Silencioso por sobre todo, el Mossad, el servicio de
inteligencia exterior de Israel, ha dejado pocas pero profundas huellas
en la historia chilena. Pese a que el país no es un centro de
operaciones para Israel ni figura dentro de sus principales
preocupaciones, sí está permanentemente al tanto de lo que aquí ocurre.
por Carlos Basso Prieto, La Huella, 2001.
Esta
nota, por ejemplo, pasará a formar parte de los dossiers de prensa que
periódicamente recolecta el encargado militar de la Embajada en
Santiago, que si bien no es un integrante del Mossad, generalmente es un
experto en inteligencia (hay más de siete agencias de inteligencia en
Israel).
Miembros del Mossad, de hecho, no hay en Chile, pues sus
agentes operativos -los llamados "katzas"- no son más de 40. Son
entrenados durante dos años en Tel Aviv y luego quedan a disposición de
su servicio para ejecutar funciones en cualquier parte del mundo, aunque
estas generalmente se han concentrado en Medio Oriente y Europa.
Pese
a estos números aparentemente pobres, en realidad el Mossad cuenta con
cientos de miles de ayudistas -en la jerga de la inteligencia chilena-
que son conocidos como "sayanin". Se trata de judíos residentes en
distintos países, los cuales proporcionan auxilio en lo que sea: dinero,
la obtención de documentos, vehículos o cualquier elemento necesario
para una operación. Son cerca de una docena de "sayanin" los que se
estima que el Mossad tiene en forma activa el Mossad en Chile y son
ellos quienes periódicamente envían informes a la embajada capitalina,
básicamente sobre actividades neo nazis y pro palestinas, así como de
actualidad política nacional.
Uno de los puntos permanentes de
mirada de los “sayanin” locales, así como de las autoridades de la
embajada de Santiago, son los movimientos de simpatizantes del
movimiento shiíta Hezbolláh, cuyos nexos en Iquique recién se están
haciendo públicos, pero que son conocidos hace mucho tiempo.
Tampoco
es para nadie un misterio que tienen una atención permanente sobre las
actividades de la embajada de Irán en Santiago, sobre todo luego de que
en 1992 se produjera el atentado explosivo que destruyó la embajada de
Israel en Buenos Aires, cuando 8 diplomáticos iraníes estacionados en
Argentina fueron trasladados a Chile, luego de lo cual se les perdió el
rastro. Actualmente, esos diplomáticos son los principales sospechosos
del atentado, lo que se confirmó cuando un tiempo después de éste, en un
discurso televisado el ayatola Ali Akbar Meshkeni calificara como un
acto “positivo” el bombazo, que dejó 24 muertos, el cual dijo
–equivocadamente, toquemos madera- había sido cometido en Chile.
Los
“sayanin” locales se encuentran repartidos entre las comunidades judías
de Santiago, Concepción y Valparaíso y pese a que ninguno de ellos ha
actuado operativamente, es bien sabido en los círculos locales que
cuentan con cierto grado de instrucción en combate e inteligencia.
Debido a la formación casi militar de quienes participan en actividades
pro sionistas, cuando requieren cobertura de seguridad para sus actos
–por ejemplo, la celebración del día de Yom Kippur- generalmente se
relacionan con la Dipolcar de Carabineros, en detrimento de
Investigaciones.
El Mossad puso su atención en Sudamérica a fines
de los años 50, cuando además de su preocupación por el tema palestino,
estaba la caza de criminales nazis. Famosa es la historia de Adolf
Eichmann, secuestrado en Buenos Aires en 1960 por un comando del Mossad
(y luego ejecutado en Israel), así como la persecución que este servicio
realizó durante varios años en contra de Joseph Mengele,
infructuosamente.
Menos conocida, sin embargo, es la actuación
del Mossad en el Gobierno Militar. Víctor Ostrovsky, un "katza" que
desertó a principios de los años 80, asegura que a fines de 1975 la
inteligencia naval de Israel averiguó que Egipto había comprado misiles
Exocet.
Como sabían que Francia no se los vendería -porque los
copiarían- los israelíes decidieron buscar afuera alguien que les
vendiera la cabeza de un misil, y así saber a qué se estaban
enfrentando.
De este modo, se efectuó un estudio de los países que
estarían en condiciones de hacer el negocio... y se eligió a Chile. Para
ello, uno de los más altos agentes del Mossad, Nahum Admony, negoció
personalmente con Manuel Contreras la adquisición de una cabeza de
Exocet. A cambio de ella, un grupo selecto de oficiales y suboficiales
de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) recibió adiestramiento
de elite de parte de las fuerzas de seguridad israelíes.
De
hecho, pese a cualquier cosa que se pudiera pensar, las relaciones entre
el Gobierno Militar y el país judío siempre fueron al menos
nominalmente buenas. Cuando se produjo la desaparición del judío
norteamericano (nacido en Rusia) Boris Weisfeiler, quien se perdió en
las cercanías de San Fabián de Alico, en 1985, muchos apostaron -y
siguen haciéndolo- a que se trataba de un agente del Mossad siguiendo la
pista de algunos criminales de guerra nazi, sujetos que a esas alturas
de la historia la verdad es que no eran precisamente una preocupación
para el dicha agencia.
“Katza” no pudo haber sido, pues nunca
estuvo en Israel para recibir el adiestramiento requerido, aunque sí es
probable que fuera un “sayanín”. Pese a ello, su hermana Olga lo niega
rotundamente y se basa en hechos, como que no era un judío practicante,
para asegurar que eso es imposible y que sólo se trataba de un doctor en
matemáticas al cual le gustaba excursionar solo y en lugares apartados.
