El periódico The New York Times ofrece un
recorrido inusual por las lujosas mansiones de algunos de los
narcotráficantes mexicanos más conocidos: previsible ostentación de una
riqueza —como tantas otras— ganada con sangre.
Fachada de la casa donde vivía Zhenli Ye Gon
El narcotráfico es, en esencia, un
negocio. Uno cuyas cuantiosas ganancias —nacidas en buena medida de la
prohibición que pesa sobre varias de las sustancias trasegadas— ha
elevado a individuos antes desconocidos y pertenecientes a las clases
más bajas de una sociedad estratificada según la capacidad económica, en
personajes de notable aunque subrepticia influencia pública, que se
cuelan a las listas de los más ricos del mundo y que abierta o
secretamente tienen la admiración o la envidia de muchísimas personas
que quisieran estar en su posición.
Por otro lado, sabemos también que estos
nuevos magnates dan rienda suelta a sus fortunas casi siempre de manera
ostentosa, lo mismo en su vestimenta que en sus pasatiempos o en las
muchas casas que habitan.
Interiores
Recientemente el periódico New York
Times publicó un reportaje sobre las mansiones de algunos
narcotraficantes destacados, profusamente ilustrado con imágenes in situ de las residencias que estos personajes habitaban regularmente o que utilizaban como lugares de descanso.
Exterior de la casa de Eduardo Arellano Félix
Dentro
Destacan, claro, los lujosos acabados de
algunas de estas casas —algunas verdaderos palacetes principescos—,
pero quizá mucho más el trasfondo cultural que anima este regocijo
personal en el exceso que permite el mucho dinero obtenido. Dice Damien
Cave, autor del reportaje:
Para muchas personas
aquí [en México], el crimen representa una meritocracia en un país de
oligarquía y pobreza. Trabaja duro, haz lo que sea necesario y un jefe
criminal te recompensará con dinero, autos y responsabilidad.
Lujoso departamento con vista panorámica en la Ciudad de México donde vivía un joven narco
Un Plymouth encontrado en la casa de un narcotraficante
En este sentido, resulta difícil
condenar la desmesura de estos narcotraficantes. ¿Quién no viviría,
percibiendo semejantes ingresos, en un exclusivo conjunto residencial,
rodeado de comodidades y placeres? Si emplean o no con mal gusto su
dinero, es una opinión subjetiva. Lo condenable, en todo caso, es el
origen de dicha riqueza: la explotación, las muertes, la corrupción —no
muy distinta, en este aspecto, al de muchas otras.
Interior de la casa donde fue arrestado José Jorge Balderas Garza, “El JJ”
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