Leopoldo
Escobar
El sentido
último de escribir artículos como éste
es que sus autores creemos que es
posible establecer un orden social de
libertad plena, a pesar de que ese orden
no haya existido jamás en lugar alguno
en estado puro. Si no es para esto, todo
otro propósito de escribir y realizar
otras actividades por el estilo se
antoja banal.
La
creencia en la posibilidad de un orden
social liberal descansa en la premisa de
que los seres humanos desean ser libres,
o al menos la mayoría de ellos. Pero
entonces cabe preguntarse: ¿los seres
humanos realmente desean la libertad? y
de ser así, ¿por qué la humanidad
después de tantos milenios de existencia
no se ha dado la libertad?
Si
deducimos que para estar interesada la
humanidad en la libertad ha perdido
demasiado tiempo en conseguirla y
concluimos que en realidad no la desea,
entonces la aspiración liberal es más
utópica que la comunista.
Pero no
concluyamos tan rápido. Para empezar, la
pregunta de que porque la humanidad no
se ha dado la libertad podría ser
equivocada y hasta tramposa. Se puede
alegar que durante milenios a la mayoría
de los seres humanos se les impusieron
por la violencia órdenes sociales
opresivos. Todavía hasta hace pocos años
regímenes como de la Unión Soviética
existían contra la voluntad de la
mayoría y aún hoy se podría alegar que
cientos o hasta miles de millones de
seres humanos no eligen el orden social
en el que viven.
Más no se
puede decir lo mismo de quienes han
vivido en la mayoría de las naciones
desarrolladas, al menos en el último
siglo y han tenido la oportunidad de
elegir. Y la mayoría de esas personas no
ha optado por la libertad plena e
incluso en Alemania, en los años treinta
del siglo XX, la mayoría libremente
escogió uno de los regímenes más
opresivos de la historia. Asimismo, en
América Latina hoy predominan gobiernos
enemigos de la libertad, pero no por
imposición de una minoría, sino de la
mayoría.
Es cierto
que los europeos o estadounidenses de
hoy no están eligiendo a los nazis para
que los gobiernen, pero es obvio que
tampoco en su mayoría son partidarios de
la libertad plena, la cual sólo merece
el nombre tanto si los demás no me
oprimen, como si yo no oprimo a los
demás.
En Estados
Unidos 1.6 millones de mujeres
estuvieron a punto de ganar la demanda
colectiva (“class action”) contra la
supuesta “política discriminatoria” de
Wal-Mart. Esto es, 1.6 millones de
ex-empleadas y empleadas intentaron sin
piedad robar y llevar a la ruina a la
empresa que les dio y ha dado mucho de
lo mejor que han tenido en sus vidas.
En Grecia,
millones de sujetos se rebelan contra la
austeridad y exigen que su nivel de vida
siga siendo sostenido…por alemanes y
franceses. Los “indignados” en España y
en Israel presionan para que sus
gobiernos les roben más a los ricos para
que así les den chambas de burócratas,
en las que puedan “trabajar” 30 horas
por semana, recibir sueldos nada
despreciables y retirarse antes de
cumplir los 50 años de edad.
En Chile,
millones de personas que han mejorado su
nivel de vida comparativamente más que
el resto de Latinoamérica, manifiestan
una gran hostilidad hacia el modelo
económico que lo permitió y retoman la
ideología de la guerra de clases, la
cual llevó al país al borde del abismo
entre 1970 y 1973.
Como bien escribió Tibor
R. Machan en plena contienda electoral
estadounidense: “La
ciudadanía no está siendo engañada por
los medios de comunicación ni por los
políticos. No, la gente lo que quiere
son cosas gratis que paguen los demás.”
(“No nos importa mucho la libertad”,
Libertad Digital, 28 de febrero de
2008).
En suma:
la gran mayoría de las personas no
quieren libertad, sino vivir de los
otros. Y esto tiene su lógica: ¿para qué
esforzarse, si es más fácil apropiarse
del esfuerzo ajeno y si esforzarse es
“codicia” y robar, “justicia social?
Por debajo
de esa mayoría hay una curiosa minoría
masoquista, cuyas cabezas emblemáticas
son personajes como Buffett o Slim, que
piden para sí mayor expolio fiscal. Y al
final está una minoría más pequeña, la
de quienes realmente quieren vivir en
libertad, sin oprimir y sin ser
oprimidos, sin parasitar a los demás y
sin ser parasitados por nadie.
