Qué ironía: Todo parece indicar que Panamá será la estrella
económica de Latinoamérica en el 2012, con un 6.8 por ciento de
crecimiento económico y sin ninguna preocupación de dinero en el futuro
cercano. Y sin embargo, muchos panameños son pesimistas sobre el futuro.
Según
el informe “Perspectivas Económicas Globales 2012” del Banco Mundial,
dado a conocer esta semana, la tasa de crecimiento de Panamá será la más
alta de Latinoamérica este año, seguida por la de Uruguay, de 5.7 por
ciento, y la Chile, del 5 por ciento.
El presidente Ricardo
Martinelli se está beneficiando, entre otras cosas, del boom económico
alimentado por la ampliación del Canal de Panamá, que aportará al país
$29,000 millones en los próximos 25 años, la construcción del primer
tren subterráneo de Centroamérica en la Ciudad de Panamá, y la llegada
masiva de inversionistas venezolanos.
Pero los últimos titulares de Panamá confirman lo que ya percibí
durante una visita el año pasado: hay una creciente agitación política
por el estilo de gobierno arrebatado de Martinelli, que muchos temen
puede llevar a una autocracia sin división de poderes, mayor corrupción,
fuga de capitales y decadencia económica.
Los índices de
aprobación de Martinelli cayeron desde casi el 80 por ciento cuando
asumió el poder a 44 por ciento en la actualidad, según una encuesta
reciente de Dichter & Neira. Hay signos de una creciente protesta
social, tales como una inusual huelga de trabajadores de la ampliación
del Canal de Panamá, que se inició esta semana.
Los críticos dicen
que Martinelli es un populista de derecha que está comprando la
adhesión de la gente con subsidios, mientras destruye las instituciones
democráticas.
“Es una situación bastante anómala: tenemos un
presidente empresario, y los más preocupados somos los empresarios”, me
dijo Roberto Eisenmann, fundador del diario La Prensa y uno de los líderes del sector privado. “La preocupación es que él está abusando de sus poderes”.
Martinelli
ya controla la Asamblea Nacional y la Corte Suprema. Según sus
opositores, está tratando de lograr el control del tribunal electoral y
del Canal de Panamá, una agencia independiente, y quizás de re-elegirse
inconstitucionalmente.
Mientras tanto, está enviando inspectores
fiscales a críticos como Eisenmann, que afirma haber sido castigado con
una multa de $3 millones tras denunciar la corrupción gubernamental.
“A
mi me castigaron porque estoy criticando al gobierno, pero a otros
empresarios los castigan para comprarles sus negocios”, denuncia
Eisenmann.
El gobierno ve las cosas con gran optimismo. El
ministro de economía de Panamá, Frank G. de Lima, me dijo que la
economía panameña crecerá un 7.5 por ciento este año.
Además de
los ingresos adicionales por la expansión del Canal y el movimiento
económico producido por el masivo plan de obras públicas, el turismo
crecerá desde un récord de 2 millones de visitantes el año pasado a 2.2
millones este año, y el acuerdo de libre comercio recientemente firmado
con Estados Unidos aumentará el crecimiento económico entre el 0.5 por
ciento y el 1 por ciento anual, afirmó.
“Panamá tuvo el mayor
crecimiento económico de América Latina el año pasado, y la tasa de
desempleo más baja de la región, de 4.5 por ciento”, dijo De Lima.
“Somos aún más optimistas que el Banco Mundial para el 2012”.
Cuando
le pregunté por la creciente polarización política, De Lima me dijo que
“cuando tú no tienes los problemas económicos estructurales de otros
países, como un alto desempleo, los problemas pequeños se
sobredimensionan. Eso es lo que creo que está pasando”.
Mi
opinión: Probablemente hay elementos de verdad en lo que dicen ambas
partes, pero algunas de las cosas que están ocurriendo en Panamá
justifican la preocupación.
Panamá es una economía de servicios
que depende en gran medida del Canal de Panamá, y de los sectores
financiero, naviero y de la zona de libre comercio, todos los cuales
requerirán de credibilidad internacional y un buen sistema educativo
para crecer en los próximos años. Y Panamá no está avanzando en ninguno
de estos dos frentes.
Sin una clara división de poderes que
garantice el estado de derecho no habrá confianza, y se harán menos
inversiones. Y con malas políticas educativas —como la pésima decisión
reciente del gobierno de no participar en las pruebas internacionales
PISA de estudiantes de 15 años, que le da a los países un diagnóstico
comparativo de su situación educativa— el país no tendrá una clase
profesional capaz de competir eficazmente en una economía de servicios
global.
Todavía hay tiempo. Martinelli puede demostrarle a sus
críticos que están exagerando, y que Panamá va rumbo a un largo período
de democracia y prosperidad. Pero si no escucha algunas de las críticas
que se le están haciendo, convertirá al país en una republica bananera, y
arruinará una de las historias de éxito económico más promisorias del
continente.
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