Los antifederalistas tenían razón
Por Gary Galles.
El 27 de septiembre es el
aniversario de la publicación del primero de los Papeles Antifederalistas de
1789. Los antifederalistas eran contrarios a la ratificación de la Constitución
de EEUU. Temían que creara un gobierno central autoritario, mientras que los
defensores de la Constitución prometían que eso no pasaría. Como perdedores en
ese debate, hoy están prácticamente olvidados. Pero eso no significa que estuvieran
equivocados o que no estemos en deuda con ellos.
Por muchas razones, se ha
calificado mal a este grupo. El federalismo se refiere al sistema de gobierno
descentralizado. Este grupo defendía los derechos de los estados (la misma
esencia del federalismo) frente a los federalistas, que deberían haber sido descritos
más apropiadamente como nacionalistas. Sin embargo, lo que predijeron los
llamados antifederalistas que serían los resultados de la Constitución resultó
ser cierto en casi todos sus aspectos.
Los antifederalistas nos
advirtieron de que el coste que soportarían los estadounidenses tanto en
libertad como en recursos para el gobierno que se desarrollarían bajo la Constitución
aumentaría enormemente. Por eso sus objeciones llevaron a la Declaración de
Derechos, a limitar esa tendencia (aunque con demasiado poco éxito que ha sobrevivido
hasta el presente).
Los antifederalistas se oponían a
la Constitución basándose en que sus controles del poder federal se verían
socavados por las interpretaciones expansivas de la promoción del “bienestar
general” (se se reclamaría para cualquier ley) y la cláusula de “todas las
leyes necesarias y apropiadas” (que se usaría para superar los límites en los
poderes federales delegados), creando un gobierno federal con poderes
injustificados y no delegados que estaba condenado al abuso.
Uno podría objetar acerca de los
mecanismos que los antifederalistas predijeron que llevarían a la tiranía
constitucional. Por ejemplo, no previeron que la Cláusula de Comercio llegaría
a ser llamada la “la cláusula de todo” en las facultades de derecho, utilizada
por los centralizadores para justificar casi cualquier intervención federal
concebible. La distorsión del significado original de la cláusula en el siglo
XX fue tan grande que los vigilantes antifederalistas nunca podrían haber
imaginado que el gobierno se saliera con la suya.
Y no podían haber previsto cómo la
Decimocuarta Enmienda y su interpretación
extenderían la dominación federal sobre los estados tras la Guerra de
Secesión. Pero es muy difícil discutir sus conclusiones desde el alcance actual
de nuestro gobierno, no solo para introducir por la fuerza, sino a menudo para
abrumar hoy a los estadounidenses.
Por tanto, merece la pena recordar
los anticipadores argumentos de los antifederalistas y lo desafortunado que es
la práctica ausencia de estadounidenses modernos que compartan sus
preocupaciones.
Uno de los antifederalistas más
brillantes fue Robert
Yates, un juez de Nueva York que, como delegado en la Convención
Constitucional, se retiró porque la convención estaba excediendo sus
instrucciones. Yates escribía como Brutus en los debates sobre la constitución.
Dada su experiencia como juez, su afirmación de que el Tribunal Supremo se
convertiría en una fuente de extralimitación federal casi ilimitada fue
particularmente brillante.
Brutus afirmaba que el Tribunal
Supremo ideado en la Constitución se convertiría en una fuente de abusos
masivos, porque estaba más allá del control “tanto del pueblo como del poder
legislativo” y no estaba sujeto a ser “corregido por ningún poder por encima de
él”. Por consiguiente, objetaba al hecho de que sus provisiones justificando la
remoción de jueces no incluyera fallos que fueran más allá de la autoridad
constitucional, lo que llevaría a una tiranía judicial.
Brutus argumentaba que cuando estuvieran
ausentes las bases constitucionales para dictar sentencia, el Tribunal crearía
bases “mediante sus propias sentencias”. Pensaba que el poder que conllevaría
sería tan irresistible que el judicial lo usaría para crear derecho,
manipulando para justificarlo el significado de las cláusulas vagas.
