10 noviembre, 2011

Terrorismo financiero: el fantasma de Atenas

Consideraciones que pasan desapercibidas en medio del férreo control de cambios impuesto por el Gobierno Nacional. De cómo la Presidente Cristina Elisabet Fernández Wilhelm y su "equipo" económico se proponen pulverizar el poder adquisitivo... de sus propios votantes.
30 de Octubre de 2011

Curioso: la Casa Rosada pone más empeño en cerrar casas de cambio y en restringir la compra de dólares a los ciudadanos, que en la represión de la delincuencia. Más curioso aún -o surrealista, si se quiere-: aquellos argentinos que le obsequiaron un arrollador voto de confianza a la Presidente de la Nación el pasado 23 de octubre aguardaron al comienzo del lunes 24 para salir raudamente de sus hogares y apersonarse en cualquier sitio que pudiera proveerles de moneda extranjera. Como si corporizaran, al mismo tiempo, la salvación y la perdición del gobierno por el cual optaron en los comicios.

La prerrogativa terrorista-fascistoide sobre la cual Balcarce 50 ha decidido apuntalar su estrategia para contener la demanda de dólares se basa ahora en eliminar la posibilidad de adquirir divisas por la vía del e-Banking y los cajeros automáticos. Es decir, que se obliga al demandante a concurrir físicamente a la casa de cambios o institución bancaria de su elección, con el fin de "escracharlo" o, simplemente, asustarlo. Para "endulzar" la receta, se ha determinado que todo comprador de moneda foránea deberá demostrar diligente y obedientemente que ha acumulado la suma en pesos equivalente para justificar cualquier operación cambista. Si así no lo hiciere, Ricardo Echegaray y el recalcitrante organismo que regentea se lo demandarán, por el camino de la intimación.

Todo ello para -desde lo táctico- cumplir con el objetivo de congelar el atribulado ánimo de una plaza que hace tiempo ha dejado de creer en el peso argentino. Desde un punto de vista estratégico, la Presidente ha ordenado (?) barrer bajo el tapete una realidad, a estas alturas, inocultable, esto es, que la Administración ya no tiene los fondos para sostener el "modelo". Peor todavía, el Banco Central de la República Argentina carece de los dólares necesarios para contener una corrida cambiaria algo más acentuada a la que hoy se asiste. Quien desconoce lo más básico del funcionamiento de la economía reparará en los promocionados US$50 mil millones, que no son tales. Especialmente cuando se consideran los pasivos y las obligaciones que el Tesoro deberá afrontar durante 2012. Fundamentalmente, la infusión oficial de terror en perjuicio de los compradores de dólares y euros se mueve en torno del reconocimiento implícito de esas carencias. Lo cual redunda en un indetenible círculo vicioso, en la óptica de los players económico-financieros: una semana antes de las Elecciones Generales del 23, bancos privados y estatales decidieron ponerle punto final al otorgamiento de créditos hipotecarios y productivos a tasa fija. Aquellas instituciones que aún ofrecen esos préstamos ya no se "bajan" de un piso del 20% anual o superior.

