Por Pedro Aguilar*
“Que en un sistema totalitario no se consienta la investigación desinteresada dela verdad y no haya otro objetivo que la defensa de los criterios oficiales, es fácil de comprender, y la experiencia lo ha confirmado de modo amplio en cuanto a las disciplinas que tratan directamente de los negocios humanos y, por consiguiente, afectan de manera más inmediata a los criterios políticos, tales como la Historia, el Derecho o la Economía. En todos los países totalitarios estas disciplinas se han convertido en las más fecundas fábricas de mitos oficiales, que los dirigentes utilizan para guiar las mentes y voluntades de sus súbditos. No es sorprendente que en estas esferas se abandone hasta la pretensión de trabajar en busca de la verdad y que las autoridades decidan qué doctrinas deben enseñarse y publicarse” - Friedrich Hayek
INTRODUCCIÓN
Tras
soportar las consecuencias del colapso económico y la descomposición
social, originadas por las irresponsables políticas populistas de los
años ochenta, y, tras pasar sin pena ni gloria los años noventa en medio
de reformas liberales inconclusas, América Latina buscó poner la casa
en orden en años recientes, y ahora, mira con esperanza el inicio de la
segunda década del siglo XX, en lo que los especialistas han vaticinado
puede ser “la gran década” para la región.
Sin
embargo, existen una serie de condicionantes y trampas que es oportuno
identificar. Impulsadas por demagogos ideológicos hambrientos de poder,
están en peligro las oportunidades de crecimiento económico, estabilidad
social y eficacia política. Hoy, como en aquellos años ochenta, los
impostores han regresado por una nueva estafa; algunos son viejos
conocidos y otros malos por conocer.
Ejercer
una denuncia responsable es un deber como ciudadano, pues estas élites
representan la mayor amenaza para nuestro sistema democrático, de eso
que ellos mismos han denominado “populismo latinoamericano”.
La
inteligente manera de llevar sus pintorescos mensajes a las masas, la
tiranía disfrazada de promiscua benevolencia y la carencia de
información de parte de la sociedad, hacen un llamado para desnudar al
gran impostor frente a la verdad y la justicia, en pro de la
preservación de los valores democráticos y con el fin único de buscar
las alternativas que permitan de la manera más pronta, alcanzar el
bienestar social y económico en sociedades con libertad, oportunidades y
gobernanza entre quienes las conforman.
Por
ello, he intentado desmenuzar algunos de los grandes mitos que
vulgarmente los populistas latinoamericanos pretenden seguir promoviendo
en sus campañas políticas, que imponen a los medios de comunicación
cuando llegan al poder, y que, más que mitos, representan la praxis
opuesta de sus políticas al hacerse de la bandera y los actos oficiales.
Propongo
tres mitos, no son los únicos, tampoco los primeros ni los últimos, pero
encierran tres de las principales falacias en el orden económico,
político y cultural, que forman ese triunvirato de conspiración y
engaño, hecho patraña populista cuando llega al poder.
Mito I: Economías centralizadas traerán crecimiento económico
“En efecto, ¿quién hace la riqueza? ¿Es la riqueza obra del gobierno? ¿Se decreta la riqueza? El gobierno tiene el poder de estorbar o ayudar a su producción, pero no es obra suya la creación de la riqueza” - Juan Bautista Alberdi
Dentro
del árbol genealógico intelectual de cualquier caudillo populista,
existe la creencia, de que, es a través del proteccionismo de las
industrias nacionales y la nacionalización de las principales
instituciones, la mejor manera de preservar los intereses de la
sociedad. Imponer un Estado Empresario, sintonizar la burocracia como
modelo de negocio y otorgar subsidios a los grupos clientelistas, forman
parte de la estrategia económica de estos gobiernos, a los que no les
parece importar el deterioro económico permanente al que van
desenfrenadas sus economías.
