Elba Esther Gordillo tiene fama
de ser la mujer más poderosa de México. La que todo lo mueve. La que
todo lo controla. Omnipotente, omnipresente, sin rival. Temida por los
gobernadores del País, cortejada por los candidatos en la contienda
presidencial, encumbrada por la burocracia del sindicato más grande de
América Latina. Pero eventos reciente sugieren que la Dama de Hierro
mexicana quizás hoy no es más que un cascarón. Una figurilla de latón.
Alguien que todos los miembros de la clase política necesitaron alguna
vez y ahora miran con desdén. Alguien que en algún momento fue
imprescindible y ahora no lo es.
Basta con ver que al PRI le importó más apaciguar más a la vieja guardia
que mantener contenta a La Maestra. Al PRI le preocupó más la unidad
externa que el apoyo externo. Al PRI le interesó más la opinion de
Manlio Fabio Beltrones y Francisco Labastida que la ambición del yerno y
la hija de Elba Esther. Y eso dice mucho, revela mucho. Por un lado,
Enrique Peña Nieto siente que necesita más el apoyo de su partido que
los votos del Panal. Y por otro, prefiere apoyarse en los dinosaurios de
casa que en los que rondan –y no siempre de forma leal– por fuera de
ella. Peña Nieto está dispuesto a sacrificar dos o tres puntos
electorales si de asegurar la anuencia del priismo plutocrático se
trata. Peña Nieto está dispuesto a negarle 24 diputaciones y cuatro
senadurías al Panal exigente para apaciguar al priismo beligerante. Pesó
más el priismo descontento en Sinaloa, Puebla, Tabasco y Nayarit que el
magisterio demandante de La Maestra.
Esa claudicación demuestra que también Enrique Peña Nieto es menos
poderoso de como lo pintan. Tiene menos influencia sobre las corrientes
del PRI de lo que presume. Los murats, los labastidistas y las
televisoras pudieron presionarlo, acorralarlo, hacerlo cambiar de
parecer. Y lo lograron porque desde la salida de Humberto Moreira, Peña
Nieto perdió lustre, perdió conducción, perdió poder de negociación.
Desde los dislates de la Feria Internacional del Libro en Guadalajara
perdió la imagen de intocable que había logrado construir. Desde los
tropezones constantes con su propia lengua perdió el envoltorio de
"teflón" que lo protegía. Su distanciamiento con Elba Esther Gordillo
quizás manda una señal de fuerza hacia afuera, pero exhibe un grado de
debilidad importante hacia adentro, en el propio PRI. El equipo
mexiquense pierde frente a las otras fracciones priistas.
Y en cuanto a Elba Esther, la deja a la intemperie. Víctima de un golpe
inesperado. Objeto de un desaire imprevisto. Obligada –de manera
intempestiva– a buscar un Plan B. A tratar de mantener el registro y
posiciones dentro de la Cámara de Diputados. A ver a qué otro candidato
presidencial elige o le vende su amor. Lo cual resultará difícil ante
una Josefina Vázquez Mota que la odia, ante un Andrés Manuel López
Obrador que la desprecia, ante un Ernesto Cordero que dificilmente será
el candidato de su propio partido. La Maestra acaba mancillada. Aislada.
Abandonada. Incapaz de influir de manera contundente en el proceso
electoral como lo hiciera en el 2006. Obligada a preguntarse con quién
se alía y cómo; a quién daña y cómo; a quién puede convencer y cómo. Del
Olimpo ha pasado probablemente al ocaso.
Difícil creerlo al recordar la manera en la cual operó en la elección
hace seis años y contribuyó decisivamente al margen de ganancia que
obtuvo Felipe Calderón. Difícil concebir que era la aliada más
solicitada o la enemiga más temida. Difícil recordar que prometió
destruir a Roberto Madrazo y lo logró. Hoy se enfrenta a la árdua tarea
de encontrar un candidato simbólico a la presidencia mientras orienta
los votos del Panal hacia esa persona, a cambio de obtener apoyo para
alcanzar –en las elecciones para diputados federales o senadores– el
porcentaje mínimo de votos. De reina pasa a mendigo; de fuerza decisiva
pasa a fuerza marginal; de aliada importante pasa a lastre maloliente;
de ser quien entregaba las llaves del palacio ahora ruega que se le
permita la entrada allí.
Por lo pronto, Enrique Peña Nieto ha dicho que la ruptura no es nada
personal y que la alianza puede darse a otros niveles más allá de la
candidatura presidencial. El coordinador de su campaña –Luis Videgaray–
dice que "estima mucho" a La Maestra y que habrá un lugar para ella en
el próximo gobierno. Pero esas declaraciones no pueden ocultar la
realidad del golpe dado. Del puntapié propinado. Del alejamiento
anunciado. Y aunque Luis Castro, presidente del Panal, se escude en el
argumento de la autonomía del partido y el imperativo de mantenerla, al
Panal le han dado un sablazo. Al Panal le han dado un macanazo.
Elba Esther Gordillo ha sido humillada públicamente, ha sido marginada
evidentemente, ha sido rechazada de manera obvia y sin miramientos. Como
lo dijera con toda claridad Francisco Labastida: "Nos quita más de lo
que nos da". Ese es el cálculo que están haciendo todos los demás
mientras miran a La Maestra de espaldas contra la pared, preguntando si
vale la pena rescatarla de allí. Sí, es una mujer poderosa pero tiene la
peor reputación del País. Sí, puede ser una aliada pero nunca es
posible confiar del todo en ella. Sí, puede proveer la movilización de
los maestros al mismo tiempo que produce la alienación de los electores
independientes. Sí, ha sido una Dama de Hierro, pero hoy quizás es poco
más que una lata aboyada. |
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