por Jim Powell
Jim Powell es académico titular del Cato Institute y autor de FDR’s Folley, Bully Boy: The Truth About Theodore Roosevelt’s Legacy y Greatest Emancipations.
El presidente Obama es un hombre inteligente que cree que las grandes
fortunas son un problema social y que la gente común y corriente
estaría mejor si las fortunas fuesen considerablemente reducidas a
través de los impuestos. Recientemente se inspiró en Theodore Roosevelt,
otro hombre inteligente que tenía una opinión similar, completamente
malinterpretó lo que estaba sucediendo en la economía y activamente la
perturbó.
Theodore Roosevelt (TR) fue el hombre que, en 1906, alentó a los
progresistas a promover un impuesto federal sobre la renta luego de que
hubiera sido rechazado por la Corte Suprema y dado por muerto. Declaró
que “no se puede decir suficiente en contra de los hombres de grande
riqueza”. Prometió “castigar a ciertos maleantes de gran riqueza”.
Tal vez la opinión de TR se basaba en una era pasada en la que las
fortunas más grandes se hacían proveyendo lujos a los reyes, como
mueblería fina, tapices, porcelanas, obras de plata, oro y piedras
preciosas. Sin embargo, desde el auge del capitalismo industrial, las
fortunas más grandes generalmente se han hecho sirviendo a millones de
personas ordinarias. A uno se le vienen a la mente la fortuna Wrigley
hecha a base de chicle, la fortuna Heinz de pepinillos, la fortuna
Havemeyer de azúcar, la fortuna Shields de crema de afeitar, la fortuna
Colgate de pasta diente, la fortuna Ford de autos y, más recientemente,
la fortuna Jobs de Apple. TR heredó dinero de los negocios de
importación de vidrio y banca de su familia y tal vez su hostilidad a la
riqueza capitalista se debía a un sentimiento de culpa.
Como Obama, TR era un creyente apasionado en el Estado interventor —de
hecho fue el primer presidente en promoverlo desde la Guerra Civil. Él
dijo: “Creo en el poder…Si expandí considerablemente el uso del poder
ejecutivo…Las cuestiones más importantes las abordé sin consultarle a
nadie, ya que cuando una cuestión es de capital importancia, está bien
que esta sea abordada solamente por un hombre…No creo que se derive daño
alguno de concentrar el poder en las manos de un hombre”.
También como Obama, TR estaba casi totalmente enfocado en la política
—las personalidades, los discursos, la publicidad, etc. Parecía estar
preocupado acerca de un asunto económico solamente cuando este se
convertía en un gran problema, particularmente si era lo suficientemente
grande como para afectar su próxima elección. No había evidencia de
reflexiones a largo plazo que consideren lo que sucedería más allá de
las próximas elecciones. Ciertamente no había una concientización de las
consecuencias imprevistas.
Uno de los errores de TR fue el uso del razonamiento anecdótico. Él
rápidamente adoptaba opiniones que no representaban de manera precisa lo
que estaba sucediendo. Vio como se desarrollaban los grandes negocios y
concluyó que debían ser monopolios. Tenía la idea de que la economía
estadounidense estaba llena de monopolios y que un gobierno poderoso se
necesitaba para detenerlos. Estaba orgulloso de ser llamado un “rompe
monopolios”.
Bajo esta óptica, TR confundió el tamaño de los negocios con el tamaño
de los mercados. Muchos negocios eran grandes, pero los mercados eran
más grandes, estaban creciendo más rápido e incluso los negocios más
grandes estaban perdiendo participación en el mercado.
Lejos de ser monopolística, la economía estadounidense de la época de TR
era intensamente competitiva. Estaba sacando a millones de personas,
incluyendo a inmigrantes sin un centavo, de la pobreza. La tasa de
desempleo llegó a ser de 1,7 por ciento (1906). Aún así TR creía que su
misión era perturbar la economía. Nunca parecía considerar cómo sus
acciones afectarían a las personas comunes y corrientes.
