Pearl Harbor, la Segunda Guerra Mundial y una lección para el presente Mike Brownfield

 Hace 70 años un día como hoy, el presidente Franklin D. Roosevelt se dirigió ante una sesión conjunta del Congreso y pidió una declaración de guerra contra Japón después del devastador ataque contra Pearl Harbor acaecido un día antes.
Las palabras de Roosevelt fueron difundidas por radio a toda la nación y las repercusiones de las acciones de Estados Unidos se sentirían en todo el mundo — y en la historia. Las lecciones que Estados Unidos aprendió en esos días fatídicos deben recordarse incluso hoy.


Roosevelt señaló que el día del ataque de Japón sería “una fecha que vivirá en la infamia” y también prometió lo siguiente:

…aseguro que no sólo nos defenderemos hasta lo imposible, sino que nos aseguraremos de que esta forma de traición nunca más nos amenace nuevamente.
Hay hostilidades. No hay duda del hecho de que nuestro pueblo, nuestro territorio y nuestros intereses están en grave peligro.
Con la confianza en nuestras fuerzas armadas –con el ilimitado empeño de nuestro pueblo– alcanzaremos el inevitable triunfo, Dios mediante.

Esa tarde a las 4 p.m., Roosevelt firmó la declaración de guerra y el resto ya es historia. Mediante el increíble sacrificio y empeño de Estados Unidos, la nación y sus aliados ganaron la victoria, pero se logró pagando un increíble precio.
Igual que Roosevelt proclamaba que había “hostilidades” hace 70 años, esas palabras son ciertas hoy día. Estados Unidos encara amenazas domésticas y en el exterior — como bien nos lo recordaron el 11 de septiembre y con cada hombre y mujer de uniforme haciendo el sacrificio supremo en defensa de nuestras libertades. Las hostilidades que confrontamos hoy son diferentes a las que confrontaremos mañana y no hay forma de discernir qué desafíos puede haber a la vuelta de la esquina. Por esa razón, nuestros militares deben estar alerta, preparados, adecuadamente equipados y financiados para abordar todas las amenazas, externas o internas.
Lamentablemente, la capacidad de las fuerzas americanas para llevar a cabo de forma efectiva su misión está en peligro. Hoy hay algunos que querían ver que Estados Unidos volviese a una era de desvinculación a la vez que se recorta el gasto militar a peligrosos niveles. Bajo la Ley de Control Presupuestario (BCA), se recortará un billón de dólares del presupuesto militar en diez años. Esas reducciones vienen además de otras sucesivas rondas de profundas reducciones de los fondos y capacidades de la defensa que el Congreso y la administración Obama ya han implementado. Nuestra experta Mackenzie Eaglen explica que esos recortes minarán el poder e influencia de Estados Unidos en todo el mundo y reducirán la capacidad de nuestros militares a la hora de enfrentarse a futuras amenazas:

Las fuerzas armadas son una herramienta vital de la política exterior americana. Recortar el gasto de defensa sin una reducción de los compromisos de política exterior americana en todo el mundo no es sólo peligroso, sino también más caro a largo plazo que el mantener estables presupuestos de defensa. Una revisión de los roles y misiones no cambiará la política exterior americana: Sólo el presidente puede hacerlo. Que las fuerzas armadas tengan que pasar necesidades como parte de un plan de reducción del déficit puede salirle costando más a los contribuyentes en el futuro si hace que el país esté menos seguro e incrementa el riesgo de otro ataque terrorista o la probabilidad de que las fuerzas americanas se vean abocadas a alguna otra misión en el exterior.
La única forma responsable de financiar la defensa es identificar cuáles son los intereses nacionales vitales, preguntarse qué exigen para defender la nación y esos intereses, determinar qué capacidades militares se necesitan para lograrlo y sólo entonces crear un presupuesto de defensa congruente con la política exterior y de defensa de Estados Unidos.

Eaglen recomienda que el Congreso haga frente de forma responsable a la reducción de la deuda, con los intereses de seguridad de Estados Unidos en mente. Esto significa parar las actuales rondas de recortes de defensa, presupuestar responsablemente las necesidades y objetivos de la política exterior de Estados Unidos y eliminar el mecanismo automático de recortes en defensa que se le puso al acuerdo del límite de la deuda. Otras acciones que recomienda nuestra experta incluyen estabilizar las partidas presupuestarias de modernización de las fuerzas militares, promover decididamente las ventas militares en el extranjero e incrementar las exportaciones de materiales de defensa de última tecnología entre amigos y aliados y obligar al Departamento de Defensa a innovar incluso aunque los presupuestos se reduzcan.
Algunos quisieran hacer creer a los americanos que los recortes presupuestarios de defensa que exige la ley BCA reducirían sólo el nivel del aumento del presupuesto total de defensa. Aunque no es posible tener proyecciones presupuestarias precisas con la BCA, es algo seguro afirmar que el presupuesto total de defensa disminuirá bajo sus términos. Y esas son reducciones que los militares no pueden permitirse. Desde que el presidente Obama asumió su cargo, se han cancelado o retrasado más de 50 programas importantes de armamento por un valor de más de $300,000 millones. Añadido a esto, la administración le exigió a las fuerzas armadas que redujeran casi $600,000 millones más en los próximos 15 años. Eso fue incluso anterior a que la BCA entrase en vigor.
Esta no es forma de financiar un ejército o de cumplir con la obligación constitucional de “proveer la defensa común” como rol fundamental del gobierno federal. Esa obligación es tan importante ahora como lo era hace 70 años cuando Estados Unidos se enfrentó a uno de sus mayores desafíos. Tal como se hizo entonces, el Congreso y el presidente deberían garantizar que el gobierno federal cumpla con su responsabilidad hoy en día y financie plenamente a nuestras fuerzas armadas.