El Tribunal Supremo interpretaría
la Constitución según su supuesto “espíritu” en lugar de verse restringido a
solo la “letra” de sus palabras escritas (como requeriría la doctrina de los
derechos enumerados, indicada en la Décima Enmienda).
Además, las sentencias derivadas de
cualquiera que el tribunal considere que sea su espíritu en la práctica “tiene
fuerza de ley”, debido a la ausencia de medios constitucionales para “controlar
sus fallos” y “corregir sus decisiones”. Este defecto constitucional se
desarrollaría con el tiempo de una “manera silenciosa e imperceptible”, a través
de precedentes que se acumularían unos sobre otros.
El poder judicial expandido daría
poder a los jueces para dar al gobierno federal la forma que éstos desearan,
porque las interpretaciones constitucionales del Tribunal Supremo controlarían
el poder efectivo otorgado al gobierno y sus distintas ramas. Eso daría al
Tribunal Supremo un poder siempre creciente, en contradicción directa al
argumento de Alexander Hamilton en el número 78 del Federalist de que el Tribunal
Supremo sería “el poder menos peligroso”.
Brutus predijo que el Tribunal
Supremo adoptaría principios “muy liberales” al interpretar la Constitución.
Argumentaba que nunca en la historia había habido un tribunal con tal poder y
con tan pocos controles, dando al Tribunal Supremo “poderes inmensos” que no
solo no tenían precedentes, sino que eran peligrosos para una nación fundada en
el principio del consentimiento de los gobernados. Dado el grado en que se
había eliminado el poder de los ciudadanos de mantener en la práctica su
consentimiento ante las acciones federales, es difícil responder a la
conclusión de Brutus.
Advirtió además que el nuevo
gobierno no se vería restringido en su poder de fijar impuestos y que el poder
bélico del legislativo era muy peligroso: “el poder en el legislativo federal
de crear y dotar ejércitos a su placer, así en la paz como en la guerra, y su
control sobre la milicia, tienden, no solo a una consolidación del gobierno,
sino a la destrucción de la libertad”.
También objetó a la misma idea de
que una forma republicana de gobierno pudiera funcionar bien sobre tan vasto
territorio, incluso en el relativamente pequeño territorio comparado con los
EEUU de hoy en día:
La historia no proporciona ningún
ejemplo de una república libre, de nada como los Estados Unidos. Las repúblicas
griegas eran pequeñas, igual que la de los romanos. Ambas, es cierto, con el
paso del tiempo, extendieron sus conquistas sobre grandes territorios y la
consecuencia fue que sus gobiernos se cambiaron de gobiernos libres a algunos
de los más tiránicos que hayan existido nunca en el mundo.
Brutus describía apropiadamente
tanto la causa (la ausencia de limitaciones aplicables al tamaño y ámbito del gobierno federal) como
las consecuencias (el aumento de las cargas y las crecientes invasiones de la
libertad) de lo que se convertirían en los expansivos poderes federales que
ahora vemos a nuestro alrededor.
Pero hoy Brutus concluiría que
había sido demasiado optimista. El gobierno federal ha crecido en órdenes de
magnitud mayores de los que nunca pudo
haber imaginado (en parte porque estaba escribiendo cuando solo eran posibles
impuestos indirectos y el pequeño gobierno que podían financiar, antes de que
la 16ª Enmienda abriera el camino al impuesto federal sobre la renta en 1913),
excediendo con mucho sus poderes enumerados constitucionalmente, a pesar de las
limitaciones de la Declaración de Derechos. El resultado grava a los ciudadanos
más allá de su peor pesadilla.
La tiranía judicial que fue
predicha apropiadamente y sin ambigüedades por Brutus y otros antifederalistas
demuestra que en lo esencial tenían razón y que los estadounidenses modernos
aún tienen mucho que aprender de ellos. Tenemos que comprender sus argumentos y
tomarlos muy en serio ahora, si hay alguna esperanza de restringir al gobierno
federal a los poderes limitados que realmente le concede la Constitución o
incluso algo cercano a ello, dada su actual tendencia a acelerar su crecimiento
más allá de ellos.
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