Afortunadamente, no logró que se apruebe mucha legislación económica,
pero inició una tendencia que se aceleró después, especialmente durante
los gobiernos de Woodrow Wilson, Franklin Delano Roosevelt (primo lejano
de TR), Harry Truman, Lyndon Johnson, Richard Nixon e incluso Obama,
con sus evidentes consecuencias el día de hoy.
Si la economía estadounidense de verdad estaba llena de monopolios,
estos hubiesen restringido la producción para ejercer una presión al
alza sobre los precios. Eso es lo que los monopolios hacen, una razón
importante por la que a las personas no les gustan. Bueno, en el EE.UU.
de TR, la producción estaba aumentando y los precios estaban cayendo: lo
contrario de lo que uno esperaría si los monopolios fuesen abundantes.
Por ejemplo, la producción de acero aumentó de 1,3 millones de toneladas
en 1880 a 11,2 millones de toneladas en 1900, el año en que la
Corporación de Acero de EE.UU. fue establecida. La producción de acero
una década después fue de 28,3 millones.
Gracias en parte a los esfuerzos de John D. Rockefeller, la producción
de petróleo aumentó de 152 billones de unidades británicas de calor en
1880 a 369 billones en 1990 y a 1.215 billones en 1910, un año antes de
que la Corte Suprema de EE.UU. ordenara que su Standard Oil Company
fuese desmantelada.
Aunque la refinación de azúcar se decía que estaba en manos de
monopolistas, la producción se expandió de 1.900 millones de libras en
1880 a 4.800 millones de libras en 1900 y a 7.300 millones de libras en
1910.
Un índice de la Oficina del Censo para el valor de la producción de
alimentos avanzó de 1.679,4 en 1880 a 3.333 en 1900 y a 6.129 en 1910.
El índice de la Oficina del Censo para la ropa aumentó de 358,2 en 1880 a
817,4 en 1900 y a 1.408,3 en 1910.
Si los monopolios fuesen abundantes, uno esperaría que hubiesen menos y
menos negocios, conforme los sobrevivientes se tragaban a la
competencia y se volvían cada vez más grandes.
Pero la Oficina del Censo reportó que el número de empresas comerciales e
industriales en EE.UU. aumentó de 1,11 millones en 1890 a 1,17 millones
en 1900 y a 1,51 millones en 1910. La tasa de fracaso entre las
empresas comerciales industriales, y la obligación promedio por cada
fracaso, de hecho disminuyó entre 1890 y 1910.
Los precios bajaron, bajaron y bajaron —nuevamente, lo opuesto de lo que
uno esperaría si los monopolios fuesen abundantes. Como el economista
Stanley Lebergott indicó, “El petróleo se vendía entre $12 y $16 el
barril en 1860, pero por menos de $1 durante cada año entre 1879 y
1900”. John D. Rockefeller redujo el precio de su producto principal, el
kerosene, de 80 centavos el galón a 3 centavos. Fue el vendedor de
productos en rebaja más exitoso, el Wal-Mart de su época.
El costo de enviar productos a través de ríos, canales, vagones y
ferrocarriles también disminuyó. El Premio Nobel George J. Stigler
reportó que “el costo promedio por tonelada de carga enviada por
ferrocarriles había caído para 1887 en un 54 por ciento en relación a su
nivel de 1873, con todas las rutas tanto en las regiones orientales
como occidentales mostrando declives similares”. De igual forma, el
costo de enviar productos al extranjero cayó dramáticamente, gracias a
un mayor número de poderosos buques a vapor. Como consecuencia, los
productores podían ingresar en mercados distantes, socavando a los
monopolios locales.
Mientras que los precios caían, la calidad de los productos mejoraba.
