16 diciembre, 2011

Eduardo Olier: El lío del euro, no es oro todo lo que reluce

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El viernes pasado la opinión pública conocía la gran noticia: el euro estaba por fin en vías de solución, nacía una nueva Europa, y los británicos quedaban aislados por insolidarios. El sábado, casi todos los medios de comunicación se congratulaban de este pacto que traería nuevamente la estabilidad y la prosperidad económica a este continente deprimido.


Sin embargo, no han pasado ni ocho días y ya empiezan las dudas. Por un lado, está la propia Declaración de los jefes de Estado y de Gobierno, que abre muchas incertidumbres. Son 7 páginas con 16 puntos en los que, salvo los techos de déficit y de endeudamiento, el resto no deja de estar plagado de buenas intenciones, con vaguedades tales como: "Hemos acordado hoy avanzar hacia una unión económica más fuerte"; "procederemos a una coordinación reforzada de las políticas económicas"; "estamos resueltos a trabajar en pos de una política económica común"; etc. Para acabar en el punto decimosexto con: "Nos congratulamos de las medidas adoptadas por Italia; asimismo, nos congratulamos del compromiso del nuevo Gobierno griego y de los partidos que lo respaldan de aplicar íntegramente su programa, así como del positivo avance logrado por Irlanda y Portugal en la aplicación de sus programas".

Buenas intenciones y vaguedades

Buenas intenciones que, sin embargo, no evitan lanzar ciertas preguntas al aire: ¿cómo se piensa estimular a las economías más deprimidas? ¿Qué pasaría si Alemania o Francia tuvieran problemas en el futuro? ¿Utilizarían el veto para aumentar el techo de déficit y de endeudamiento como ya lo hicieron Chirac y Schroeder en 2003, cuando decidieron no cumplir el Pacto de Estabilidad de Maastricht? ¿Qué se hará realmente con los países que no puedan lograr los objetivos marcados?
Un segundo problema atañe a los mecanismos financieros de rescate expuestos en la Declaración: el actual FEEF (Fondo Europeo de Estabilización Financiera), que se combinará con dinero del Fondo Monetario Internacional (FMI), y el nuevo MEDE (Mecanismo Europeo de Estabilidad), sobre el que existe el acuerdo de "acelerar" su entrada en vigor para julio de 2012 y, posteriormente, en 2013, poner los recursos económicos encima de la mesa para asistir a los países con problemas. Una situación que plantea enormes incertidumbres: ¿dónde estarán las economías con problemas en 2013? ¿Cuál será el papel del Banco Central Europeo, cuyas capacidades actuales no le dejan mucho margen? ¿Cómo se gestionará la presencia del FMI en los países europeos con los difíciles mecanismos que ahí existen? ¿Qué hay previsto para mantener la autonomía europea en las decisiones del FMI? ¿Cómo se podrá evitar la agresividad de los mercados ante toda la enorme discusión sobre eurobonos sí, eurobonos, no? ¿Cómo se piensa evitar los ataques contra las deudas soberanas de los países más frágiles?
El tercer asunto es, quizás, el más problemático en lo institucional. Se refiere al entramado jurídico de la propia Unión Europea, ya que Reino Unido es parte integrante de Europa y los tratados vigentes no quedan anulados por la declaración del viernes pasado. Algo sobre lo que el martes de esta semana, el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, alertaba ante la dificultad de implantar las nuevas reglas fiscales con el veto británico enfrente: "No será fácil -decía- legalmente hablando. Espero del espíritu constructivo de todo el mundo". Y la razón es que las instituciones europeas están reguladas por el Tratado de Lisboa, el texto legal de la propia Unión. Por lo que no parece probable que se actúe en contra de este Tratado, si no se quiere verdaderamente echar por tierra toda la Unión Europea, con las desastrosas consecuencias que esto tendría.

Reflexión sobre el tema británico

Y sobre el tema británico conviene hacer alguna reflexión más. No ahora, sino desde hace más de 20 años, Reino Unido ha venido diciendo que estaba de acuerdo con el mercado único, pero que no lo estaba con la Unión Monetaria. Ya que, a su parecer, no funcionaría si no existía una verdadera unión política. Lo que desde el punto de vista inglés no era posible por la propia estructura democrática de las naciones que componen Europa. Y, así, decidieron no entrar en el euro el 1 de enero de 1999, como tampoco aceptaron el acuerdo Schengen de movimientos de personas. Hay que decir, por tanto, que son consistentes con lo que en su día dijeron.
Todo lo que sucede no es sino la demostración de que Europa es algo más que el euro y el BCE. Y más que Alemania, Francia y el Mercado Único. Y que un pacto fiscal, por muy bien trabado que esté, no dará la solución a todos los problemas. Precisamente por lo expresado por los ingleses. La Europa política es una quimera, y en la economía global se necesitan más instrumentos que la sola política fiscal. Baste, simplemente, decir que Moody's ya volvía este martes por sus fueros: "El comunicado de los responsables europeos no quita la presión sobre el euro". Lo que lleva a concluir que o Europa vuelve a ofrecer al mundo algo más que una solución fiscal, o continuará sufriendo los vaivenes del mundo económico globalizado.
Eduardo Olier, director de la Cátedra de Geoeconomía. Universidad CEU San Pablo.

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