Y
es que, como parte de los vicios de los demagogos populistas, se
encuentra una necesidad por nacionalizar cuanto recurso se les aparece
en el espectro económico, sin medir los costos monetarios y no
monetarios de sus decisiones, y , olvidando que la primera necesidad de
los países latinoamericanos es atraer inversiones, generar valor
agregado y esto solo puede lograrse con garantías claras y condiciones
amigables para la inversión extranjera, las multinacionales y el pequeño
y mediano empresario nacional.
Dependiendo
de la industria, las medidas autoritarias que atentan contra las
libertades económicas varía; desde el control de precios para mantener
cuotas de producción y consumo, hasta la expropiación de tierras y
capital de empresarios que han logrado establecer actividades
comerciales en los países, generando fuentes de empleo y transferencia
de capital tecnológico y conocimiento. En economías enlazadas de forma
cada vez más progresiva, a través de las tecnologías de la información y
los adelantos científicos, resulta más fácil para los pequeños
competidores aprovecharse de las ventajas del intercambio comercial.
Pero, sin las condiciones estructurales y la estabilidad política
necesaria, las oportunidades terminan en utopías.
Han
sido muchos los países que inicialmente no contaban con la mayor
cantidad de recursos naturales, mano de obra calificada, y mas bien,
tenían índices socioeconómicos alarmantes, pero que bastó un compromiso
político firme y honesto para darle a la comunidad internacional señales
de confianza de que existían proyectos políticos serios, en pro de la
movilidad de capitales y de la atracción de inversiones, como forma de
fomentar la investigación y el desarrollo y para establecer en una
sociedad emprendedora el secreto del desarrollo. El caso de los tigres
asiáticos y los países de Europa del este que vivieron por décadas en el
oscurantismo soviético, son buenas lecciones de cómo crecer
responsablemente y lograr bienestar para la sociedad.
Los
gobiernos, más que establecer políticas de personalistas, debe
enfocarlas como políticas de Estado, entendiendo que es a través de la
apertura y el provecho a las ventajas comparativas, la mejor forma de
sacarle ventaja al mercado. El experimento del Estado Empresario está
comprobado como experimento fallido y resulta grotesco que algunas
cabezas calientas pretendan imponerlo de nuevo, cuando hay conciencia de
las externalidades negativas y el costo de subdesarrollo de décadas que
la sociedad presente y muy futura acabaría pagando con resignación. Que
no se repita la historia.
Mito II: Un único poder es más eficaz
“El principio de que el fin justifica los medios se considera en la ética individualista como la negación de toda moral social. En la ética colectivista se convierte necesariamente en la norma suprema; no hay, literalmente, nada que el colectivista consecuente no tenga que estar dispuesto a hacer si sirve «al bien del conjunto», porque el «bien del conjunto» es el único criterio, para él, de lo que debe hacerse” - Friedrich Hayek
Una
de las principales discusiones al analizar cómo lograr Estados más
eficientes, que permitan una gobernanza efectiva dentro del sistema
democrático, está relacionada con las ganas de encontrar mecanismos que
agilicen el ejercicio de la función pública.
Para
algunos, otro de los aspectos importantes dentro de lo que ahora se
llama democracia real participativa, está relacionada con la
incorporación de las diferentes élites en la construcción de los
Estados. Así, las minorías proponen sus agendas y a las mayorías se les
integra un proceso de reingeniería cultural, que con mayor o menor
lentitud, se termina incorporando a la cotidianidad, a veces disfrazada
de compartimiento, y en otras, de tolerancia.
Para
otros, es esta petitoria de ejercer un contrapeso de poderes, lo que ha
provocado aparatos Estatales clientelistas, predispuestos al mejor
postor, y que por lo tanto, siempre será un juego de suma cero, donde el gran capital se impone, sin importar si se habla de minorías, de Estado de Derecho o de convivencia democrática.
