“Yo soy John Galt. Soy el hombre que ama su vida.
Soy el hombre que no sacrifica su vida ni sus valores.”
La Rebelión del Atlas (Ayn Rand)
1989.
Este gatito estaba por finalizar la primaria en una escuela estatal y
como para tener algo en que distraerme en el laaaaargo recreo que mejor
que echarme unos caramelos “Monterrico” que habían en casa, eran los
caramelos más baratos que se podían encontrar en ese entonces, más
parecían azúcar rubia derretida que un dulce propiamente dicho y como no
sabía si me comería 1 o 2 o 15 de ellos decidí llevarme toda la bolsa
al colegio.
Es
así que mirando una pichanguita saco mi bolsón de caramelos y comienzo a
comérmelos cronch, cronch, cronch hasta que se aparecen dos chicos y me
preguntan “¿a cuanto los caramelos?”, la verdad me agarraron
frío, pero saqué mis cuentas al toque y como sabía que los ambulantes
los vendían a 10 céntimos cada uno les dije “a 15 céntimos el par ”, y así esos niños se volvieron mis primeros clientes y me compraron entre ambos 8 caramelos “Monterrico”.
Nada
mal eh, un pequeño ingreso inesperado, entonces se corrió la voz que
podías comprar caramelos “Monterrico” más baratos y más cerca al patio
de recreo que yendo donde los ambulantes con el “plus” de que el
vendedor hiba directamente a donde estabas y que encima te daba las
gracias por comprarle esos caramelos a precio de remate.
En
esa mañana aprendí de todo un poco, que habían buenos clientes que me
hicieron la propaganda de la oferta ahorrándome un montón de esfuerzo y
haciendo que el negocio camine prácticamente solo (¡y gratis!)
También
aprendí que habían clientes conchudos, como un patita que era famoso
por estafar a todo vendedor que se le cruce y encima era el que más
insistía para que le den cosas fiadas, como si uno estuviera obligado
(cchsmr!), aunque yo lo mande a rodar en primera porque su historial
estaba en debe aún así le tuve que dar un par de caramelos “Monterrico”
para que deje de fregar y no me quite el tiempo y la paciencia para
atender a mis otros clientes.
En
clase había un chico, no recuerdo su nombre pero le llamaremos Simón,
Simón era de familia pobre, incluso era pobre entre los chicos de un
colegio estatal. Aunque después aprendí que el hecho de que tengas plata
o no es indiferente a que seas una buena persona o un patán, Simón era
muy bueno y yo en ese momento estaba muy feliz por el éxito inesperado
que tenía y al darme cuenta que el no podía comprar mis caramelos, de
manera voluntaria (ojo), tomé un puñado de estos y se los ofrecí, le
dije “te invito”, sabiendo que me exponía a que otros me calificaran de
injusto porque no les invitaba a ellos también. Pero fue algo tan
unánime que nadie protestó, como si fuera una especie de ley no escrita
entre niños de 10 años, yo estaba muy feliz pero quería que el también
lo esté, su agradecimiento fue recompensa suficiente.
La
bolsa de caramelos se fue quedando vacía hasta no tener más de 10
caramelos (ya les diré porque) y ¡oh sorpresa! llegué a tener un montón
de moneditas ¡guau! y me sentí tan bien conmigo mismo que elevé el
precio de los caramelos “Monterrico” de 15 céntimos el par a 10 céntimos
cada uno, lo cual por la cercanía con mis clientes hizo que aún así se
siguieran vendiendo, aumentando mis ingresos hasta agotar todo el stock,
menos mi reserva personal de 10 caramelos que cuando me los quisieron
comprar dije que estaban a ¡50 céntimos cada uno!, obviamente no me los
compraron pero era una forma diplomática de decirles que esos caramelos
no estaban en venta y me los comí uno por uno delante de mis compañeros
como si en vez de azúcar industrial fueran unos finos bombones de
chocolate rellenos con licor hummm (¡No Time for Losers, Señores!).
Pero
no todo podía ser felicidad, alguien le pasaría la voz a la profesora
que yo estaba realizando operaciones comerciales en el recreo y ella me
llamó para pedirme cuentas sobre lo que había hecho y me expresó su
indignación por eso...y lo peor de todo es que me sentí culpable, porque
parte de mi formación familiar era de que no había nada de meritorio el
ser comerciante, que uno debe de tener ingresos siendo un profesional y
no denigrarte a ser un mero intermediario de bienes, mucho menos bienes
baratos como esos caramelos “Monterrico”, me sentí como si en vez de
vender caramelos hubiera estado vendiendo cocaína o revistas
pornográficas.
Es
entonces que para aminorar mi culpa le dije a mi profesora que ese
dinero era para el viaje de promoción y como por arte de magia, ese
dinero sucio y mal obtenido fue oleado y sacramentado (¡), tuve que ir
al cafetín del colegio a que me cambien todo el sencillo y regresé con
un billete que al tipo de cambio actual y según mis cálculos
econométricos[1]
tranquilamente había obtenido ¡más de 10 dólares! en menos de 20
minutos de esfuerzo y me sentí más culpable aún, culpable de que siendo
un mocoso de 10 años en ese momento tenga más plata en mis bolsillos que
mi profesora, que digo mi profesora, ¡más plata que el director del
colegio! y lo peor es que sin tener ningún estudio mientras ellos, al
igual que mi familia, eran profesionales que trabajaban horas de horas
por un sueldo muy bajo.
Fue
así como tuve que entregar mi dinero honradamente obtenido para
“comprar” mi salvación y luego de la reprimenda de mi profesora regresé a
mi sitio, bajo la mirada atenta de mis compañeros, derrotado.
¿Que aprendí de esa experiencia?
Que
el precio de las cosas cambian deacuerdo a las circunstancias, un
caramelo “Monterrico” cuyo costo de producción era de 5 céntimos se
vendía entre 7.5 a 10 céntimos cada uno para después pasar a duplicar su
valor o quintuplicarse incluso, deacuerdo a las circunstancias, es
decir el precio no esta relacionado directamente con el costo. Sin
querer la cosa me volví austríaco je,je,je.
Aprendí
a que la gente está dispuesta a pagar porque le hagan la vida más
fácil, parece obvio pero era algo nuevo para mí en ese entonces, el
poder comprar caramelos sin necesidad de moverte y a un precio más bajo
ayudó mucho.
Aprendí
que compartir riqueza es bueno, pero que crearla es mejor aún, en
realidad fue algo bueno hacer feliz a mi amigo por unos instantes a
cambio de unos cuantos caramelos y no lo hice porque le tuviera lástima,
sino porque me nació hacerlo, es así como debe ser la solidaridad, de
manera voluntaria para que así puedas seguir mirando al prójimo de igual a igual.
Pero
también aprendí que lo que tienes...no te pertenece, tu cabeza y tus
manos con las que creas ideas y riqueza le pertenecen a otro, sea el
Rey, el Presidente, el Sacerdote, el Profesor o tus Padres, no solo lo
aprendí sino que lo acepté como algo cierto, ese día había llegado a
sacar mi nariz del agua y logré respirar aire puro por primera vez para
después ser arrastrado de nuevo. No me daría cuenta de ello hasta años
después.
También
aprendí que la gente tiene un “precio”, lo que mi profesora creyó que
era suyo por derecho, para mi en realidad fue una coima, yo que estoy
orgulloso porque en mi familia jamás le hemos pagado una “contribución” a
un policía de tránsito, aprendí a mis 10 años a corromper a un
trabajador estatal, conseguí un beneficio que era mi absolución de
cualquier cargo moral a cambio de ese dinero “mal obtenido”.
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