Hoy la tarea de la ciudadanía está en consensuar el camino hacia una sociedad equitativa, justa y solidaria. Julio Faesler
En la “ciudadanía”, es el ciudadano que se sitúa a la base de la comunidad política. Es él la fuerza, aunque anónima, que impulsa, insiste y a la postre logra. Pero sabe que, por sí solo, poco puede hacer para corregir los males o remediar las circunstancias económicas, políticas y sociales que lo rodean. Sabe que necesita sumar su fuerza a la de otros.
El ciudadano es el elemento único e indispensable. Como votante está al centro. Molécula del poder, un microcosmos encierra compactados todos los ingredientes que hacen la sociedad, empezando por el de la libertad. El universo político se sostiene en la libertad que cada uno de nosotros quiere o puede usar.
El individuo, depositario de los valores sociales y nacionales, fija con sus conciudadanos, el tono y rumbo de su comunidad.
En el individuo, se conjuntan creencias, lealtades, decepciones, rechazos, reclamos, miedos y fobias que comparte con la familia, amistades, colegas y compañeros de trabajo. En él se encuentran resumidas aspiraciones y esperanzas de la sociedad, la idea del destino que quiere para su familia, comunidad y país. Por mucho que se le suprima con autoritarismos o arbitrariedades, su libertad subsiste en toda circunstancia y es indestructible. Lo estamos presenciando en el norte de África o en las marchas y plantones en Grecia, Italia, España, Chile, Colombia, Estados Unidos…
Votante periódico, el individuo define el rumbo de su sociedad. No importa si su voto es inducido o comprado. El hecho queda. La suma de voluntades, cada una a su modo y razón, acumula la masa crítica que, paso a paso, transforma a la sociedad. No todos los cambios históricos han de ser producto de revoluciones, violencias, cárceles y muerte. La democracia ofrece vías, la del debate, la negociación, los acuerdos antes de actuar… sólo si los ciudadanos, la ciudadanía, las quiere emplear.
En una comunidad de millones de electores siempre habrá diferencias. También hay metas comunes y el acuerdo sobre ellas tiene que incluir cómo alcanzarlas. Por ahora no sabemos de ninguno. Quizá sea muy pronto. Al avanzar el proceso electoral, tendrán que aparecer. También notaremos la diferencia entre “ciudadanía”, entendida como la gran comunidad nacional de votantes, y “sociedad civil”, la formada por grupos, cada uno con su agenda, sus intereses distintivos y sus líderes.
Hace pocos años, la “sociedad civil” fue la importante. Se hizo valer para reformas, crear padrones electorales claros, credenciales con foto, instituto electoral ciudadano, tribunal electoral e iniciar el control de gastos de campaña. La sociedad civil de hace 20 o 25 años, una constelación de organizaciones como ADESE, Consejo para la Democracia, la Alianza Cívica, Mujeres en Lucha por la Democracia y muchas otras lograron que el voto fuera contado y que contara. Alcanzamos la democracia electoral. Toca ahora a la “ciudadanía” llevar adelante a la democracia a su segunda fase, que es la participativa.
Hoy la tarea de la ciudadanía está en consensuar el camino hacia una sociedad equitativa, justa y solidaria, tanto en esfuerzos como en resultados. La ciudadanía ha de ofrecer su voto sólo a partidos y a candidatos que se comprometan participar en un acuerdo sobre metas comunes y pasos concretos para llegar a ellas.
Hay que usar la coyuntura de precampañas que vivimos para definir si hemos de convertir la elección de 2012 en un paso de la historia o simplemente dejarla pasar.
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