Es
este último el vil mercadeo político de los populistas
latinoamericanos. Han manipulado sus mensajes con el afán de promover la
concentración del poder en el caudillo y sus secuaces. Así, comienzan a
imponer la creencia, de que, las urgentes reformas estructurales de los
países llegarán solo a través de amañadas Asambleas Constituyentes,
decretos hegemónicos e indivisibilidad en el poder. Lo anterior, da paso
a nombramientos a conveniencia, imposibilidad de fiscalizar y crear
mecanismos de rendición de cuentas, transparencia y mucho menos
cumplimiento del Estado de Derecho que a partir de este momento
desaparece de forma automática.
Está
en una mayor coordinación institucional, la manera para fomentar un
Estado más ágil, donde las acciones de gobierno se sincronicen entre sus
diferentes representantes e incorporen al sector privado, en un proceso
de concertación de intereses, pero siempre, bajo el respeto de la
seguridad jurídica, la independencia del poder Judicial y la
representatividad del poder legislativo, de manera que se respete el
Estado de Derecho como forma de preservar la sana convivencia
democrática.
Mito III: La globalización es para los ricos
“El lenguaje político…está diseñado para lograr que las mentiras parezcan verdades y el asesino respetable, y para dar una apariencia de solidez al mero viento” - George Orwell
El
populista latinoamericano entiende bien que la sociedad latinoamericana
es susceptible al sentimentalismo político, a esa retórica exacerbada
que le abre sus puertas al nacionalismo. Es la necesidad de encontrar
culpables al subdesarrollo, es el furor que quema su pintoresco espectro
ideológico y la convierte en demonio de infinitas caras, capaz de
presentarse a las elecciones democráticas, interrumpir con la
estabilidad del sistema y alzarse con el poder.
Ya
ha pasado la época de las revoluciones y las guerrillas, la era de los
combates asimétricos, los trajes camuflados y las intervenciones
terroristas de asaltos a ministerios y atentados contra estatuas o
espectáculos públicos. Ha sido otra de las lecciones aprendidas; ahora,
los populistas intentan llegar al poder a través de las elecciones
libres, donde a excepción del régimen totalitario cubano, ya hay
democracia en todos los países de la región.
Sin
embargo, aunque se han resignado a aceptar las urnas como juez con
veredicto, hacen uso de una domesticación barata contra una sociedad
plasmada en desesperanza y desconcierto. Un pueblo desinformado, carece
de razón, y sin ésta, puede ser capaz de cualquier disparate.
Así,
han sido muchos los populistas que recientemente han llegado a los
gobiernos de los países latinoamericanos. Una vez instalados en el
sillón presidencial, comienza el mayor proceso de desbaratamiento
institucional del marco establecido.
Los
alarmantes niveles de pobreza y la mendicidad de los indicadores
económicos necesitan algún culpable. ¿Qué mejor manera de denunciar la
corrupción del sistema capitalista como fuente de todos los males?
Quizá,
lo más preocupante, es la sustitución de valores que los populistas
intentan imponerle a su gente. Cuando los gobernantes convierten sus
fines en los fines de la sociedad, comienza una degeneración de todas
las estructuras del orden presente, por una imposición de costumbres,
gustos y preferencias a través de la represión y la violación a las
libertades políticas y civiles.
Los
gobiernos autoritarios necesitan el control de los medios de
comunicación, infiltrarse en las organizaciones no gubernamentales y en
cualquier posible organización de libre pensamiento. En la medida que
sus intereses se encuentren alineados con otros grupos, principalmente
militares e Iglesia, se formará un triunvirato capaz de sostener a
través de la represión mental y física a la sociedad en un
adormecimiento progresivo, donde el deterioro en la calidad de vida, la
disminución de oportunidades y la condena al subdesarrollo son las
consecuencias más fatales obtenidas como resultado.
Dentro
de las actividades culturales más comunes de los populistas, se
encuentra el interés desmedido por ensalzar cualquier manifestación
antiimperialista, entendiéndolo en términos tropicales como una guerra
no tan fría contra los Estados Unidos de América, que por si fuera poco
es uno de los principales socios comerciales para la mayoría de países
de la región.