Las empresas prosperaban estableciendo nombres de marca, porque la gente
naturalmente favorecía los productos en los cuales confiaba. Era mucho
más barato satisfacer a un cliente y conseguir fáciles negocios que
perder a clientes insatisfechos e incurrir en el alto costo de
reemplazarlos solamente para mantener las ventas. De esta manera se
explica el éxito de las marcas que empezaron a aparecer a finales de los
1800s, como la leche condensada Borden, los frejoles Van Camp, la sopa
Campbell, el cereal Kelloggs’, las carnes Swift y el polvo para hornear
Royal.
Los almacenes como Macy’s (Nueva York), Wanamaker’s (Philadelphia) y
Marshall Field’s (Chicago) prosperaron estableciéndose como comerciantes
respetados. Los clientes que tenían una buena experiencia era probable
que regresaran.
Las tiendas pertenecientes a una cadena competían de manera similar
ofreciendo más valor por el dinero de un cliente. La primera cadena
importante, la Atlantic & Pacific Tea Company, empezó a hacer
negocios en 1859 y para 1870 se había convertido en una cadena de
supermercados. Nueve años después, Frank W. Woolworth estrenó las
tiendas de “5 y 10 centavos” ofreciendo una amplia gama de artículos a
bajo costo.
Sears Roebuck, Montgomery Ward y otros negocios de ventas por correo
competían ofreciendo más opciones para personas que vivían en pequeños
pueblos con pocas tiendas. Los comerciantes de ventas por correo
descubrieron que los clientes estaban dispuestos a hacer un pedido con
personas que ellos nunca habían conocido sólo si había una garantía
creíble de que su dinero les sería devuelto si había algún problema.
Como era costoso administrar los productos devueltos, los negocios de
ventas por correo tenían el incentivo de tener en su inventario
productos de buena calidad que rara vez eran devueltos.
Los negocios basados en tecnologías viejas fueron desafiados por
negocios con nuevas tecnologías que hicieron posibles más capacidades,
mejor calidad y costos más bajos. El número de patentes emitidas
anualmente por la Oficina de Patentes de EE.UU. aumentó de 12.903 en
1880 a 24.644 en 1900 y a 35.141 en 1910, el año en que la patente
estadounidense número 1 millón fue emitida. TR vivió durante los buenos
tiempos de inventores prolíficos como Thomas Alva Edison, Alexander
Graham Bell, George Westinghouse, Gottlieb Daimler, George Eastman, Lee
de Forest, George Washington Carver, Charles Steinmetz y Orville y
Wilbur Wright.
La industria manufacturera tradicional y los centros financieros en el
noreste se enfrentaron a la competencia de las regiones central y
occidental de EE.UU. Grandes fortunas se hicieron en la región
occidental, proveyendo más competencia con la región oriental. Los
comerciantes Mark Hopkins, Collis P. Huntington y Charles Crocker se
unieron al abogado/político Leland Stanford e hicieron sus fortunas con
ferrocarriles y otros negocios. El empresario nacido en Irlanda John
William Mackey hizo su fortuna en las minas de plata de Nevada, la cual
utilizó para crear el Banco de Nevada y financiar el posicionamiento de
los cables transatlánticos. George Hearst acumuló su fortuna gracias a
las minas de plata en Nevada y en Utah, a las minas de oro en Dakota del
Sur y a las minas de cobre en Montana.
Las empresas de Wall Street tuvieron mucha competencia. El capital
necesario para expandir negocios al occidente del país en su gran
mayoría vino de ganancias corporativas retenidas y de fuentes locales.
Muchos manufactureros de la región central establecieron bancos que se
convirtieron en potencias regionales. Las cámaras de compensación
bancaria de Chicago y de St. Louis crecieron cuatro veces más rápido que
las empresas de Wall Street.
