08 diciembre, 2011

El libro del año

El libro del año

La biografía de Steve Jobs escrita por Walter Isaacson debería ser un libro de texto para entender qué hizo posible el mundo en que vivimos.
Como casi todo genio, Jobs fue intratable: tuvo dificultad para compaginar su condición de creador con las relaciones humanas y fue capaz de mucha crueldad. Pero fue un genio. ¿Cómo, dónde y por qué nace el genio?


Primero, hace falta un entorno propicio. Entre el sur de San Francisco y San José, donde antes habían existido misiones católicas, había, a inicios de los 70´, empresas tecnológicas. Que David Packard y Bill Hewlett hubiesen fundado allí tres décadas antes, en un garaje, la mítica empresa que lleva su nombre, había contribuido a concentrar en aquella zona a toda una industria. Había contribuido también el que uno de los inventores del transistor se hubiese trasladado allí desde la otra costa del país para fabricar dispositivos semiconductores con silicona. En poco tiempo, el lugar se había llenado de contratistas militares que usaban la tecnología para desarrollar productos para la Defensa. Que el decano de ingeniería hubiera habilitado en Stanford University un parque industrial para que las empresas desarrollasen las ideas de los alumnos había potenciado el fenómeno. Y que Intel inventase allí el microprocesador al lograr meter en un solo “chip” todos los transistores que constituyen el cerebro de un ordenador había abierto puertas al infinito en el campo tecnológico justo cuando Jobs se acercaba al final del colegio.
Sin este contexto, no hubiera sido posible el genio de Jobs. Acaso tampoco sin el otro protagonista del norte de California a comienzos de los 70´: la revolución psicodélica. Las drogas, y en particular el LSD, por entonces parte natural del paisaje juvenil californiano, le jodieron la vida a mucha gente pero en Jobs aparentemente estimularon (él estaba convencido) una capacidad de ver el mundo a través de imágenes deformadoras que una vez pasado el efecto seguían cosquilleando la conciencia y la fantasía del futuro visionario informático.
El contexto no habría bastado. Otro elemento clave fue el doloroso entredicho de Jobs con la vida. Nunca asimiló su condición de hijo adoptado, el 'rechazo' de sus padres biológicos. La sed de venganza contra el mundo produjo en Jobs a un padre, un esposo, un hermano, un subordinado y un jefe por momentos monstruoso, pero también a alguien visceralmente decidido a rehacer el mundo como si fuese plastilina.
Un contexto tecnológico y psicodélico, y una herida profunda. ¿Qué más? Algo tan importante como eso: una visión generalista. Jobs vivió en un mundo signado por la especialización. Saber mucho de una sola cosa sin importar lo demás era (es) la seña distintiva de su tiempo. Pero él fue a contracorriente de esa tendencia. Nunca se especializó en nada. Se definió a sí mismo como la “intersección entre la tecnología y el arte”, una forma de decir que su visión era integradora y no fragmentaria. Ni era un buen ingeniero ni era un artista propiamente. El iMac, que parecía una escultura pero funcionaba como una computadora, resumía bien esta dualidad. No es raro que, a diferencia de sus competidores, haya preferido siempre fabricar tanto el hardware como el software de los ordenadores, integrándolo todo en un producto único.
Esto me lleva al último gran elemento facilitador del genio. Aunque hay muchas patentes a su nombre, Jobs no inventó nada desde cero. Todas sus creaciones se empinaron sobre las de otros, como han hecho siempre los grandes científicos y artistas. Vampirizó inventos ajenos para hacer con ellos algo distinto, que sólo él podía hacer. El caso por excelencia se dio a inicios de los 80´, cuando se topó con el interfaz gráfico (lo siento: el español ha importado estas palabrejas del inglés) de Xerox PARC y descubrió que en vez de darle órdenes a la computadora por medio de comandos de texto, se podía hacer eso con el ratón y el uso de imágenes e iconos en la pantalla.
Esto explica en parte las hazañas de Jobs, desde que convirtió el circuito integrado de su amigo Steve Wozkiak en el primer ordenador personal comercializado hasta que lanzó el iPad, la primera tableta y plataforma para libros, música, videos y publicaciones digitales. En medio, popularizó el interfaz gráfico y masificó la computadora personal, llevó el cómic al cine dándole vida, reinventó la forma de escuchar música con el iPod, salvó a la industria musical, amenazada por la piratería, con el iTunes y transformó el teléfono móvil en un bosque encantado.
Pero lo mejor no es eso, sino esto: alguien, en alguna parte, está en este instante a punto de crear, empinándose sobre las creaciones de Jobs y a partir de un contexto determinado, una herida honda, una visión generalista y una vocación de vampiro, un mundo bastante mejor.

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