En
el discurso de los populistas, tiende a existir una masificación que
termina provocando nauseas; después de tomar el control de los medios de
comunicación y empoderarse como la única voz oficial y con
criterio para opinar de asuntos relevantes, se ponen en práctica lemas y
conductas vergonzosas, donde el consumismo es castigado como traición,
cuestionar al gobierno es desterrar los valores nacionalistas, querer
comodidad es dejarse llevar por las transnacionales que le mienten al
mundo y donde opinar a favor del mercado, de la libre movilidad y acceso
a las tecnologías de la información es estar corrompido por el sistema.
El
mercado, lo dibujan en las vallas publicitarias como el pulpo capaz de
dejarse todo en sus ramificaciones para entregarlo a las transnacionales
y robarle los recursos a los campesinos, que por si fuera poco, son más
pobres después de la titulación de las tierras que le fueron
expropiadas a la empresa privada, pues nunca contaron con la
capacitación ni las herramientas para hacerle frente a sus cosechas.
El
sentido de una sociedad emprendedora no existe. Se busca en una primera
parte, el crecimiento insostenible de ciertas variables económicas,
aplicando políticas de regalías a todos los sectores, con
irresponsabilidades en el manejo fiscal y monetario, comprando así
conciencias y terminando de desbaratar a una sociedad desinformada.
Cuando
ya la burbuja es insostenible, comienzan los desordenados controles de
precios, descontroles inflacionarios y los límites en la capacidad de la
deuda comienzan a estallar. Al llegar a tal nivel, solo queda soportar
las noches negras que se aproximan; una sociedad echada a la mala cabeza
de sus gobiernos. Los signos son claros. América Latina está sobre
aviso.
CONCLUSIONES
Los
latinoamericanos debemos asumir a la democracia como el sistema menos
imperfecto, capaz de establecer metas y homologar intereses disímiles en
propuestas comunes. Para esto, es trascendental la representatividad
real, la cogobernanza de las minorías con sus respectivas agendas y el
respeto al Estado de Derecho, como forma de garantizar la propia
convivencia democrática.
La
libertad es indivisible a la democracia. Los gobiernos deben de
preocuparse por garantizar el respeto a la Ley, por el fortalecimiento y
la transparencia institucional, que generan la confianza necesaria en
la sociedad civil, empresarios, en la comunidad internacional y en los
diferentes grupos. Si las reglas están claras, el funcionamiento del
Estado permite conducir hacia proyectos de largo plazo, donde los
intereses individuales se encuentren coordinados a través de las
relaciones socioeconómicas que mediante la manifestación política en
democracia pueden validarse.
El
autoritarismo, las políticas represivas, el control a las actividades
económicas y la violación a las libertades civiles y políticas, nunca
podrán ser justificadas, ni siquiera cuando se disfrazan con
benevolencia por caudillos que esconden pasiones ideológicas enfermizas y
que no han comprendido la mutación de las relaciones geopolíticas de
este mundo globalizado.
Buscar
la participación política, va más allá de la simple actividad en grupos
oficiales, sino que, interviene un factor de compromiso democrático,
con los valores tendiente a fortalecer una sociedad heterogénea en
características, pero afín en sus fines. Todos los grupos desean
prosperidad y tienen la esperanza de un mejor mañana. Por esto, el
Estado debe de brindar la libertad de pensamiento, de asociación y
garantizar la transparencia en el funcionamiento de sus instituciones,
que deben estar en función de los intereses sociales y no de los
intereses de quienes sostienen el poder.
Los
populistas no entienden nada de lo anterior, son ágiles y sutiles y
están dispuestos a emboscarnos una vez más. Aún es tiempo Latinoamérica.
*Pedro Aguilar, es Economista de la Universidad de Costa Rica y miembro de la Red de Escritores Plumas Democráticas.
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