Para Ana, que sean muchos más
¿Qué pasó con la nueva clase política priista que representaba, que representa Enrique Peña Nieto? Hace poco más de un año, la decisión de que fuera Eruviel Ávila el candidato presidencial del PRI en el Estado de México, Roberto Sandoval en Nayarit, la propia designación como Humberto Moreira en la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PRI se interpretó, así lo dijimos muchas veces en este espacio, como la búsqueda de consolidar en torno a Peña Nieto, una nueva clase política. No renegaba el entonces gobernador del Estado de México del priismo tradicional, pero ya comenzaba a colocar a sus hombres y mujeres, a los que tuvieran un compromiso asumido claramente con el propio Peña, en las principales posiciones.
Así siguió ocurriendo hasta hace unas pocas semanas: Luis Videgaray, Miguel Osorio Chong, Felipe Enríquez, entre otros, asumieron posiciones claves en la operación priista. Pero algo sucedió: primero en torno a los amagos de confrontación con Manlio Fabio Beltrones, luego con el desaseado proceso que llevó al retiro de éste de la contienda interna; más tarde el tema Moreira, jalonado con respaldos y distancias respecto al presidente del partido. Y ya en la toma de protesta como candidato, vimos un Peña amarrado a un PRI que de nuevo no tenía ni el discurso. Algún prominente priista me ha dicho que lo nuevo que presenta el PRI en esta campaña es precisamente el candidato, pero lo cierto es que Enrique no sonó para nada nuevo en sus primeras intervenciones como candidato.
La decisión de que saliera Moreira de la presidencia del partido fue un gesto inteligente que evitaba el desgaste que hubiera originado el mantener al ex gobernador de Coahuila en esa responsabilidad. Pudo haber sido presentado también como una toma de posición de Peña respecto al accionar político de sus más cercanos colaboradores. Pero el gesto se quedó a medias: no llegó a la dirección del partido ningún hombre de confianza del candidato, sino un político como Pedro Joaquín Coldwell, con larga trayectoria y experimentado pero que muchos vieron, con o sin razón, como más cercano a Beltrones que a Peña. Tan es así que la propia alianza del PRI con el Verde y Nueva Alianza llegó a estar en peligro durante las primeras horas posteriores a la renuncia de Moreira y la designación de Coldwell. Una cosa es cierta: Pedro Joaquín no puede representar a una nueva clase política.
Si el acto de toma de protesta de Peña se vio como un evento del pasado, el de la toma de posesión del ex gobernador de Quintana Roo lo superó, quizás porque estuvo enmarcado en el traspié de Peña en la feria del libro de Guadalajara y la decisión fue cobijar al candidato, pero no se percibía en el grupo que rodeaba al candidato, en la foto que se publicó en los medios, casi nada de modernidad.
Se podrá argumentar que Peña tiene que asegurar el voto duro de los priistas y que por lo tanto se debe regresar a las ceremonias, las formas, hasta los personajes que son parte de la tradición del tricolor. Es verdad, pero en el camino, el candidato del PRI no puede dejar abandonados a los independientes que son los que última instancia harán que gane o no las elecciones. También se podrá argumentar que en el pasado se ha criticado al equipo de Peña por estar ensoberbecido, por estar tan confiado desde ya en la victoria que operaba como si no hubiera otros jugadores, dentro y fuera de su partido. Es verdad, pero una cosa es tener apertura y generosidad con los demás grupos internos del PRI, y otra sumirse en las tradiciones partidarias. El desafío de Peña es mantener a sus fieles, pero hacerlo desde un ángulo de modernidad, ofreciendo algo nuevo, distinto. Si simplemente se lo percibe como un joven que desea el regreso del pasado (hay jóvenes viejos y viejos jóvenes) puede perder mucho de lo que avanzó en los últimos años.
Y la oferta de impulsar una nueva clase política, en un país y en una elección donde millones de jóvenes nunca han votado, en un contexto donde el PRI lleva doce años fuera del poder, donde muchos de sus viejos cuadros tienen ya poco que ofrecer en términos de expectativas políticas, era una de sus cartas más atractivas, dentro y fuera del PRI. Por lo pronto, esa nueva clase política ha quedado sumida tras la parafernalia tradicionalista.
Por cierto, ha circulado un tweet, en el que se asegura que en uno de mis libros, no se dice cuál, digo que hubo relaciones de Pedro Joaquín Coldwell con el narcotráfico. No es verdad. Durante años trabajé y publiqué sobre las relaciones con el narcotráfico de su sucesor, Mario Villanueva y sobre la situación de seguridad que privaba en Quintana Roo, pero en mis investigaciones nunca ha aparecido el nombre de Coldwell ligado a ninguna de las ramas de la delincuencia organizada. Desde mi punto de vista es un político con el que se puede o no estar de acuerdo, pero creo que es un hombre decente y capaz.
¿Qué pasó con la nueva clase política priista que representaba, que representa Enrique Peña Nieto? Hace poco más de un año, la decisión de que fuera Eruviel Ávila el candidato presidencial del PRI en el Estado de México, Roberto Sandoval en Nayarit, la propia designación como Humberto Moreira en la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional del PRI se interpretó, así lo dijimos muchas veces en este espacio, como la búsqueda de consolidar en torno a Peña Nieto, una nueva clase política. No renegaba el entonces gobernador del Estado de México del priismo tradicional, pero ya comenzaba a colocar a sus hombres y mujeres, a los que tuvieran un compromiso asumido claramente con el propio Peña, en las principales posiciones.
Así siguió ocurriendo hasta hace unas pocas semanas: Luis Videgaray, Miguel Osorio Chong, Felipe Enríquez, entre otros, asumieron posiciones claves en la operación priista. Pero algo sucedió: primero en torno a los amagos de confrontación con Manlio Fabio Beltrones, luego con el desaseado proceso que llevó al retiro de éste de la contienda interna; más tarde el tema Moreira, jalonado con respaldos y distancias respecto al presidente del partido. Y ya en la toma de protesta como candidato, vimos un Peña amarrado a un PRI que de nuevo no tenía ni el discurso. Algún prominente priista me ha dicho que lo nuevo que presenta el PRI en esta campaña es precisamente el candidato, pero lo cierto es que Enrique no sonó para nada nuevo en sus primeras intervenciones como candidato.
La decisión de que saliera Moreira de la presidencia del partido fue un gesto inteligente que evitaba el desgaste que hubiera originado el mantener al ex gobernador de Coahuila en esa responsabilidad. Pudo haber sido presentado también como una toma de posición de Peña respecto al accionar político de sus más cercanos colaboradores. Pero el gesto se quedó a medias: no llegó a la dirección del partido ningún hombre de confianza del candidato, sino un político como Pedro Joaquín Coldwell, con larga trayectoria y experimentado pero que muchos vieron, con o sin razón, como más cercano a Beltrones que a Peña. Tan es así que la propia alianza del PRI con el Verde y Nueva Alianza llegó a estar en peligro durante las primeras horas posteriores a la renuncia de Moreira y la designación de Coldwell. Una cosa es cierta: Pedro Joaquín no puede representar a una nueva clase política.
Si el acto de toma de protesta de Peña se vio como un evento del pasado, el de la toma de posesión del ex gobernador de Quintana Roo lo superó, quizás porque estuvo enmarcado en el traspié de Peña en la feria del libro de Guadalajara y la decisión fue cobijar al candidato, pero no se percibía en el grupo que rodeaba al candidato, en la foto que se publicó en los medios, casi nada de modernidad.
Se podrá argumentar que Peña tiene que asegurar el voto duro de los priistas y que por lo tanto se debe regresar a las ceremonias, las formas, hasta los personajes que son parte de la tradición del tricolor. Es verdad, pero en el camino, el candidato del PRI no puede dejar abandonados a los independientes que son los que última instancia harán que gane o no las elecciones. También se podrá argumentar que en el pasado se ha criticado al equipo de Peña por estar ensoberbecido, por estar tan confiado desde ya en la victoria que operaba como si no hubiera otros jugadores, dentro y fuera de su partido. Es verdad, pero una cosa es tener apertura y generosidad con los demás grupos internos del PRI, y otra sumirse en las tradiciones partidarias. El desafío de Peña es mantener a sus fieles, pero hacerlo desde un ángulo de modernidad, ofreciendo algo nuevo, distinto. Si simplemente se lo percibe como un joven que desea el regreso del pasado (hay jóvenes viejos y viejos jóvenes) puede perder mucho de lo que avanzó en los últimos años.
Y la oferta de impulsar una nueva clase política, en un país y en una elección donde millones de jóvenes nunca han votado, en un contexto donde el PRI lleva doce años fuera del poder, donde muchos de sus viejos cuadros tienen ya poco que ofrecer en términos de expectativas políticas, era una de sus cartas más atractivas, dentro y fuera del PRI. Por lo pronto, esa nueva clase política ha quedado sumida tras la parafernalia tradicionalista.
Por cierto, ha circulado un tweet, en el que se asegura que en uno de mis libros, no se dice cuál, digo que hubo relaciones de Pedro Joaquín Coldwell con el narcotráfico. No es verdad. Durante años trabajé y publiqué sobre las relaciones con el narcotráfico de su sucesor, Mario Villanueva y sobre la situación de seguridad que privaba en Quintana Roo, pero en mis investigaciones nunca ha aparecido el nombre de Coldwell ligado a ninguna de las ramas de la delincuencia organizada. Desde mi punto de vista es un político con el que se puede o no estar de acuerdo, pero creo que es un hombre decente y capaz.
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