Las conversaciones en los cafés de la city versan, por estas horas, sobre lo mismo: cualquier joven recién egresado de Ciencias Económicas conoce mucho más del rubro que la indolente titular del Banco Central de la República Argentina, Mercedes Marcó del Pont. La mujer, que iniciara su carrera en la institución con una frase poco feliz ("Soy una economista militante"), ha ocupado pocas horas para reproducir nuevas sentencias que sirvieron de efecto multiplicador del miedo, como aquella en que, casi con lágrimas en los ojos, refirió: "Les pido por favor a los bancos extranjeros que no corten el crédito". El bueno de Miguel Angel Pesce, de quien se supone debiera conocer algo más del paño, no se quedó atrás: "Comprar dólares es un mal negocio en la Argentina". En la edición de iEco (Diario Clarín) del próximo-pasado domingo 30 de octubre, se reportó sobre la furia del flamante Vicepresidente electo, Amado Boudou, quien le manifestó a empresarios afines al cristinismo que no estaba de acuerdo con la persecución a los demandantes de dólares, en tanto que expresó sus molestias por las imágenes de los inspectores de AFIP que acosan a diario al público. Pálida excusa para disfrazar la complicidad necesaria en lo que será una nueva pulverización del poder de compra de los salarios de los ciudadanos argentinos. Porque la sola manutención de las políticas de subsidización violenta de la economía, sumadas estas al ingente gasto público (que bordeará los $90 mil millones en 2012, lejos de los $14 mil de la época de Martín Lousteau) exigen, cuando menos, un estudio a consciencia de la perspectiva devaluatoria. El consabido desdoblamiento del mercado cambiario no representa una opción, en virtud de que los niveles de desconfianza que la implementación de medidas similares han generado en otros países han sido elevados. La amplificación de esa desconfianza conduce a una implosión de mayor potencia que la que generaría una depreciación gradual y planificada de la moneda. Tal vez, el problema se encuentre emparentado con lo que reconocen un puñado de legisladores oficialistas que algo entienden del tema, puertas adentro: el Gobierno Nacional no dispone de tiempo para una devaluación gradual; esta debe comenzar con un porcentaje importante para, de alguna manera, "empatar" dignamente los abultados déficits. Se comprende, finalmente, el por qué de la desesperación oficial para evitar que el público demande dólares.

Como siempre, el frío análisis de los números lleva a los actores económicos -incluso el ciudadano de a pie- a preguntarse por las variables cualitativas que juegan en este entuerto de imposible resolución: ¿cuáles son los antecedentes profesionales de peso de Mercedes Marcó del Pont para conducir el BCRA? ¿Puede Amado Boudou autopromocionarse como un refinado mesías de la macroeconomía, luego del tendal de firmas quebradas que dejara en su pasado como gerente y socio en Mar del Plata? Por último, pero no por ello menos importante: ¿cuál es la autoridad moral de Ricardo Echegaray, titular de la Administración Federal de Ingresos Públicos, para exigirle a los compradores de divisas que den motivos válidos para cambiar pesos por dólares? Tal como reza aquella aburridísima ley de percepción, "El Todo es más que la suma de sus Partes". El estudio sanamente reflexivo del background y lo actuado por cada uno de los miembros del "equipo" económico de Cristina Fernández Wilhelm en el pasado se vuelve un ejercicio intelectual necesario, por cuanto multiplica el temor de los operadores y del propio ciudadano. La declarada ineptitud de cada uno de los forjadores económicos del "modelo" se potencia, en tanto componen un Todo que afecta al sistema del que, invariablemente, son parte. El sistema toma debida nota y se produce una retroalimentación destructiva: la prospectiva anticipatoria sobre "la peor medida que el gobierno podrá tomar" cobra forma, y ya comienza a hablarse de "devaluación", "incautación de depósitos en dólares", "corralito", etc.

Será difícil para el Gobierno Nacional opacar la creciente desconfianza a partir de un renovado y poderoso operativo propagandístico para promocionar que "todo va bien". Antes, los encumbrados funcionarios del cristinismo deberán comprender que el público no adquiere dólares por vanidad o por el solo placer de la acumulación; antes bien, lo hace con el loable fin de salvaguardar el valor real de sus ahorros, para evitar seguir perdiendo en poder de compra. Se ha decidido a saturar la demanda de billetes pues aprendió a interpretar correctamente las señales inequívocas que la propia Casa Rosada hoy se esfuerza en difundir. Finalmente, la gente tiene todo el derecho de protegerse frente a una potencial depreciación de su moneda, que esta vez sería un golpe de gracia para lo que queda de los sectores medios.

Si Carlos Kunkel y Fernando Braga Menéndez confunden "golpe económico" con "supervivencia", este será -con total probabilidad- el último error que cometan. No en vano, y en este preciso momento, más de un oficialista convencido se atreve a compartir su desazón: "Con Néstor, esto no pasaba".

Por Matías E. Ruiz, Editor.

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