De manera que una abrumadora evidencia sugiere que a pesar de la guerra
de clases de TR y otros progresistas, el monopolio era una ilusión. Ida
M. Tarbell, la periodista especializada en escándalos que se convirtió
en la enemiga más famosa de John D. Rockefeller, parecía representar la
opinión de los productores de costo más alto —como su hermano William
Walter Tarbell de Pure Oil Company— frustrados por la habilidad de
Rockefeller de vender a precios más bajos que ellos. Seguramente, ni
Tarbell ni otros periodistas especializados en escándalos alguna vez
parecieron haber solicitado la opinión de los consumidores acerca de los
capitalistas que estaban mejorando su calidad de vida.
En todo caso, el argumento de TR en contra de Standard Oil no llegó a
comprobarse. Los mejores esfuerzos de Rockefeller no pudieron prevenir
que surgieran nuevos competidores, en parte porque eran más rápidos para
aprovecharse de los recientemente descubiertos campos petroleros. Entre
los competidores estaban Tide-Water Pipeline Company (c. 1880), Sun Oil
(1890), Union Oil Company of California (1890), Pure Oil (1895),
Associated Oil of California (1901), Texaco (1902) y Gulf Oil (1907).
Conforme Standard Oil se expandió al extranjero, se encontró con más
competidores con bolsillos profundos. Durante los 1870s, los hermanos
Nobel de Suecia y los Rothschilds de Inglaterra empezaron a desarrollar
los ricos campos petroleros en Baku, Rusia. Marcus Samuel, quien empezó
su carrera vendiendo conchas de mar en Londres, concibió la idea de
construir tanqueros que podrían enviar petróleo ruso de manera segura a
través del Canal de Suez hacia Bangkok y Singapur, pudiendo así superar
el precio de Standard Oil. Luego ayudó a sacar provecho de los campos
petroleros descubiertos en Sumatra —construyó la Shell Oil Company. El
petróleo de Sumatra también ayudó a lanzar la empresa petrolera Royal
Dutch. Standard Oil perdió participación tanto en el mercado
internacional como en el doméstico.
El caso antimonopolio de TR fue presentado en 1906 y la Corte Suprema
emitió su decisión en 1911, luego de que él se había ido de la Casa
Blanca. Los jueces no presentaron a Standard Oil como un monopolio que
explotaba a la gente cobrando precios altos, dado que incluso Tarbell
había reconocido que la empresa vendía a precios bajos. Debía ser
desmantelada la empresa porque sus subsidiarias no competían entre
ellas, pero la subsidiarias y la familia Rockefeller continuaron
prosperando.
Desde ese entonces varios estudios han fracasado en encontrar evidencia
de tendencia alguna hacia un monopolio en EE.UU. En las industrias
automotriz, de acero, de textiles, de moda, de energía, de
telecomunicaciones, de computadoras, de electrodomésticos y tantas otras
industrias, las principales empresas han perdido su dominio conforme
los mercados se expandieron, los gustos de los consumidores cambiaron,
nuevas tecnologías se desarrollaron y los proveedores extranjeros
ingresaron al mercado. Estos días, uno es más probable que escuche
quejas acerca de la globalización —la competencia extranjera— que acerca
del monopolio. Ahora el tipo más común de acción antimonopolio es un
caso privado, comúnmente iniciado por empresas con costos más altos que
están sufriendo en el mercado y esperan extorsionar un acuerdo rentable
de sus rivales de costos más bajos.
Tal vez porque TR creció durante uno de los periodos más prósperos de
EE.UU., él no lo apreció. Demonizó a los inversionistas y empresarios
exitosos, imaginando que no habrían consecuencias adversas. Ese es un
lujo que Obama no se puede dar, dado que la economía ha empeorado bajo
su liderazgo. Aún así él parece creer que nada malo es culpa suya, una
afectación progresista que comparte con TR.
Sería más prudente reconocer que una economía próspera es la mejor
manera de mejorar la vida de las personas y una economía puede soportar
una serie de golpes políticos antes de que los problemas serios se
vuelvan evidentes.
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