por Gabriela Calderón de Burgos
Gabriela Calderón es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador).
Guayaquil, Ecuador— Después del colapso de la Unión Soviética se
pensó que la democracia se propagaría al resto del mundo. No obstante, Steven Levitsky y Lucan Way argumentan en su libro Autoritarismo competitivo: Regímenes híbridos en después de la Guerra Fría
(en inglés, Cambridge University Press, 2010) que “las transiciones no
siempre condujeron a una democracia” y que lo que hay en varios países
es un “autoritarismo competitivo”.
Levitsky y Way describen estos regímenes así: “son competitivos ya
que los partidos de oposición utilizan las instituciones democráticas
para luchar seriamente por el poder, pero no son democráticos porque la
cancha de juego está considerablemente sesgada a favor de los que están
en el poder”.
Por ejemplo, un gobierno podría utilizar recursos del Estado
—edificios o automóviles públicos o la infraestructura de comunicación
del Estado— para propósitos partidistas, como una campaña electoral. Un
gobierno también puede utilizar el Estado para negarle a la oposición
acceso a recursos. En Ucrania, los negocios que financiaban a la
oposición muchas veces se convirtieron en el blanco de las autoridades
tributarias. Este tipo de intimidación resulta en una inmensa disparidad
de recursos para competir en las elecciones. En México, el PRI admitió
haber gastado 13 veces más que lo que gastaron los dos partidos más
importantes de la oposición durante la elección de 1994.
Los autores agregan que “En muchos regímenes autoritarios
competitivos, los que gobiernan llenan con sus allegados al poder
judicial, las comisiones electorales y otros árbitros nominalmente
independientes y los manipulan mediante el chantaje, los sobornos y/o la
intimidación”.
Después de la Guerra Fría, la promoción de la democracia muchas veces
ha sido “electoralista”, es decir, enfocada casi exclusivamente en la
existencia de elecciones con la participación de varios partidos
mientras que se ha ignorado cuestiones como las libertades civiles y el Estado de Derecho. Fareed Zakaria
dice que “Si un país celebra elecciones, Washington y el mundo
tolerarán mucho del gobierno resultante…En una era de imágenes y
símbolos, las elecciones son fáciles de filmar. (¿Cómo se transmite en
televisión el Estado de Derecho?)”
Es importante notar que es dentro del estatismo que
los regímenes autoritarios competitivos pueden prosperar. Levitsky y Way
indican que “el control discrecional del Estado sobre la economía puede
fortalecer la capacidad de quienes llegan al gobierno para prevenir o
frustrar cualquier desafío de la oposición…Los gobernantes pueden
ejercer control discrecional donde pueden utilizar frecuentemente al
sistema tributario, el crédito, las licencias, las concesiones y los
contratos del gobierno, y otras herramientas de política económica para
castigar a sus opositores y recompensar a sus aliados”. Es bajo este
tipo de gobierno que se desarrollarán las próximas elecciones en
Ecuador.
Pero estos regímenes andan sobre una cuerda floja: tienen que elegir
entre detener a la oposición incluso atacando de frente las
instituciones democráticas (robándose unas elecciones o cerrando la
asamblea) y sufrir el alto costo de ser abiertamente autoritarios o
permitir que sigan su curso los procesos democráticos arriesgándose a
perder el poder. Esto último acarrea considerables riesgos personales
como la pérdida de riqueza y la persecución legal por actos de
corrupción y violaciones de derechos humanos. Consideren el caso de
Fujimori.
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