Por George Reisman.
A los
manifestantes de Ocupa Wall Street se les permitió permanecer en el Parque
Zuccotti de Nueva York durante dos meses, contra la voluntad de sus
propietarios privados. Eran claramente allanadores, de hecho muchos peores que
los allanadores de jardines que normalmente se van pronto. Estaban preparados
para quedarse indefinidamente. En la práctica, estaban literalmente intentando
robar al parque a sus legítimos propietarios.
Sin
embargo, se les permitió quedarse, creyendo que echarlos de alguna forma
constituye una violación a su libertad de expresión. Se han apropiado del
parque para denunciar el capitalismo. Echándolos se habría acabado su uso del
parque para este fin y por tanto, de acuerdo con casi todos con voz pública,
desde el alcalde de Nueva York al último reportero, habría violado su libertad
de expresión.
Una
lección importante a aprender de la ocupación es que apenas nadie hoy entiende
el significado de la libertad de expresión. Al contrario de la opinión que
prevalece, la libertad de expresión no es la capacidad de decir cualquier cosa
y en cualquier lugar. La libertad real de expresión es coherente con el respeto a los derechos de propiedad.
Supone que el que habla tiene el consentimiento de los dueños de cualquier
propiedad que emplee al hablar, como el terreno, el sistema de sonido o el
local o el estudio de radio o televisión que utilice.
Si los
propietarios del Parque Zuccotti hubieran invitado a los manifestantes a
acampar es su terreno y expresar sus ideas y luego la policía les hubiera
expulsado, la libertad de expresión de los manifestantes se habría violado
realmente. Pero no fue el caso. La única violación real de una libertad actual
fue la violación de los manifestantes de la libertad de los propietarios del
Parque Zuccotti a utilizar su propiedad para sus propios fines. Los
manifestantes no violaron concretamente la libertad de expresión de los
propietarios, pero indudablemente sí violaron la libertad en general con
respecto al uso del Parque Zuccotti. Si los propietarios quisieran invitar a
otra persona o grupo para hablar, entonces los manifestantes habrían violado
concretamente la libertad de expresión por medio de su presencia y actividades.
Sin
embargo, por la lógica de la visión que prevalece hoy de la libertad de
expresión, los manifestantes en el futuro serán capaces de entrar en aulas o
apropiarse de estaciones de radio y televisión para enviar su mensaje y luego
proclamar que su libertad de expresión se ha visto violada cuando la policía
vino a expulsarlos, aunque la policía en esos casos estaría realmente actuando
precisamente para mantener la
libertad de expresión. De hecho, desde los días del llamado Movimiento Libertad
de Expresión en Berkeley, en la década de 1960, las interrupciones de discursos
realizados por invitados se han producido repetidamente en las universidades,
en nombre de la supuesta libertad de expresión de los reventadores. No se ha
prestado atención a la verdadera violación de la libertad de expresión de los
oradores invitados.
La visión
predominante de la libertad de expresión es una gran amenaza para la libertad
de expresión. No solo proporciona justificación para violaciones reales de la
libertad de expresión del tipo recién mencionado, sino asimismo hace que la
libertad de expresión parezca ser un enemigo
fundamental de la comunicación racional. Los oradores no pueden dirigirse a
las audiencias, los profesores no pueden enseñar a los alumnos si se permite
eternizarse a los reventadores y luego esconderse tras la afirmación de que los
hacen en nombre de la libertad de expresión. Si la visión predominante de la
libertad de expresión fuera correcta, la capacidad de los oradores de hablar y
de los profesores de enseñar requeriría aceptar el principio de la necesidad de
violar la libertad de expresión.
Por
supuesto, la visión predominante es completamente incorrecta. La verdadera
libertad de expresión, basada en el respeto a los derechos de los propietarios
a usar a utilizar su propiedad como les parezca, es la garantía de una comunicación racional. Si se respetaran los
derechos de propiedad de los dueños de parques, aulas y estaciones de radio y
televisión, los reventadores serían expulsados y muy pronto no se preocuparían
ni de aparecer. La comunicación racional se produciría entonces sin incidentes.
Defender
la libertad de expresión y la comunicación racional requiere una política de
intolerancia con la ocupación de propiedad contra la voluntad de sus dueños.
Cualquier ocupación así es una violación de la libertad de los propietarios,
incluyendo su libertad de expresión. Los ocupantes-manifestantes son enemigos
de la libertad, incluyendo, sobre todo, la libertad de expresión.
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