12 diciembre, 2011

Socialismo reaccionario

Por Ludwig von Mises

Desde los mismos inicios del movimiento socialista y los esfuerzos por revivir los políticas intervencionistas de las épocas precapitalistas, tanto el socialismo como el intervencionismo fueron completamente desacreditados a los ojos de los versados en teoría económica. Pero las ideas de los revolucionarios y reformistas encontraron la aprobación de la inmensa mayoría del pueblo ignorante movido exclusivamente por las pasiones humanas más poderosas de la envidia y el odio.

La filosofía social de la Ilustración que abrió el camino para la realización del programa liberal (libertad económica, consumada en la economía de mercado, o capitalismo, y su corolario constitucional, el gobierno representativo) no sugería la aniquilación de los tres viejos poderes: la monarquía, la aristocracia y la iglesia. Los liberales europeos buscaban la sustitución del absolutismo real por la monarquía parlamentaria, no el establecimiento de un gobierno republicano. Querían abolir los privilegios de los aristócratas, pero no privarles de sus títulos, sus escudos y sus propiedades. Querían garantizar a todos la libertad de conciencia y acabar con la persecución de disidentes y herejes, pero estaban dispuestos a dar a todas las iglesias y confesiones una completa libertad en la búsqueda de sus objetivos espirituales. Así que se mantuvieron los tres grandes poderes del antiguo régimen. Uno podría haber esperado que príncipes, aristócratas y clérigos que profesaban infatigablemente su conservadurismo estarían preparados para oponerse al ataque socialista contra la esencia de la civilización occidental. Después de todo, los heraldos del socialismo no escondían que bajo el totalitarismo socialista no habría espacio para lo que llamaban los restos de la tiranía, el privilegio y la superstición.

Sin embargo, incluso en estos grupos privilegiados el resentimiento y la envidia eran más intensos que enfrío razonamiento. Prácticamente se unieron a los socialistas olvidando el hecho de que el socialismo también buscaba la confiscación de sus pertenencias y que no podría haber ninguna libertad religiosa bajo un sistema totalitario.

Los Hohenzollern en Alemania iniciaron una política que un observador estadounidense calificó de socialismo monárquico.[1] Los autócratas Romanov de Rusia jugaron con el sindicalismo laboral como arma para luchar contra los esfuerzos “burgueses” de establecer un gobierno representativo.[2] En todos los países europeos los aristócratas estaban prácticamente cooperando con los enemigos del capitalismo. En todas partes los teólogos trataban de desacreditar el sistema de libre empresa y así, implícitamente, apoyando el socialismo o el intervencionismo radical. Algunos de los principales líderes del protestantismo actual (Barth y Brunner en Suiza, Niebuhr y Tillich en Estados Unidos y el último arzobispo de Canterbury, William Temple) condenan abiertamente el capitalismo e incluso atribuyen a los supuestos fallos de éste la responsabilidad de todos los excesos del bolchevismo ruso.

Uno puede preguntarse si Sir William Harcourt tenía razón cuando, hace más de 60 años, proclamaba: Todos somos ahora socialistas. Pero los actuales gobiernos, partidos políticos, maestros y escritores, ateístas militantes así como teólogos cristianos son casi unánimes en rechazar apasionadamente la economía de mercado y alabar los supuestos beneficios de la omnipotencia del estado. La próxima generación está creciendo en un entorno que está lleno de ideas socialistas.

La influencia de la ideología pro-socialista se aprecia en la forma en que la opinión pública, casi sin excepción, explica las razones que inducen a la gente a unirse a los partidos socialistas o comunistas. Al ocuparse de la política nacional, uno supone que, “natural y necesariamente”, los que no son ricos están a favor de programas radicales (planificación, socialismo, comunismo) mientras que solo los ricos tienen razones para votar por la preservación de la economía de mercado. Esta suposición da por sentado que la idea socialista fundamental de que el interés económico de las masas supone dañar la operación del capitalismo para beneficio único de los “explotadores” y que el socialismo mejorará el nivel de vida del ciudadano común.

Sin embargo la gente no pide socialismo porque sepa que el socialismo mejorará sus condiciones y no rechaza el capitalismo porque sepa que es un sistema perjudicial para sus intereses. Son socialistas porque creen que el socialismo mejorará sus condiciones y odian el capitalismo porque creen que las daña. Son socialistas porque están ciegos de envidia e ignorancia. Rechazan tercamente estudiar economía y desdeñan la devastadora crítica de los economistas de los planes socialistas porque, a sus ojos, la economía, al ser una ciencia abstracta, sencillamente no tiene sentido. Pretenden confiar solo en la experiencia. Pero rechazan no menos tercamente conocer los hechos innegables de la experiencia, a saber, que el nivel de vida del hombre común es incomparablemente superior en los Estados Unidos capitalistas que en el paraíso socialista de los soviéticos.

Al tratar de las condiciones en los países económicamente subdesarrollados la gente muestra el mismo razonamiento defectuoso. Piensan que estos pueblos deben simpatizar “naturalmente” con el comunismo porque se ven golpeados por la pobreza. Aunque es evidente que las naciones pobres quieren librarse de sus penurias. Al buscar una mejora de sus condiciones insatisfactorias, tendrían por tanto que adoptar el sistema de organización económica que garantiza mejor el logro de este fin: tendrían que decidirse a favor del capitalismo. Pero, engañados por las espurias ideas anticapitalistas, están dispuestos favorablemente al comunismo. Es de verdad paradójico que los líderes de estos pueblos orientales, viendo la prosperidad de las naciones occidentales, rechacen los métodos que hicieron próspero a Occidente y se embelesan con el comunismo ruso que es esencial para mantener en la pobreza a los rusos y sus satélites. Es aún más paradójico que los estadounidenses, disfrutando de los productos de las grandes empresas capitalistas, exalten el sistema soviético y consideren bastante “natural” que las naciones pobres de Asia y África deban preferir el comunismo al capitalismo.

La gente puede estar en desacuerdo sobre la cuestión de si todos tendrían que estudiar economía seriamente. Pero una cosa es cierta. Un hombre que habla o escribe públicamente acerca de la oposición entre capitalismo y socialismo y haberse familiarizado con todo lo que la economía tiene que decir acerca de estos temas es un charlatán irresponsable.





Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica, historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.

Este artículo está extraído de The Anti-Capitalistic Mentality (1956).

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