14 enero, 2012

EL MANIFIESTO LIBERTARIO


INTRODUCCIÓN


Hay muchas variedades de libertarianismo vivas en el mundo hoy en día, pero el Rothbardianismo sigue siendo su centro de gravedad intelectual, su musa principal y conciencia, su núcleo estratégico y moral, y el punto focal en el debate aún cuando su nombre no sea reconocido. Murray Rothbard fue el creador del libertarianismo moderno, un sistema político-ideológico que propone de una vez por todas escapar de las trampas de izquierda y derecha, y de sus planes centrales de cómo usar el poder del estado. El libertarianismo es la alternativa radical que dice que el poder del Estado no funciona y es inmoral.
Murray Rothbard era conocido como el “Sr. Libertario”, y también como “el más grande enemigo en vida del Estado.” Y lo sigue siendo. Sí, él tuvo muchos predecesores de quienes aprendió: toda la tradición liberal clásica, los economistas austriacos, la tradición estadounidense anti-guerra, y la tradición de derechos naturales. Sin embargo, fue él quien puso todas las piezas juntas en un sistema unificado que parece poco posible en un primer momento, pero inevitable, una vez que ha sido definido y defendido por Rothbard. Las piezas del sistema son sencillas y claras (propiedad sobre uno mismo, estrictos derechos de propiedad, libre mercado, anti-estado en todo aspecto concebible), pero las implicancias estremecen la Tierra. 

