por Isaac Leobardo Sánchez Juárez
Isaac Leobardo Sánchez Juárez
es profesor e investigador de economía en la Universidad Autónoma de
Ciudad Juárez (México) y fue el ganador del concurso “Caminos de la
Libertad” 2009 organizado por TV Azteca.
La corriente principal de la ciencia económica ha demostrado desde
hace muchos años que lo mejor que le puede suceder a una economía es que
exista competencia, que se tengan muchas empresas vendedoras y
compradoras de bienes y servicios. La competencia conlleva menores
precios, mayor calidad y variedad. Todos salimos ganando cuando existe
competencia.
Desafortunadamente, la característica principal de la economía mexicana
(y de muchos países de América Latina) es la concentración de la
actividad económica en unas cuantas empresas o peor aún la presencia
monopólica del Estado en áreas consideradas estratégicas. La ausencia de
competencia es uno de los factores que evita el incremento de la
libertad económica, requisito estructural del crecimiento sostenido.
La combinación entre ausencia de competencia en el sector privado e
intervención estatal en sectores clave evita la creación de
oportunidades y pone obstáculos para los más de 50 millones de mexicanos
que en el 2008, según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política
Social, no tenían el ingreso suficiente como para adquirir su canasta
alimentaria básica, cubrir su gasto en salud, vivienda, transporte y
educación, aún y cuando todo el ingreso del hogar fuera utilizado para
la adquisición de tales servicios.
El investigador Carlos Urzúa, en el documento “Evaluación de los efectos
distributivos y espaciales de las empresas con poder de mercado en
México”, encontró que en el sector urbano la pérdida en el bienestar
social, como resultado de la concentración económica, representa más de
un tercio del gasto promedio total. Más aún, la incidencia negativa de
la ausencia de competencia crece a medida que los hogares son más
pobres. Como resultado de la concentración los consumidores gastan 40
por ciento más que si existiera competencia.
Por donde se busque se encuentra que México es un país carente de
competencia, capturado por unas cuantas empresas. Con información de la
organización sin fines de lucro “El poder del consumidor”, se sabe que
en la economía mexicana: tres bancos dominan los servicios financieros;
dos empresas controlan los canales de televisión abierta; una empresa
controla la red de conexión telefónica; dos grupos controlan la
distribución de gas LP; dos empresas controlan el mercado de cemento;
una empresa controla dos tercios de la producción de harina de maíz;
tres empresas controlan la producción de pollo y huevo; dos empresas
controlan el 80 por ciento del mercado de leche; tres empresas dominan
el mercado de carnes procesadas; dos empresas controlan el mercado de
refrescos, jugos y aguas envasadas; una empresa controla la producción
de pan industrializado y dos empresas controlan la distribución de
medicamentos.
Adicional a la ausencia de competencia en el sector privado, en México
existen dos casos de concentración promovida por el Estado que no pueden
ser omitidos, su existencia impide que éste país pueda crecer y
aprovechar todas sus potencialidades: el monopolio del petróleo y el de
la energía eléctrica.
Particularmente en el ramo petrolero, durante muchos años el gobierno ha
evitado que empresas privadas ingresen directamente en las tareas de
explotación y producción, con argumentos nacionalistas y de supuesta
defensa de la soberanía. La realidad es que desde la nacionalización en
1938, el monopolio petrolero estatal ha sido fuente inagotable de
recursos para políticos, líderes sindicales y burócratas. La riqueza
petrolera (que por cierto cada vez es menor) no se ha traducido en una
marcada reducción de la pobreza, todo lo contrario.
Los ingresos que proporciona el petróleo se han utilizado para mantener
un gigantesco aparato gubernamental, cuya principal función ha
consistido en desincentivar la actividad económica al promover políticas
contrarias al espíritu de libre empresa.
Sumado a lo anterior, los recursos generados por la paraestatal no se
han utilizado como normalmente se hace en una empresa privada. La
inversión y mejora del proceso productivo, la investigación y
desarrollo, y la innovación en el producto son actividades que se
sostienen en el discurso, pero que en la práctica han sido marginadas al
no existir incentivos económicos para su ejecución. Extracción y venta
son las dos únicas funciones que realiza el actual monopolio estatal, lo
que ha conducido a la empresa a su virtual ruina ante el inminente
agotamiento del recurso.
Los monopolios estatales se han constituido en un freno. Por sí misma
la ausencia de competencia en el sector petrolero y de energía eléctrica
es un factor negativo para el crecimiento, pero como resultado de ésta
se suman la corrupción rampante, el gigantismo burocrático, el
fortalecimiento de las mafias corporativas y el suministro inadecuado de
energéticos para la iniciativa privada y los consumidores, por
mencionar sólo algunos.
Resulta urgente el establecer medidas para revertir la ausencia de
competencia en la economía. En el caso de los monopolios energéticos,
por su naturaleza y condiciones, lo que se requiere en primera instancia
es una reforma constitucional que de pie a la inversión privada total
en el sector y el retiro definitivo del Estado. El problema es que esto
ya se intentó y no se logró, la razón es que ningún político está
dispuesto a entregar a la “gallina de los huevos de oro”.
En el caso de la concentración por parte de actores privados se
requiere analizar cada uno de los sectores para verificar el tipo de
medidas que deben llevarse a cabo. La apertura de la economía desde
mediados de los ochenta y su culminación con la entrada en vigor del
Tratado de Libre Comercio con América del Norte fue en su momento en
buen mecanismo para alentar la competencia; sin embargo, sus efectos ya
se han agotado y es preciso buscar nuevos senderos para alentar la
competencia.
Aunque la tarea de fomentar la competencia económica no es sencilla,
un primer paso es que el Estado mexicano reconozca el problema, como ya
lo ha hecho durante la actual administración, y en segundo lugar que
tenga la voluntad política para implementar sin distinción la ley de
competencia vigente. Adicional a esto se deben de seguir promoviendo
reformas en otras áreas, tales como transparencia, rendición de cuentas,
fomento al estado de derecho, protección a los derechos de propiedad y
promoción de la iniciativa privada, las cuales crean el caldo de cultivo
para la prosperidad.
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