Raúl Benoit
Cada mañana me enfundaba mi revólver magnum 357 y revisaba la munición para asegurarme que tenía suficientes recargas para responder en caso de ataque.
Cuando vivía en Colombia suponía que estar armado era mi mayor seguridad, pero un día descubrí que no era cierto y que en cualquier momento sería un problema más que una solución, porque las armas tienen un efecto perturbador en las personas y traen consecuencias lamentables en quien las usa, aunque sea en defensa personal.
Ahora que resido fuera de mi país, recuerdo el alivio que sentí al haberme liberado donándolas al alcalde de Bogotá, en ese entonces, Antanas Mockus, para que hiciera un monumento a la paz con el metal derretido.
Aquella vez prometí jamás volver a usarlas, más aún con las noticias sangrientas que he cubierto siendo periodista en los Estados Unidos donde hay accidentes frecuentes con balas perdidas o hechos horrendos de personas que deciden vengarse del mundo asesinando inocentes, cuando se cansan de exterminar venados.
Jugar a matar es una práctica arraigada en esta nación. Los videojuegos llevan a los niños a un estado enfermizo en donde se apologiza el crimen y algunos padres se enorgullecen de instruirlos para disparar en la vida real.
Esta semana quedé pasmado al saber que en Estados Unidos hay más de 55 mil tiendas que venden armas de manera libre y se llevan a cabo 220 ferias anuales para promoverlas.
Cualquier persona con una licencia de conducir las compra sin dificultad; incluso, desde la comodidad de su hogar, puede pedir un AK-47, prohibido por la ley de control de Armas de 1968. Se lo mandan por correo. Los vendedores europeos les hacen pequeñas modificaciones para convertirlos en rifles deportivos y así evadir la ley.
El gobierno de Estados Unidos solapa el tráfico de armas, por temor a perder votantes, porque este es un país armamentista y guerrerista. Los ciudadanos se encubren en las libertades individuales y exigen el derecho a comprar armas para protegerse de enemigos imaginarios.
En la mayoría de los estados no hay límite para que un individuo las obtenga. Solo en Maryland, Nueva Jersey y Virginia se aprobó una ley que restringe a un arma por persona cada mes.
El Centro Brady, grupo que trabaja para Detener la Violencia Armada, aconseja extender esta ley en toda la nación, lo que limitaría la estrategia de los carteles de la droga mexicanos y centroamericanos, que adquieren cientos de armas a través de “compradores hormiga” en estados como Texas, Arizona y Nuevo México.
Los narcotraficantes reclutan jóvenes que por dinero fácil prestan su nombre en la compra de armas, sin medir las dimensiones de la tragedia que están causando en otras familias.
Pero la muerte también está cerca y este país no escarmienta. El pasado jueves 8 de diciembre, un hombre mató a un policía y se suicidó en un ataque a bala en la universidad de Virginia Tech. En ese mismo lugar, el 16 de abril de 2007, un estudiante surcoreano asesinó a más de 30 personas y después se inmoló.
Las armas no son juegos de niños ni de adultos. Para que el rechazo a la violencia comience en casa, aconsejo que esta navidad las proscribamos de los regalos.
Cuando vivía en Colombia suponía que estar armado era mi mayor seguridad, pero un día descubrí que no era cierto y que en cualquier momento sería un problema más que una solución, porque las armas tienen un efecto perturbador en las personas y traen consecuencias lamentables en quien las usa, aunque sea en defensa personal.
Ahora que resido fuera de mi país, recuerdo el alivio que sentí al haberme liberado donándolas al alcalde de Bogotá, en ese entonces, Antanas Mockus, para que hiciera un monumento a la paz con el metal derretido.
Aquella vez prometí jamás volver a usarlas, más aún con las noticias sangrientas que he cubierto siendo periodista en los Estados Unidos donde hay accidentes frecuentes con balas perdidas o hechos horrendos de personas que deciden vengarse del mundo asesinando inocentes, cuando se cansan de exterminar venados.
Jugar a matar es una práctica arraigada en esta nación. Los videojuegos llevan a los niños a un estado enfermizo en donde se apologiza el crimen y algunos padres se enorgullecen de instruirlos para disparar en la vida real.
Esta semana quedé pasmado al saber que en Estados Unidos hay más de 55 mil tiendas que venden armas de manera libre y se llevan a cabo 220 ferias anuales para promoverlas.
Cualquier persona con una licencia de conducir las compra sin dificultad; incluso, desde la comodidad de su hogar, puede pedir un AK-47, prohibido por la ley de control de Armas de 1968. Se lo mandan por correo. Los vendedores europeos les hacen pequeñas modificaciones para convertirlos en rifles deportivos y así evadir la ley.
El gobierno de Estados Unidos solapa el tráfico de armas, por temor a perder votantes, porque este es un país armamentista y guerrerista. Los ciudadanos se encubren en las libertades individuales y exigen el derecho a comprar armas para protegerse de enemigos imaginarios.
En la mayoría de los estados no hay límite para que un individuo las obtenga. Solo en Maryland, Nueva Jersey y Virginia se aprobó una ley que restringe a un arma por persona cada mes.
El Centro Brady, grupo que trabaja para Detener la Violencia Armada, aconseja extender esta ley en toda la nación, lo que limitaría la estrategia de los carteles de la droga mexicanos y centroamericanos, que adquieren cientos de armas a través de “compradores hormiga” en estados como Texas, Arizona y Nuevo México.
Los narcotraficantes reclutan jóvenes que por dinero fácil prestan su nombre en la compra de armas, sin medir las dimensiones de la tragedia que están causando en otras familias.
Pero la muerte también está cerca y este país no escarmienta. El pasado jueves 8 de diciembre, un hombre mató a un policía y se suicidó en un ataque a bala en la universidad de Virginia Tech. En ese mismo lugar, el 16 de abril de 2007, un estudiante surcoreano asesinó a más de 30 personas y después se inmoló.
Las armas no son juegos de niños ni de adultos. Para que el rechazo a la violencia comience en casa, aconsejo que esta navidad las proscribamos de los regalos.
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