Una vez que uno es expuesto a la figura completa ––y Por una Nueva Libertad ha sido el principal medio de exposición por más de un cuarto de siglo–– uno no lo puede olvidar. Se convierte en los lentes indispensables a través del cuales podemos ver los eventos del mundo real con la mayor claridad posible.
Este libro, más que cualquier otro, explica porqué Rothbard crece en estatura cada año (su influencia ha aumentado mucho desde su muerte) y por qué el Rothbardianismo tiene tantos enemigos en la izquierda, la derecha y el centro. En palabras simples, la ciencia de la libertad que él trajo a la luz es tan emocionante en la esperanza que crea de un mundo libre, como intolerante de errores. Su coherencia lógica y moral, junto con su fuerza explicativa empírica, representa una amenaza para cualquier visión intelectual que pretende usar al estado para reformar el mundo según un plan pre-programado. Y al mismo tiempo impacta al lector con una visión esperanzadora de lo que podría ser.
Rothbard se dispuso a escribir este libro poco después que recibiera una llamada de Tom Mandel, un editor de Macmillan que había visto un artículo de Rothbard en el New York Times en la primavera de 1971. Fue la única comisión que Rothbard recibió de una casa editorial comercial. Viendo el manuscrito original, tan consistente en el tipeado y casi completo en el primer borrador, parece que fue una alegría casi sin esfuerzo para él escribir el libro. Es fluido, implacable, y energético.
El contexto histórico ilustra un punto que a menudo se pasa por alto: el libertarianismo moderno no nació como reacción al socialismo o izquierdismo, aunque es sin duda anti-izquierdista (que es generalmente como se usa el término) y anti-socialista. En lugar de eso, el libertarianismo en el contexto histórico estadounidense apareció como respuesta al estatismo del conservadurismo y su veneración a la planificación central. Los conservadores estadounidenses no quieren al estado redistribucionista ni la excesiva regulación de los negocios pero gustan del poder que se ejerce en nombre del nacionalismo, militarismo, las políticas "pro-familia", y las invasiones a libertad personal y privacidad. En el período posterior al presidente Lyndon B. Johnson los presidentes republicanos, más que los demócratas, han sido los responsables de la mayor expansión del poder ejecutivo y judicial. Fue la defensa de la libertad pura, contra los compromisos políticos y la corrupción del conservadurismo ––iniciada con Nixon, y continuada con Reagan y los Bush–– lo que inspiró el nacimiento de la economía política rothbardiana.
Llama la atención como Rothbard decidió no ahorrarse golpes en su argumentación. Otros intelectuales ante la misma invitación podrían haber presentado un argumento diluido para hacerlo más agradable al paladar. ¿Por qué, por ejemplo, presentar el caso para una sociedad sin estado o anarquismo, cuando un caso para gobierno limitado podría traer más gente al movimiento? ¿Por qué condenar el imperialismo estadounidense cuando eso sólo limita la atracción del libro a conservadores anti-soviéticos que de otra forma hubieran apreciado la inclinación de libre mercado? ¿Por qué ir a tal profundidad sobre privatización de tribunales, carreteras y agua, cuando al hacerlo se corre el riesgo de alienar a la gente? ¿Por qué entrar al área pantanosa sobre regulación de consumo y de moralidad personal  ––y hacerlo con tal coherencia desorientadora–– cuando dejarlo de lado seguramente hubiese atraído un público más amplio? ¿Y por qué entrar a tal nivel de detalle en asuntos monetarios y de banca central, cuando un caso diluido pro-libre empresa hubiese gustado a tantos conservadores en la Cámara de Comercio?
Pero callar y venderse por las circunstancias o para agradar a la audiencia no era su estilo. Él sabía que tenía una sola oportunidad en la vida para presentar el paquete completo de libertarianismo en toda su gloria, y no estaba dispuesto a dejarla pasar. Y así tenemos aquí: no sólo un caso para disminuir el tamaño del gobierno sino para eliminarlo por completo; no sólo un argumento en favor de la  asignación de derechos de propiedad, sino uno en favor de dejar al mercado incluso las funciones de hacer cumplir los contratos; y no sólo un caso para recortar la redistribución, sino uno para desterrar por completo al estado redistribucionista-militarista.
Mientras otros intentos de presentar el caso libertario, tanto antes como después de este libro, por lo general hacen un llamado por medidas de  transición, o están dispuestos a conceder tanto como sea posible a los estatistas, eso no es lo que vemos en Murray. Para él, esquemas como los bonos educativos o la privatización de programas del gobierno no debería existir en absoluto. En lugar de eso, él presenta y desarrolla a toda máquina y de forma completa la visión de lo que la libertad puede ser. Es por eso que muchos otros intentos similares de escribir el Manifiesto Libertario no han resistido la prueba del tiempo, y sin embargo, este libro sigue en gran demanda.
En el transcurso de los años, ha habido varios libros sobre libertarianismo que han cubierto sólo la filosofía, sólo la política, sólo la economía, o sólo su historia; que han sido puestos juntos en colecciones por varios autores. Pero Rothbard llegó a dominar todos esos campos, y eso le permitió escribir un manifiesto integrado ––uno que nunca ha sido desplazado. Sin embargo, su estilo es típicamente modesto: constantemente nombra otros escritores e intelectuales del pasado y de su propia generación.
Algo más, algunas presentaciones de este tipo se escriben para guiar al lector por un camino fácil hacia un libro más difícil, pero ese no es el caso aquí. Él nunca habla a sus lectores mirándolos sobre el hombro, sino siempre con claridad. Voy a reservarme la enumeración de mis pasajes favoritos, o las especulaciones de los pasajes que Rothbard podría haber aclarado si tuviese la oportunidad de presentar una nueva edición. El lector descubrirá por sí mismo que cada página rebosa de energía y pasión, que la lógica de su argumento no se puede resistir, y que el fuego intelectual que inspiró esta obra ilumina tan fuerte ahora como lo hizo hace tantos años.
El libro sigue siendo considerado como “peligroso” precisamente porque una vez que la exposición al Rothbardianismo se lleva a cabo, ningún otro libro sobre política, economía, o sociología se puede leer de la misma manera. Lo que una vez comenzó como una transacción comercial se ha convertido verdaderamente en un clásico, que puedo predecir será leído por muchas generaciones por venir.


Llewellyn H. Rockwell, Jr.
Auburn, Alabama

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