Como
fuera, tras su desaparición el Mossad efectuó una serie de discretas
averiguaciones. Según el periodista chileno Osvaldo Muray, un oficial de
ese servicio incluso se reunió con los líderes de las Colonia Dignidad,
quienes le aseguraron que no tenían nada que ver. Si bien lo anterior
puede sonar ilógico, no es fácil olvidar que los colonos se presentan a
sí mismos como perseguidos de la guerra y fotos de Ana Frank adornan las
paredes del casino que poseen en la comuna de Bulnes, en la Octava
Región. De hecho, los germanos se jactan de haber mantenido excelentes
relaciones con el famoso cazanazis Simón Wiesenthal. Curioso, al menos,
porque fue él mismo quien aseguró en 1980 que en la colonia se escondía
nada menos que Mengele (lo que posteriormente negó haber dicho al
prestigioso diario The Washington Post, que había publicado sus
declaraciones).
Sean ciertas o no las relaciones de los
habitantes del enclave con la inteligencia israelí, uno hecho que
reafirma las buenas relaciones entre las inteligencias chilena y judía
en esos años es que cuando un suboficial del Ejército anónimo llegó al
consulado de Estados Unidos en 1986, denunciando que Weisfeiler había
sido secuestrado por una patrulla del Ejército que prestaba cobertura de
seguridad a la colonia (según él, Schäfer y sus huestes staban
esperando allí a Joseph Mengele y tomaron al extranjero por un espía del
Mossad), el informante comentó que ante ello pensó ir a la Embajada de
Israel, pero que luego prefirió no hacerlo debido a las buenas
relaciones entre esa repartición y la desaparecida Central Nacional de
Informaciones.
LAS UVAS ENVENENADAS
Uno de los personajes
más polémicos de la historia del Mossad ha sido Ari Ben Menashe, un alto
oficial de esa entidad que estuvo 11 meses preso por su participación
en el escándalo Irán-Contras, en el cual actuó vendiendo armas a diestra
y siniestra junto al coronel norteamericano Oliver North.
Según
relata Gordon Thomas en su libro “Los espías de Gideon” (traducido al
español como “Mossad”), uno de los implicados en el caso Irán-Contras
fue Amiram Nir, asesor del primer ministro en antiterrorismo. Este
falleció en un extraño accidente de aviación acaecido luego que Ben
Menashe lo visitara en Londres en 1988, para preguntarle qué iba a decir
cuando fuera llamado a declarar en el juicio contra North.
La
respuesta de Nir fue que comprometería seriamente a Israel en el
escándalo, así como a los gobiernos de Sudáfrica y Chile. Tras ello, el
30 de noviembre de 1988, Nir viajó a México, donde representaba una
firma productora de paltas. El avión se accidentó y él falleció.
El
1 de diciembre, es decir dos días después, Thomas cuenta que “Ari Ben
Menashe salía de una oficina de correos en el centro de Santiago de
Chile. Iba acompañado por dos guardaespaldas, que ahora consideraba
necesarios para su protección. De repente, ’la vitrina que acababa de
pasar se hizo trizas. Luego algo se incrustó en el maletín metálico que
llevaba. Los dos guardaespaldas y yo nos echamos cuerpo a tierra al
darnos cuenta de que alguien nos disparaba”.
Thomas, un
periodista preocupado de Bin Laden, el terrorismo nuclear y otras cosas
por el estilo, no arroja mayores luces sobre el asunto en el libro. Ben
Menashe, ahora un exitoso asesor en materias de seguridad radicado en
Canadá, contactado por este medio, simplemente no contestó las preguntas
que se le formularon, la más obvia e intrigante de las cuales es qué
hacía en Santiago.
Un esbozo de respuesta, sin embargo, lo aportó
él mismo en su libro “Ganancias de guerra: al interior de la red de
armas Israel-Estados Unidos”.
En uno de sus capítulos, relata que
tras la derrota de Pinochet en el plebiscito del 5 de octubre de 1988,
se agudizaron las diferencias entre el ahora desaforado senador y el
general Fernando Matthei, el primer integrante de la junta en reconocer
el triunfo del “No”. Uno de los de motivos de las diferencias –asegura-
es que Matthei estaba empeñado en detener lo que llama “tráfico de armas
no convencionales y químicas” a Irak. Bien es sabido que Carlos Cardoen
vendió bombas de racimo a Saddam Hussein en los años 80, justo cuando
Estados Unidos proveía de todo tipo de armas a quien luego sería su
bestia negra en los años 90. Mucho se ha rumoreado además sobre el tema
de las armas químicas, pero ello ha sido desmentido en todos los tonos
(lo que no significa, por supuesto, que sea falso).
De acuerdo a
la versión de Ben Menashe, él también estaba intentado lo mismo, debido
al peligro que Irak significaba para su país, lo que enfureció a la CIA,
deleitada con el comercio con su entonces socio (calidad que en menos
de un año cambió en 180 grados). Debido a ello, el ex agente del Mossad
culpa al entonces director de la CIA, Robert Gates, de haber planificado
el envenenamiento de las uvas chilenas en el puerto de Filadelfia, en
1989, lo que significó pérdidas por 800 millones de dólares al país,
debido a la prohibición de exportar. Esta restricción, asegura Ben
Menashe, sólo se levantó una vez que Matthei –históricamente ligado a
los agricultores y lejos la figura más moderada de la Junta de Gobierno-
perdió todas sus influencias.
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