08 diciembre, 2011

El alto costo de violar soberanías

Tan respetable es la integridad territorial del Principado de Mónaco o Luxemburgo como la de Francia, Japón o la India. La rebeldía de los países pequeños contra sus imperios cercanos es antigua, y ha sido una causa importante para que estos desaparezcan.
El nazismo lo inició después de la primera guerra mundial Adolfo Hitler, militar que obtiene en combate el grado de cabo y es condecorado con la Cruz de Hierro. Muchos lo señalaban equivocadamente como un loco, pero según el historiador británico Ian Kershaw: “La locura de Hitler no era mental sino política”. Tuvo dos obsesiones, la primera, la hegemonía de Alemania en Europa que inició con el Lebestraum (doctrina del espacio vital) cuando en su Mein Kampf dijo: “Los alemanes tienen derecho moral de adquirir territorios ajenos”. E hizo valer sus provocaciones cuando invadió primero los Sudetes, luego Polonia, Bélgica, Austria, Francia y lo que cuelga. Su segunda obsesión era un antisemitismo feroz que lo llevó a asesinar a 6 millones de judíos.


Afortunadamente para el mundo, por su autosuficiencia, colocó los factores ideológicos sobre los militares enfrentándose al criterio de los generales de la Wermacht, gracias a lo cual hoy no hablamos alemán en Hialeah y la Habana Vieja.
Otro ejemplo del irrespeto de los imperios por las leyes internacionales fue cuando Stalin con la complicidad y silencio de Occidente ocupó Europa del Este.
Tampoco Estados Unidos ha sido trigo limpio; aunque con abismales diferencias con Hitler o Stalin, no ha respetado soberanías ajenas. Un sector importante de Washington, desde tiempos inmemoriales, ha pensado que América Latina es su patio trasero y estaban en el derecho y el deber, de defender sus intereses económicos en la región con los tanques y aviones del ejército norteamericano.
Esto se remonta a 1823 con la Doctrina Monroe, que declaró que América Latina se consideraba “esfera de influencia de Estados Unidos”. Por lo bajito, en 1846 hubo una guerra con México y Washington se anexó Texas y California. En 1898 invadió a Cuba. En 1904 y 1965 a República Dominicana, en 1924 a Honduras y en dos ocasiones a Nicaragua.
Eso tuvo un precio. Crearon las condiciones objetivas para que surgieran un Fidel Castro y un Hugo Chávez.
La grandeza de la democracia norteamericana es un largo acápite de resoluciones morales, no es solo el respeto a la libertad del hombre sino que también está imbricada al respeto a la soberanía de sus pueblos vecinos.
Afortunadamente, el odio a Washington ha cedido en América Latina. Lo demuestra que en enero de 1967 se celebró en La Habana la Conferencia Tricontinental, donde estuvieron todos los países de América Latina con el objetivo de derrocar democracias por la fuerza y la violencia. Esta semana, 44 años después, se ha vuelto a reunir en Caracas toda América, con la excepción de Canadá y Estados Unidos, para crear a un costo de $100,000 millones del bolsillo de Hugo Chávez para comprar conciencias, el CELAC, hijo putativo del Foro de Sao Paulo, con la diferencia de que esta vez representaron a sus pueblos presidentes con espíritu democrático, con las excepciones de Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Ecuador. Y cuatro palomas negras no hacen una primavera blanca.
A su llegada a Caracas el general Raúl Castro, hiperbólico pero cauteloso, dijo: “Por primera vez en la historia vamos a tener una organización que si funciona (dudó), que si tiene éxito (volvió a dudar), porque no basta solo con crear algo y ponerle un nombre (por tercera vez asomó su pesimismo), sería el acontecimiento más grande en 200 años de independencia a medias en América Latina”.
Y Raúl tuvo razón, las conclusiones del CELAC fueron incoloras y desvaídas, todo quedó en veremos, y es que el comunismo no puede jugar a la concertación con sus enemigos demócratas, no es posible mezclar peras con manzanas. Por lo que hoy Fidel Castro debe estar releyendo en La Habana el folleto de Vladimir Ilich Lenin La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo.
Las tácticas del marxismo leninismo no tienen términos medios. Si Hugo Chávez gana las próximas elecciones se declara abiertamente comunista o su socialismo del siglo XXI fracasa, y tendrá que enfrentar un golpe de estado o una sublevación popular, son las lecciones que nos da la historia.

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