Los escenarios políticos europeos han cambiado radicalmente desde el estallido de la crisis en la Unión Europea. Las discusiones, agresiones y arduas negociaciones se han traducido en cambios vertiginosos en varios de sus países integrantes. A título de ejemplo, valdría la pena precisar que Papandreu, el primer ministro griego, tuvo que abandonar su honroso cargo a tan sólo dos años de haber tomado posesión, porque había perdido la confianza de las bases políticas del parlamento griego, por lo que de insistir en mantenerse en su puesto hubiera complicado, aún más, la economía griega, además de acelerar un efecto dominó de catastróficas consecuencias en el resto de la zona euro. Papandreu decidió renunciar al cargo sin concluir su gestión. ¿Más casos? Berlusconi tuvo que dimitir como primer ministro de Italia por haber perdido la confianza, tanto de su parlamento, como de la ciudadanía en general. La inmensa mayoría de los italianos no quería saber ya nada de Berlusconi por lo que suspendieron abruptamente su mandato de modo que se fuera tranquilamente a su casa en el norte de Italia y cediera todas sus responsabilidades a otra persona con más capacidades, información, talento y audacia para sacar a su país de un nivel de endeudamiento tan irresponsable, como temerario y suicida. Al igual que Papandreu, Berlusconi: ¡Fuera!
Rodríguez Zapatero se vio obligado a llamar a elecciones anticipadas para un nuevo presidente del Consejo de Ministros porque su desempeño al frente del gobierno español había sido una auténtica debacle que ni el propio Ruvalcaba podría resolver. ¿Y Winston Churchill no fue reelecto a pesar de haber sacado airosamente a Inglaterra después de la Segunda Guerra Mundial? ¿Y Margaret Thatcher y Blair? Netanyahu se encuentra en las mismas condiciones ante su parlamento. La presión política los obliga a imprimir lo mejor de ellos antes de ser largados del cargo.
En México nos hartamos, entre otros, de la patética figura de Gustavo Díaz Ordaz y, sin embargo, resultó imposible obligarlo a renunciar como Presidente de la República, más aún después de que no existía —como lamentablemente no existe tampoco en nuestros días en México— la revocación del mandato ni siquiera después de ejecutada la masacre de Tlatelolco. Nos tuvimos que tragar a Díaz Ordaz hasta el último día de su gobierno a pesar de que varios millones de mexicanos no deseábamos verlo, ni un día más, en Los Pinos. Luis Echeverría, muy a pesar de que una inmensa mayoría del electorado que lo eligió como jefe de la nación había decidido prescindir de él por sus catastróficas decisiones, nos gustara o no, tuvimos que soportar su presencia en Palacio Nacional hasta el 30 de noviembre de 1976. ¿Dónde estaba la revocación del mandato?
¿Cuántos no hubieran querido cancelar la pavorosa gestión administrativa de López Portillo tan pronto entró en su cuarto año de gobierno, con lo cual se hubieran evitado un sinnúmero de daños a la nación? ¿Resultado? Tuvimos que aceptar el gobierno de López Portillo, muy a pesar de sus lloriqueos, hasta que concluyó su mandato en 1982. Con cuánto gusto lo hubiéramos largado del poder con tan sólo demostrarle que era Presidente non grato, sin olvidar que el Congreso de la Unión había aplaudido de pie la devaluación monetaria que él había intentado evitar con la rabia de un perro… Lo mismo aconteció con Miguel de la Madrid y sus aberrantes devaluaciones monetarias y con Salinas de Gortari cuando en 1994 perdió el control de la nación después de haber sido un exitoso jefe del Poder Ejecutivo.
Cuántos mexicanos no hubieran deseado en su momento cancelar el mandato constitucional de Marta Fox y en la actualidad hacer lo propio con Felipe Calderón, en la inteligencia de que este último inició una guerra en contra del narco de una manera irresponsable sin haber demostrado su estrategia militar y fiscal ante el Congreso ni ante la sociedad. Calderón se quedará en Los Pinos hasta el último día de noviembre de 2011.
¿No funcionaba Papandreu? ¡Fuera! ¿No funcionaba Berlusconi? ¡Fuera! ¿No funcionaba Rodríguez Zapatero? ¡Fuera! ¿Ya no funcionaba Blair, en su momento? ¡Fuera! De acuerdo a lo anterior ¿por qué los mexicanos tenemos que soportar hasta el final de su mandato a los presidentes municipales y a los jefes del Estado si han demostrado desde el principio o a mitad de su gestión, o cuando sea, su absoluta incapacidad para gobernar? Cuando dichos funcionarios se defienden del despido con aquello de “no me iré…”, en el esquema de un sistema parlamentario tendrían que retirarse sin que dicha decisión dependiera de su voluntad política, como acontece patéticamente en nuestro caso. Llegaron para quedarse aun en contra de la voluntad mayoritaria de los mandantes.
A partir de 2012 los mexicanos deberíamos contar con dispositivos políticos para sacar del poder a los ineficientes una vez que hubieran perdido la confianza y el apoyo de la mayoría del Congreso. Lo anterior, no son más que unos fantasiosos conceptos de liberación política en la inteligencia de que el Poder Legislativo está secuestrado por unos presuntos diputados y otros presuntos senadores que jamás votarán por la revocación del mandato, en el entendido de que antes están sus intereses políticos y económicos que los de la nación que dicen representar.
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