En el pasado, los gobiernos tricolores tenían cierta “culpabilidad” por la falta de legitimidad democrática.
Leo ZuckermannUn amigo me pregunta: “Imagínate el regreso del PRI al poder, pero ahora con legitimidad democrática, ¿cómo actuará un gobierno priista?” Mi amigo, con razón, afirma que en las épocas del autoritarismo los gobiernos tricolores tenían cierta “culpabilidad” por la falta de legitimidad democrática, lo cual los llevaba a recatarse. Si, por ejemplo, a la luz pública salía un escándalo de corrupción en un estado, los presidentes se preocupaban y de inmediato defenestraban al gobernador culpable. En algunos casos incluso metían a la cárcel a funcionarios de alto nivel para mandar el mensaje de que no eran tan corruptos como se pensaba.
Regresemos a la pregunta de mi amigo: ¿qué tipo de gobierno tendríamos con un PRI que llega al poder ganando en las urnas? Me parece que la respuesta dependería de la fuerza que tuvieran en las próximas elecciones. Una victoria apretada los dejaría en una situación más endeble y creo, por tanto, que serían más cuidadosos de no cometer tantos abusos de poder. Por el contrario, una victoria apabullante los dejaría sin muchos contrapesos políticos pero, sobre todo, tocados de arrogancia, lo cual elevaría la probabilidad de engolosinarse con el poder, cometer más abusos y tropelías, justificándolas con respuestas cínicas.
De hecho, no hay que esperar a que el PRI gane para que esto ocurra. Ya está sucediendo por la fuerza que demuestran en las encuestas. Y me refiero al escándalo del crecimiento de la deuda de Coahuila cuando fue gobernada por el hoy dirigente nacional del PRI: Humberto Moreira. En otro país, un asunto de este tipo ya hubiera significado la renuncia de este político a esta posición clave en el partido que va arriba en las encuestas. Primero por los montos de crecimiento de la deuda en ese estado que nos remite a las épocas en que los presidentes Echeverría y López Portillo endrogaron al país para financiar una francachela populista, deudas que todavía estamos pagando. Y segundo porque el endeudamiento en Coahuila presuntamente se realizó de manera fraudulenta, lo cual es un abuso de poder que debería ser castigado jurídica y políticamente. A final del día, ¿quién es el responsable de este escándalo? ¿Acaso no tuvo nada que ver el entonces gobernador Humberto Moreira?
Desde luego que sí. Sin embargo, el líder del PRI, en lugar de asumir la responsabilidad que le compete, lo niega e incluso se burla. Cuando la prensa le pregunta si va a dejar el cargo como dirigente del tricolor, Moreira responde que “no habría por qué” e incluso dice que él es el “ofendido en esto y que está interponiendo una denuncia”. Afirma que hay “una campaña muy clara para golpearlo” y repite que no se va porque “la decisión de la permanencia no la tiene un periódico, radio pasillo, o lo que diga chiquidrácula, perdón, Ernesto Cordero”. Esa es la respuesta del ex gobernador. ¿Chacota o cinismo? ¿Actitud responsable o arrogante? ¿Es eso lo que nos espera si el PRI regresa con legitimidad democrática y gran fuerza en las urnas?
Quizá. Y la culpa la tendríamos nosotros, los electores, por permitírselos. Por no reaccionar frente a los abusos de poder que salen a la luz pública. La realidad es que el caso de Moreira no le ha hecho ni cosquillas a las preferencias electorales del tricolor en las encuestas. De acuerdo con la publicada ayer en Excélsior, levantada por Ulises Beltrán en octubre, la hipotética candidatura de Peña Nieto a la Presidencia hoy tendría entre 55 y 65% de las preferencias electorales. Se trata de una victoria apabullante. Sospecho que Moreira se da el lujo de actuar así, mofándose y haciéndose el ofendido, porque cree que nada ni nadie parará al PRI en su carrera hacia Los Pinos; que, por tanto, no hay necesidad de rendirle cuentas a la ciudadanía. Y, nosotros, los votantes, precisamente les estamos mandando ese mensaje a los priistas en las encuestas: que el PRI no debe preocuparse por los abusos de poder de su dirigente nacional.
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