23 diciembre, 2011

En defensa de Tintín

En defensa de Tintín

TintínPor Alvaro Vargas Llosa
Es milagroso que se haya podido estrenar en Europa la película de Steven Spielberg sobre Tintín. La incesante controversia, desde que se anunció su realización, sobre el colaboracionismo nazi de Hergé (Georges Remi), el belga que escribió y dibujó la serie, ha llegado incluso a los tribunales, donde se decide en estos días si las historietas son racistas por las referencias a los congoleños en una de ellas, 'Tintín en el Congo'.
Sólo Spielberg, uno de los más célebres judíos del planeta, podía sobrevivir a esta campaña, cuyo aspecto más delicado, el comportamiento de Hergé durante la ocupación nazi de Bélgica, habría bastado para abortar el proyecto en manos de alguien con credenciales menos apabullantes, tanto artísticas como morales.

Confieso una parcialidad casi sin límites por Tintín. Pobló mi infancia de tres cosas que creo diametralmente opuestas a toda forma de prejuicio: la abolición de las fronteras (Tintín podía pasar de China, en 'El loto azul', a la imaginaria San Theodoros, una Bolivia disimulada, en 'La oreja rota' sin preocuparse demasiado por las cosas del Estado-nación); el rechazo al abuso de poder (por ejemplo la invasión de un país pequeño por otro más grande en 'El cetro de Ottokar'); y, la búsqueda constante de la verdad, que es a lo que el reportero peripatético dedica su vida junto a inolvidables personajes como el capitán Haddock, el professor Tornasol y los policías Hernández y Fernández. Me cuesta imaginar materia más corrosiva para toda forma de totalitarismo y arma más letal contra toda clase de conformismos que el entrañable muchacho del mechón rojizo.
¿Cuál fue el crimen de Hergé? No fue hacer suya, en 'Tintín en el Congo' y muy pocas veces más, algunos estereotipos de la época que no eran lo central en la historia (luego renegó de esa creación). Tampoco haber sido un católico conservador, como lo era la inmensa mayoría de Bélgica, empezando por el periódico, 'Le Vingtième Siècle', dirigido por el abate Wallez, donde el autor estrenó el cómic que se volvería una leyenda. Su crimen, supongo, fue no ser un héroe de la Resistencia: vivir bajo la ocupación alemana sin mover un dedo contra el invasor y eludiendo minuciosamente toda referencia política durante algo más de cuatro años, cuando se publicaron quizá las series más famosas, 'El cangrejo de las pinzas de oro', 'El secreto del unicornio' y 'El Tesoro de Rackham el Rojo' (las tres, hummm,  en que se inspira la película de Spielberg).
En efecto, como el Rey Leopoldo, que animó a sus compatriotas a aceptar el imperio nazi, Hergé se recluyó en 'Le Soir', diario controlado por los alemanes, y aceptó dibujar y escribir evasiones de la imaginación para disimular el horror. Esas evasiones son a un tiempo sus mejores creaciones y un monumento a la indiferencia política. Yo también hubiese preferido a un héroe –mejor aun: a un mártir- porque en ciertas ocasiones es casi inmoral no serlo. Pero de allí a acusarlo de dar su caución a lo que sucedía hay un trecho demasiado grande. No, Hergé no fue nunca pro nazi (su burla del dictador Müsstler, híbrido de Hitler y Mussolini, poco antes de la ocupación así lo atestigua). Más bien, un conservador genial y, como la mayoría de especie, con no poco de cobarde.
Me alegro de que Spielberg haya realizado la película en 3D usando las técnicas de 'motion capture' que usó Cameron en 'Avatar' para digitalizar a los actores convirtiéndolos en imágenes animadas por computadora. Aunque, como dice Spielberg, lo que importa no es eso sino la historia que se cuenta, hay una cierta justicia poética en dar a estos personajes un trato tecnológico multidimensional porque Hergé tambien lo fue a pesar de que la controversia política se empeña en reducirlo a una dimensión única y simplista. Aconsejo a quienes quieran explorar al verdadero personaje que fue Hergé leer la biografía escrita por Harry Thompson, que ha sido reeditada hace poco. Allí se verá que su única ideología fue realmente la de los boy scouts, a los que perteneció de chico y que informaron sus valores (y resultaron determinantes para la creación de Tintín).
Descubrirán también la fascinante historia de su padre y su tío, dos gemelos hijos de una criada en un castillo que frecuentaba el rey, y de un progenitor desconocido que pudo ser un aristócrata (o, a decir de las malas lenguas, el propio monarca). El apellido, Remi, se lo dio al padre de Hergé el jardinero y todos acabaron expulsados por la dueña un tiempo después. La relación entre estos antecedentes biográficos y la historia de 'El Tesoro de Rackham el Rojo', en la que los justicieros encuentran lo que buscan en un castillo que había sido invadido por villanos, es sumamente interesante.
Gracias a Spielberg, Tintín parece haber sobrevivido a la más escalofriante de todas sus aventuras: la corrección política.

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