales y la inflación. Podría uno pensar que incurrir en un déficit temporal con la finalidad, digamos, de estimular la economía (propósito cuya efectividad es, al menos, cuestionable) no tendrá efectos inflacionarios. Pero todo depende de cómo lo perciba la gente. Si cree que se trata realmente de una medida temporal, esperará quizás pagar más impuestos en un futuro cercano, pero no se preocupará por una eventual desvalorización de la moneda. Si la gente, en cambio, tiene dudas sobre las intenciones del gobierno y más bien espera que el déficit fiscal se vuelva recurrente, pensará que tarde o temprano el gobierno forzará al banco central a emitir más moneda y que ésta, en consecuencia, se depreciará. Esto es lo que Sargent, en colaboración con otro economista de Minnesota llamado Neil Wallace, bautizó como “desagradable aritmética monetarista”. Al perder confianza en la estabilidad de la moneda, la gente comienza a desprenderse de ella tan rápido como puede y se desata la inflación.
Hay otro ejemplo que podría decirse que es para nosotros de palpitante actualidad. Citemos in extenso un párrafo del libro Expectativas Racionales e Inflación. A propósito del impuesto a las ganancias extraordinarias de la industria petrolera, decía Sargent: “Supongamos que las compañías petroleras tuvieran razones para creer que el alza impositiva es temporal y que será derogada después de las elecciones. En ese caso, responderían reduciendo ahora su nivel de producción e incrementándolo luego, redistribuyendo así sus ventas hacia periodos en los que sus accionistas obtendrán un mayor porcentaje de las ganancias y el gobierno uno menor. Pero supongamos que creyeran que esta alza es solamente el comienzo y que le seguirán otras. En ese caso la respuesta al alza impositiva será al revés: aumentarán la producción ahora y la reducirán más adelante, que es lo que más conviene a sus accionistas”.
Sustituyamos “petroleras” por “mineras”, y súbitamente nos trasladamos de EE.UU. en 1980 al Perú del 2011. El efecto inmediato de las medidas recientes que elevan la carga tributaria de la minería está por verse. Un aumento de la producción en el corto plazo podría interpretarse como una señal de confianza; o quizás todo lo contrario, especialmente si va acompañado de una caída importante en la reinversión.
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