¿Cuál es
la resultante – para decirlo en gráficos
términos físicos – de la tensión entre
tales fuerzas que integran el cuerpo
social y que tienen los señalados pesos
específicos? Pues lo mejor que puede
resultar de ello es la situación de las
naciones desarrolladas, con su
intervencionismo estatal y su Estado de
Bienestar (y la sucesión de crisis cada
vez más catastróficas precisamente a
causa de ese modelo). Es decir, una
situación donde no hay campos de
exterminio, pero donde las personas más
productivas están condenadas a ser
despojadas de la mayor parte de la
riqueza que producen y son abrumadas con
toda suerte de regulaciones y
permanentes amenazas gubernamentales de
incautación parcial de su propiedad,
mutilación de sus empresas y cárcel, si
tienen demasiado éxito en satisfacer las
necesidades de sus clientes.
¿Pero
puede esto cambiar?, ¿podemos convencer
a la mayoría de las bondades de la
libertad plena o incluso a la totalidad
de los seres humanos? Hay quienes creen
que sí, como es el caso de Edward
Stringham y Jeffrey Rogers Hummel en su
ensayo “If a Pure Market Economy Is So
Good, Why Doesn't It Exist?” (Quarterly
Journal of Austrian Economics,
VOL. 13, No. 2, pp 31–52, Summer 2010).
Estos
autores no sólo creen viable ganar a la
mayoría o la totalidad del género humano
para la causa de la economía de mercado,
sino incluso para la de una sociedad sin
Estado. Pero esta fe se basa en una
visión sumamente ingenua sobre la
naturaleza humana, muy cercana –por
cierto- a la visión de la izquierda
constructivista, que ve a las personas
como seres plenamente modelables, que al
nacer son hojas en blanco. Los seres
humanos, por supuesto, no somos así.
Si no
hubiera una naturaleza humana y no
formará parte de ella la propensión a
oprimir, pues entonces ésta no habría
sido dominante a lo largo de la historia
hasta nuestros días. Pero si ello es
cierto, también lo es que en forma
paralela ha habido un persistente deseo
de libertad en una minoría de los seres
humanos.
De modo
que ¿cuáles son las consecuencias
prácticas de esto para la aspiración de
implantar un orden social liberal?,
¿acaso debemos resignaros a no ser
plenamente libres porque la mayoría de
nuestros congéneres no lo desea?, ¿qué
podemos hacer quienes no nos resignamos
a ello?
La única
alternativa es que, así como hay
sociedades donde la mayor libertad que
pueden ofrecer es la de ser expoliados
por el Estado de Bienestar, así pueden
surgir otras que se correspondan con
nuestro modelo ideal. Pensemos en que,
por ejemplo, Honduras o algún actual
paraíso fiscal, tuvieran al menos la
libertad actual de Hong Kong, la
capacidad de Israel de autodefensa ante
la agresión externa y la disposición a
dar cabida a millones de migrantes del
mundo entero. En dos o tres lugares así
podríamos desarrollar sociedades basadas
en la economía de mercado, con Estados
mínimos y donde los derechos naturales
del individuo jamás pudieran estar
sometidos a plebiscito o al arbitrio de
nadie.
La
creación y permanencia de tales
sociedades de acceso exclusivo a quienes
deseen vivir en libertad, plantea
enormes retos, pero la idea no es una
utopía (de la misma manera en que el
ideal sionista no lo fue para los
judíos), pues no pretende ignorar o
negar la naturaleza humana, sino que
-por el contrario- la reconoce con toda
su crudeza: una mayoría de seres humanos
no gusta de la libertad, pero una
minoría sí y ambas cosas al parecer se
mantendrán así por siempre.
De modo
que el sentido último de escribir
artículos como éste y realizar una
variedad de actividades afines, en
realidad no es pretender convencer a la
totalidad de la gente sobre las bondades
de un orden social liberal (lo cual es
misión imposible), sino identificar,
contactar y organizar a la pequeña
minoría interesada en marchar hacia la
libertad, de forma similar a como -según
cuenta la leyenda- los hebreos
decidieron abandonar el cautiverio en
Egipto y marchar hacia la Tierra
Prometida…
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