EE UU 2012-01-30
GEES
El
ritual discurso sobre el Estado de la Unión de los presidentes
americanos a finales de cada mes de enero es obviamente oficialista,
pero es observado minuciosamente dentro y fuera del país. El de Obama el
pasado martes 24 tiene un fuerte sesgo electora
El camino que tome la más poderosa Unión tiene importantes
repercusiones en la marcha del resto del mundo, máxime en una época de
cambios en la que hay grandes naciones insatisfechas con un sistema
internacional en el que predominan normas e ideales democráticos, que
perciben como una cortapisa a la expansión de su influencia e incluso
como una amenaza a su orden interno.
El ritual discurso sobre el Estado de la Unión de los presidentes
americanos a finales de cada mes de enero es obviamente oficialista,
pero es observado minuciosamente dentro y fuera del país por las razones
apuntadas más arriba y porque de hecho suele tener suficiente
substancia como para justificar esa atención. El de Obama el pasado
martes 24 tiene un fuerte sesgo electoral, como corresponde a un
presidente que pretende la relección, e interesa más por lo que silencia
que por lo que dice.
Para el mundo lo importante es si los Estados Unidos querrán y podrán
seguir siendo la locomotora de la economía mundial y los apuntaladores
del orden internacional a escala planetaria. En el primer aspecto, en el
que todos podemos salir ganando o perdiendo, no hay nada para levantar
los ánimos deprimidos y en el segundo no se hace más que confirmar lo
dicho unos días antes: La hiperpotencia está en vías de recortar
considerablemente el instrumento militar que apoya la estabilidad
internacional.
Obama, que es con probabilidad el presidente que más ha dividido a sus
conciudadanos en toda la historia, tiene fervientes partidarios siempre
prestos a defender todo lo que dice y hace. Lo excepcional en esta
ocasión es que hasta en su campo se han producido ciertas críticas sin
precedente. Algunos han señalado el exceso de electoralismo, la ausencia
de un plan económico de entidad y desde luego los silencios. En su
primer año un presidente enuncia sus planes y prioridades pero cuando se
inicia el último de su mandato hace balance de realizaciones. Obama ha
pasado como sobre ascuas respecto a su proyecto estrella, el que
realizaba sus sueños y lo convertiría en uno de los grandes de la
historia nacional, la reforma sanitaria, conocida popularmente como
Obamacare, que le hará dar al estado un paso de gigante en su control
sobre la economía y la sociedad. Utilizó sus mayorías parlamentarias
para hacérsela tragar a la oposición republicana, no ya sin
negociaciones y acuerdos, sino incluso sin discusión. Fue la gota que
colmó el vaso del conservadurismo popular y contribuyó a desencadenar el
movimiento del Tea Party. Cara a los comicios de noviembre resulta
ahora una carga que ha preferido silenciar.
Obama expuso una colección de pequeñas medidas, probablemente mucho más
arbitristas que prácticas, y el apoyo del estado a toda una serie de
iniciativas sociales, todo ello a costa de incrementar el gasto público.
En cuanto a la financiación, Obama ha encontrado el remedio mágico,
convertido ya en tema central de su campaña: aumentar los impuestos de
los más ricos. Pero sin cifras.
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