09 diciembre, 2011

Blanqueando la historia a lo Obama. Mike Brownfield

 

Si la historia de Estados Unidos fuese un cuadro en un lienzo gigante, el discurso de esta semana del presidente Barack Obama en Osawatomie, Kansas, sería una gruesa capa de blanqueado sobre toda la tela y así el fracaso de los últimos tres años quedaría oculto bajo la cal. La pretensión del presidente es que, no, no es Obamanomics lo que ha causado un pertinaz desempleo, crecimiento atrofiado y récord déficits — ¡ha sido culpa de la economía de la oferta!


Y luego se habla de audacia.

El discurso del presidente fue un crudo intento de reflejar su visión de Estados Unidos — visión en la que la desigualdad es rampante, donde el sueño americano está casi muerto, donde los ricos oprimen a los pobres, donde la educación está infravalorada. Como señala esta mañana Charles Krauthammer en el Washington Post: “Este es el tipo de comentarios culpabilizadores que la oposición lanza cuando se ha estado tres años en el poder”.
De hecho, lo que estuvo evidentemente ausente del retrato que hizo el presidente fue el hecho de que sus políticas económicas han fracasado a la hora de poner de nuevo a trabajar a los americanos y su absoluta incapacidad de liderar Washington para combatir el desbocado gasto gubernamental. Su solución, sin embargo, fue más de lo mismo que ha fracasado espectacularmente para él: El gobierno como el gran salvador.
Pero en la mente del presidente Obama, son los otros los que ofrecen ideas que no funcionan, no él. Señala a “cierta gente en Washington” que argumenta a favor de los recortes de impuestos y la reducción de regulaciones, llamándolo “una simple teoría” que “cabe bien en una calcomanía para el parachoques del auto” pero que “nunca ha funcionado”.
Rectificación, Sr. Presidente. Esa teoría ha funcionado — una y otra vez a lo largo de la historia. El problema es que Obama nunca lo ha intentado y las políticas keynesianas que ha promulgado fallaron estrepitosamente, como lo han hecho a través de la historia.
Comenzó con una ley de estímulo masivo de $787,000 millones que los economistas de la Casa Blanca predijeron crearía (no sólo preservaría) 3.3 millones de empleos netos para 2010. Era economía keynesiana del principio al fin, basada en la premisa de que el gasto gubernamental encendería la demanda y pondría a los americanos a trabajar de nuevo.
No lo hizo. Unos 13.3 millones de americanos siguen sin trabajo, el índice de desempleo ha rondado entre el 8 y el 10% durante la presidencia Obama y el crecimiento económico se ha atascado en un ritmo lento. De hecho, hoy día Estados Unidos está sufriendo el mayor periodo de tan alto desempleo de toda la era de la posguerra. Mientras tanto, la creación de empleo ha llegado a un nuevo récord de mínimos, como explica James Sherk, de Heritage:

Se amplían menos negocios ya existentes, mientras que menos emprendedores están comenzando nuevos negocios. En el primer trimestre de 2011, el número de trabajadores contratados en nuevos negocios cayó hasta sólo 660,000, un 27% menos que cuando empezó la recesión. Este es el menor número de trabajadores contratados en nuevos negocios que ha registrado la Oficina de Estadísticas Laborales — menor incluso que en los peores momentos de la recesión.
Y sin embargo, a pesar de esas cifras y de que el presidente Obama tuvo prácticamente libertad total para promulgar las políticas económicas keynesianas que creyó oportunas, el presidente hace ahora demogogia con la única política económica que no ha probado —la economía de la oferta— a la vez que llama a más gasto gubernamental simultáneo y a una deuda nacional que se agranda. Haría mejor en estudiar historia y enterarse de cómo recortar impuestos y liberar el mercado ha funcionado cuando lo han utilizado tanto demócratas como republicanos.
Bajar los tipos impositivos, permitiendo por tanto a la gente conservar e invertir más del dinero que es justamente suyo, se ha probado bueno para la economía una y otra vez. En los años 1920, 1960 y 1980, las reducciones de los tipos marginales resultaron en mayor crecimiento, ingresos en aumento y más creación de empleo. Y a pesar de la aseveración del presidente de que recortar impuestos sólo ayuda a los ricos, cuando se bajaron los tipos marginales en esas décadas, los americanos de mayores ingresos pagaron incluso una mayor parte de la carga fiscal porque tenían menos razones para ocultar, proteger o informar menos sobre sus ingresos. Pero si se aumentan los impuestos, como continúa amenazando el presidente Obama con hacer, el precio de trabajar, ahorrar, invertir y asumir riesgos también sube.
La historia nos muestra esto. Daniel Mitchell escribe que en los años 20, bajo los presidentes Warren Harding y Calvin Coolidge, el tipo marginal superior se redujo del 73 al 25%. ¿El resultado? La economía aumentó, creciendo un 59% entre 1921 y 1929 y con una crecimiento económico promedio anualizado del 6%. Bajo el presidente Kennedy, el tipo superior cayó del 91% en 1963 al 70% en 1965. ¿El resultado? Entre 1961 y 1968, la economía creció en más del 42%, con un crecimiento promedio anualizado de más del 5%. Bajo el presidente Reagan, el tipo superior cayó de un 70% en 1980 a un 28% en 1988, llevando a una increíble expansión económica y un crecimiento promedio de casi el 4%. Finalmente, en los seis trimestres que siguieron a los recortes de impuestos de 2003, la tasa de crecimiento del PIB se disparó desde un previo 1.7% hasta un 4.1%.
Pero el presidente no tiene que aceptar la palabra de la Fundación Heritage acerca de esto. Puede hacer caso de las palabras del presidente Kennedy en su discurso de 1962 en el Club Económico de Nueva York:

Nuestra verdadera elección no es entre reducción de impuestos, por un lado, y evitar grandes déficits federales por el otro. Es cada vez más claro que no importa qué partido esté en el poder, mientras sigan creciendo las necesidades de nuestra seguridad nacional, una economía limitada por tipos marginales restrictivos no producirá nunca suficiente recaudación para equilibrar nuestro presupuesto, igual que no producirá suficientes empleos o suficientes beneficios.
Desafortunadamente, el presidente Obama no parece receptivo a recibir consejos ni parece estar familiarizado con la historia — sea la de hace 10, 20, 40 o 90 años, ni siquiera su experiencia de los últimos tres años. En vez de eso, culpa a los torpedos y continúa poniendo en práctica su agenda progre que ha demostrado ser un fracaso. Como ha sucedido durante los tres años pasados, los americanos pagarán el precio.

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