por Johan Norberg
Johan Norberg es académico asociado del Cato Institute y autor del libro In Defense of Global Capitalism (Cato Institute, 2003).
Sabían exactamente lo que querían cuando vinieron a Bruselas.
La canciller de Alemania Angela Merkel quería prevenir la próxima crisis con la ayuda de reglas presupuestarias estrictas. El presidente francés Nicolas Sarkozy
quería permitir la próxima crisis asegurando préstamos sinsentido. Sin
embargo, cerca de la actual crisis que está desgarrando a Europa ninguno
de los dos tuvo algo que decir.
Una vez más, los líderes de la Unión Europea (UE) una vez más han aportado un grandioso y tibio fiasco —por segunda vez en seis semanas.
En la cumbre anterior, que también fue considerada como “la última oportunidad” para salvar al euro, se tomaron tres medidas: Grecia
obtuvo una reducción de su deuda; los bancos podrían fortalecerse con
capital nuevo; y la UE aumentaría el fondo de emergencia para respaldar a
los países en problemas atrayendo otros inversionistas, incluyendo a
China. Las tres medidas fracasaron o empeoraron la crisis.
Así que a principios de este mes una vez más tuvimos “la última
oportunidad” para rescatar al euro y a Europa. Realmente pudieron haber
hecho las cosas bien esta vez. Grecia podría haber sido declarada en
bancarrota y recibido una verdadera condonación de su deuda que hubiese
posibilitado un nuevo inicio. Al mismo tiempo, países como Italia y
España podrían haber desarrollado planes claros, sustanciales y de largo
plazo para poner sus presupuestos en orden de tal manera que los
inversionistas estuviesen seguros de que estos países podrían pagar sus
deudas. Tal vez eso hubiera convencido al resto del mundo de que puede
ser lucrativo invertir en esos países.
Los planes deberían haberse enfocado no tanto en los inmediatos
recortes de gasto y aumentos de impuestos, los cuales podrían socavar el
crecimiento todavía más durante una recesión, y más en aumentar la edad
de jubilación y eliminar las casi medievales regulaciones que
obstaculizan el crecimiento económico. Además, la UE podría haber tomado
pasos hacia un libre comercio en servicios, lo cual hubiese sido
crucial para recuperar el dinamismo económico. Sin crecimiento, las
obligaciones actuales pronto se volverán completamente inmanejables e
incluso Italia y España acabarán deslizándose hacia la bancarrota.
Sin embargo, países como Francia y Alemania han preparado un plan para
rescatar al sistema financiero que está basado en el principio de que
los propietarios y ejecutivos de los bancos mal manejados perderán y el
Estado simplemente proveerá capital a cambio de propiedad y dividendos
en el futuro. Pero en la cumbre de la UE del 8 y 9 de diciembre, la
gente hablaba de cualquier cosa menos de este plan. El enfoque estaba en
limar las contradicciones entre la posición alemana y la francesa —se
podría decir entre aquella de ahorrar y aquella de gastar.
Francia fue capaz de remover el requisito de que los bancos sean
responsables de algunas de sus pérdidas si sus préstamos a los gobiernos
no podían ser cancelados. Al mismo tiempo, una vez más ellos expresaron
que los fondos de rescate serían aumentados para que sea posible
enviarle más dinero a las economías mal administradas.
En cambio, Alemania logró que se restauren los límites al endeudamiento y
a los déficits presupuestarios del viejo pacto de estabilidad. Las
sanciones en contra de los países que los violen deberían ser aplicadas
de manera más automática esta vez, pero todavía pueden ser eludidas si
suficientes países prefieren que así sea.
El éxito francés encantará a aquellos que piensan que el gran problema
con la crisis de la deuda es que la deuda es demasiado pequeña.
El error más grande del proyecto europeo es la idea de que los bancos
nunca tuvieron que tener cuidado con sus préstamos porque si los hogares
se endeudaban tanto que los bancos se volvían insolventes los estados
los rescatarían. Y si lo estados prestaban tanto que se volvían
insolventes, Alemania los rescataría. Nunca se lo dijo francamente, al
contrario, dijeron que nunca ocurriría, pero el comportamiento del banco
central y de los políticos revela que esa siempre fue la idea. Por eso
es que los bancos europeos prestaron 750.000 millones de euros —una
cantidad que triplica el PIB de Suecia— a los cinco estados con las
peores crisis económicas sin hacer preguntas.
Ahora, Francia ha decidido que esta garantía implícita debería volverse
explícita. Ahora, cuando los bancos presten irresponsablemente, sin
esperanza alguna de recuperar su dinero, ya no será un descuido si no su
intención. Si obtienen ganancias, se las quedarán y si pierden dinero,
le podrán transferir esas pérdidas a los contribuyentes. Esta es la
manera de tomar una crisis aguda y convertirla en algo permanente. Pero a
cambio de esto, Alemania ha logrado que se adopten reglas de
presupuesto más estrictas, lo cual significa que los gobiernos deben
someter su presupuesto a la Comisión Europea o alguna institución
europea nueva para obtener una luz verde.
Es como darle a un hijo adolescente whisky y las llaves del carro, mientras que la mamá y el papá Merkozy lo siguen a todas partes para estar seguros de que no beba ni maneje. Es un sueño súper-burocratizado.
Podrían haber permitido que los países actúen libremente con el
requisito de que encuentren sus propios recursos para hacerlo. En
cambio, están nadando en el dinero de otros, pero se les previene abusar
de este mediante un sistema europeo burocrático de supervisión, cuya
efectividad no ha sido demostrada y que tiene poca legitimidad
democrática.
Francia y Alemania también han dicho que esto es solo el primer paso
hacia la coordinación de las políticas tributaria y laboral, así como
también de todo el marco regulatorio de Europa. Esto es nada más y nada
menos que la preparación para la unión política y fiscal que muchos
siempre creyeron que la unión monetaria implicaba.
Es una unión que las personas repetidas veces han demostrado que no
quieren y en contra de la cual han votado cada vez que se les ha dado la
oportunidad —pero una que los burócratas en Bruselas han dicho igual de
frecuentemente que todavía pretenden crear.
“Estoy seguro de que el euro nos obligará a crear una nueva serie de
herramientas de políticas públicas”, dijo el presidente de la Comisión
Europea Romano Prodi al Financial Times en 2001. “Es
políticamente imposible proponerlo ahora. Pero algún día habrá una
crisis y en ese momento crearemos las herramientas”, agregó.
Ahora estamos ahí. La crisis esperada se ha vuelto una realidad.
En cambio de resolver nuestra crisis, Paris, Berlín y Bruselas están
aprovechando la oportunidad para rehacer a Europa de tal manera que sea
tan políticamente impopular que se requiera una crisis para que todos se
alineen.
Sin importar cuán indignados puedan estar todos acerca del veto de David
Cameron a este proyecto, siempre fue absurdo imaginarse que Gran
Bretaña aceptaría una solución que involucre instituciones de la UE y
una distorsión y fortalecimiento de estas.
Debería ser igual de inconcebible que Suecia sea parte de esto.
Merkel y Sarkozy han fracasado en rescatar al euro. Su Plan B parece ser dividir a la Unión Europea.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario