Por Ricardo Roa
Alguien debe haberle dado manija a la ministra de Industria, una funcionaria usualmente medida y parca, aunque siempre dispuesta
a encontrar el mejor relato sobre el modelo kirchnerista. Llamó
“incomprensible y mezquina” a la decisión de Fiat de parar 48 horas la
producción de su planta en Córdoba y suspender durante ese período a
todo el personal (Ver: Importaciones: el Gobierno presiona a las automotrices).
Los propios trabajadores
de la empresa habían afirmado el martes que la causa de la medida era
“la falta de piezas importadas”, retenidas en la Aduana por el Gobierno.
Por orden de Guillermo Moreno, debieron haber dicho para mayor
precisión.
El Gran Controlador ha dispuesto que por
cada partida de autopartes que se quiera traer, hay que pedir una
licencia. Un trámite que consume mucho tiempo y más cuando entre el 70 y
el 80% de los vehículos que se fabrican acá está compuesto por piezas
importadas. No es casual, entonces, que a las terminales se l as califique de armadurías.
Fiat levantó la suspensión y se cuidó de
usar la misma explicación de sus trabajadores para responder a Giorgi.
Seguramente no quiso generar ningún otro cortocircuito. No sólo porque
precisa mantener abiertas las puertas de la Aduana sino porque tiene un crédito pendiente de $ 500 millones, financiado con fondos de la ANSeS.
La ministra también le enrostró a la
empresa haberse “beneficiado con las políticas oficiales” y de “usar a
los trabajadores como moneda de cambio para importar
indiscriminadamente”. Aún así, Fiat prefirió masajearle la espalda al que manda
de verdad: encomió “la firme voluntad de la Secretaría de Comercio
Exterior” para agilizar los trámites. Que es como decir la de Moreno.
Por la necesidad de cuidar los dólares, el Gran Controlador está provocando desabastecimientos de insumos clave
para las producciones más diversas. Se puede ver en muchas partes,
desde supermercados hasta ferreterías. Su problema es que la manta es
corta: lo que gana en un lado puede perderlo en menor crecimiento
económico.
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