En defensa de Tintín
Es milagroso que se haya podido estrenar en Europa la película
de Steven Spielberg sobre Tintín. La incesante controversia, desde que
se anunció su realización, sobre el colaboracionismo nazi de Hergé
(Georges Remi), el belga que escribió y dibujó la serie, ha llegado incluso a los tribunales, donde se decide en estos días si las historietas son racistas por las referencias a los congoleños en una de ellas, 'Tintín en el Congo'.
Sólo Spielberg, uno de los más célebres judíos del planeta, podía sobrevivir a esta campaña, cuyo aspecto más delicado, el comportamiento de Hergé durante la ocupación nazi de Bélgica,
habría bastado para abortar el proyecto en manos de alguien con
credenciales menos apabullantes, tanto artísticas como morales.
Confieso una parcialidad casi sin límites por Tintín. Pobló mi infancia de tres cosas que creo diametralmente opuestas a toda forma de prejuicio:
la abolición de las fronteras (Tintín podía pasar de China, en 'El loto
azul', a la imaginaria San Theodoros, una Bolivia disimulada, en 'La
oreja rota' sin preocuparse demasiado por las cosas del Estado-nación);
el rechazo al abuso de poder (por ejemplo la invasión de un país pequeño
por otro más grande en 'El cetro de Ottokar'); y, la búsqueda constante
de la verdad, que es a lo que el reportero peripatético dedica su vida
junto a inolvidables personajes como el capitán Haddock, el professor
Tornasol y los policías Hernández y Fernández. Me cuesta imaginar
materia más corrosiva para toda forma de totalitarismo y arma más letal
contra toda clase de conformismos que el entrañable muchacho del mechón
rojizo.
¿Cuál fue el crimen de Hergé? No fue
hacer suya, en 'Tintín en el Congo' y muy pocas veces más, algunos
estereotipos de la época que no eran lo central en la historia (luego
renegó de esa creación). Tampoco haber sido un católico conservador,
como lo era la inmensa mayoría de Bélgica, empezando por el periódico,
'Le Vingtième Siècle', dirigido por el abate Wallez, donde el autor
estrenó el cómic que se volvería una leyenda. Su crimen, supongo, fue no ser un héroe de la Resistencia:
vivir bajo la ocupación alemana sin mover un dedo contra el invasor y
eludiendo minuciosamente toda referencia política durante algo más de
cuatro años, cuando se publicaron quizá las series más famosas, 'El
cangrejo de las pinzas de oro', 'El secreto del unicornio' y 'El Tesoro
de Rackham el Rojo' (las tres, hummm, en que se inspira la película de
Spielberg).
En efecto, como el Rey Leopoldo, que
animó a sus compatriotas a aceptar el imperio nazi, Hergé se recluyó en
'Le Soir', diario controlado por los alemanes, y aceptó dibujar y
escribir evasiones de la imaginación para disimular el horror. Esas
evasiones son a un tiempo sus mejores creaciones y un monumento a la
indiferencia política. Yo también hubiese preferido a un héroe –mejor
aun: a un mártir- porque en ciertas ocasiones es casi inmoral no serlo.
Pero de allí a acusarlo de dar su caución a lo que sucedía hay un trecho
demasiado grande. No, Hergé no fue nunca pro nazi (su burla del
dictador Müsstler, híbrido de Hitler y Mussolini, poco antes de la
ocupación así lo atestigua). Más bien, un conservador genial y, como la mayoría de especie, con no poco de cobarde.
Me alegro de que Spielberg haya
realizado la película en 3D usando las técnicas de 'motion capture' que
usó Cameron en 'Avatar' para digitalizar a los actores convirtiéndolos en imágenes animadas por computadora. Aunque, como dice Spielberg,
lo que importa no es eso sino la historia que se cuenta, hay una cierta
justicia poética en dar a estos personajes un trato tecnológico
multidimensional porque Hergé tambien lo fue a pesar de que la
controversia política se empeña en reducirlo a una dimensión única y
simplista. Aconsejo a quienes quieran explorar al verdadero personaje
que fue Hergé leer la biografía escrita por Harry Thompson, que ha sido
reeditada hace poco. Allí se verá que su única ideología fue realmente
la de los boy scouts, a los que perteneció de chico y que informaron sus
valores (y resultaron determinantes para la creación de Tintín).
Descubrirán también la fascinante
historia de su padre y su tío, dos gemelos hijos de una criada en un
castillo que frecuentaba el rey, y de un progenitor desconocido que pudo
ser un aristócrata (o, a decir de las malas lenguas, el propio
monarca). El apellido, Remi, se lo dio al padre de Hergé el jardinero y
todos acabaron expulsados por la dueña un tiempo después. La relación
entre estos antecedentes biográficos y la historia de 'El Tesoro de
Rackham el Rojo', en la que los justicieros encuentran lo que buscan en
un castillo que había sido invadido por villanos, es sumamente
interesante.
Gracias a Spielberg, Tintín parece haber sobrevivido a la más escalofriante de todas sus aventuras: la corrección política.
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