Han abundado los comentarios
acerca del año crucial, 2011. Comparable a otros de grandes e
inesperadas transformaciones --1848 y el ascenso de la burguesía
reformista y las leyes modernas de organización del trabajo, educación y
salud; 1968 y las rebeliones contra el autoritarismo en México, la
dominación soviética en Praga y la limitación política en Francia-- 2011
vio varios aconteceres sorprendentes.
El norte de África se sacudió los regímenes autoritarios en Túnez, de
Hosni Mubarak en Egipto y de Muamar el Gadafi en Libia, obligando a los
gobiernos vecinos (Marruecos, Argelia, Jordania e incluso los Emiratos y
Arabia Saudita) a curarse en salud introduciendo reformas tibias y
graduales. Túnez prendió la alarma con el suicidio en llamas de Mohamed
Bouazizi.
Siguió Egipto, con un movimiento motivado por el desempleo, la anacronía
del sistema y la inter-comunicación de las clases medias y trabajadoras
gracias a los medios de comunicación que escaparon al dominio oficial:
Twitter, Facebook, las redes sociales en general. Como en la Revolución
Mexicana de 1910, la caída del dictador fue sólo el primer acto de una
transformación que se antoja larga y difícil, dada la fuerza del
ejército, las diferencias étnicas y religiosas entre musulmanes, coptos
cristianos, griegos, armenios y maronitas además de saidis, nubios,
beias, etc. Como México al caer Porfirio Díaz, el Egipto post-Mubarak
tomará años en darse su moderna fisonomía. Pero dos cosas parecen
ciertas. El pasado no regresará, y los musulmanes tendrán la primacía
política.
Si la revolución egipcia fue doméstica, la de Libia recibió ayuda
militar directa de Francia e Inglaterra, así como sobrevuelos de los EU.
Nadie lamentó la caída del cruel tirano El Gadafi. Todos nos
preguntamos cuál será el destino de Libia después de cuatro décadas de
dictadura personal. Los países de la región aguardan y el otro gran
tirano del Oriente Medio, Bashar Assad, deberá abandonar el gobierno de
Siria, representativo de la minoría alauita, a favor de la mayoría suní.
(Los suníes, me entero, dicen honrar a los cuatro primeros califas que
sucedieron a Mahoma; los alauitas sólo reconocen al cuarto califa, yerno
de Mahoma).
Más allá, en el Oriente Medio, en Iraq los norteamericanos se van y
queda Nuri-al-Maliki al frente de una república facciosa y una economía
en ascenso. Del otro lado del Golfo Pérsico, la teocracia de Ali Jameneí
mantiene al gobierno títere de Ahmadineyad como frente previo a la
negociación con EU. El actual gobierno de Teherán es una fachada
sacrificable al poder de los Ayatolas. Amenazada por Israel a causa de
sus armas ofensivas pero también por una oposición interna que puede
manifestarse con vigor en 2012, ser apoyada por Washington y privar de
agresividad al Primer Ministro israelí, Benjamín Netanyahu, a quien las
organizaciones políticas de izquierda y centro en Israel condenan,
favoreciendo, algunas de ellas, un regreso a los principios fundadores
del Estado Judío: la democracia colectiva. Sólo que al lado de Israel,
el Estado palestino pugna por organizarse y obtener reconocimiento
internacional, proponiendo un regreso a las fronteras de 1967. Tan
compleja y peligrosa situación es vigilada de cerca por Turquía, que es
un Estado liberal musulmán en pugna con las fuerzas seculares y con la
minoría kurda que rebasa sus fronteras para internarse en Iraq.
Basta de competir por el número de víctimas, clama Daniel Baremboim,
quien junto con Edward Said promovió los derechos compartidos por Israel
y Palestina. Barenboim, hoy, pide que Palestina reconozca la existencia
del Estado de Israel. Israel debe acabar con la ocupación de territorio
palestino y desmantelar los sitios ocupados. Israel debe aceptar al
Jerusalén oriental como capital de Palestina. Los palestinos han de
reconocer que la violencia no remedia el sufrimiento de la ocupación y
el exilio. Israel debe reconocer que la violencia sólo engendra más
violencia.
Que los ciudadanos palestinos e israelíes tomen la iniciativa, como lo
hicieron los ciudadanos de Egipto, pide Barenboim. La incertidumbre del
resultado no justifica la pasividad del momento.
Cruzando el Mediterráneo, Italia entra a la era post-Berlusconi con un
gobierno tecnócrata, un presidente que ve lejos (Napolitano) y una
exigencia de disciplina fiscal que es, con más agudeza, el problema que
comparten Portugal, Irlanda y, dramáticamente, Grecia, donde la
pertenencia a la moneda común, el euro, se mantiene por decisión
política de Angela Merkel y Nicolás Sarkozy, pero depende, al cabo, de
la capacidad griega de austeridad y de las demandas de la protesta
pública.
En Noruega, las acciones criminales de un loco fanático no han
descontrolado a la sociedad civil. Pero en Holanda, Austria y Dinamarca,
los partidos enemigos del inmigrante, si aun no toman el poder, sí lo
acosan creando un clima racista y proponiendo una cuestión central para
el futuro. ¿Cómo apurar la mejoría general de las antiguas colonias
africanas de Europa para que sus ciudadanos se queden allí, construyendo
naciones más justas y no se vean orillados a emigrar al norte, donde
los esperan prejuicios y xenofobias? Grave, importante cuestión que
atañe tanto a Europa como a las antiguas colonias, a sus gobernantes y a
sus gobernados.
Un hecho excepcional en este conjunto es la emergencia de una sociedad
civil en Rusia. Germinante, por lo menos, desde el reino de Catalina la
Grande, manifestada en las obras de literatura, música y pintura y
aplastada por los Zares primero y los comunistas en seguida, la nueva
sociedad civil ha crecido a pasos agigantados en la etapa
post-comunista. Hoy, a pesar de la ambición de poder absoluto de
Vladimir Putin, la sociedad dice No, se manifiesta en la calle y le
propone al gobierno reformas que ponen en jaque la ambición de Putin de
mantenerse ocho años más en el poder. No subestimo a un político tan
hábil. El tiempo --acaso este año que será-- nos lo dirá.
Los "inconformes" se han manifestado de España a la Gran Bretaña,
cruzando el Atlántico como los "ocupantes". Ocupar Wall Street primero y
luego la nación entera, de Oakland a Nueva York. Las acciones
--municipales y policiales-- contra los "ocupantes" han puesto a prueba
al movimiento que es un eje de descontento opuesto pero reflejo de, el
minoritario "Tea Party" de la extrema derecha norteamericana. Las
elecciones del próximo noviembre tendrán lugar entre la extrema derecha
que desconfía de Mitt Romney y la extrema izquierda que no tendrá más
remedio que votar por Barack Obama.
Empieza a verse claro que las tradicionales clasificaciones de
"izquierda" y "derecha", "norte" y "sur", "laico" y "religioso" están en
un momento de cambio profundo hacia nuevas nomenclaturas propias del
cambio de civilización al que, nos guste o no, asistimos. |
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