La vida del hacker y entrepreneur digital Kim
Dotcom Schmitz es una muestra del ascenso y la caída de un moderno
pirata que intentó hacerse millonario con la divisa de la información
La operación liderada por el FBI que
culminó con el cierre del popular sitio MegaUpload y con el arresto de 4
personas cambió la historia de la compartición de archivos en Internet,
haciendo, entre futuras amenazas, al menos un poco más difícil
descargar y transferir archivos en la red. En el centro de este caso
esta Kim Schmitz: aka Kimble, Kim Tim Jim Vestor y finalmente Kim
Dotcom. Este hombre de más de 130 kilos de peso, casi 2 metros de
altura, aficionado a las carreras de autos ilegales, las modelos, los
yates y todo tipo de negocios en la frontera de la legalidad, es el
fundador de MegaUpload y la encarnación del sueño megalómano del hacker:
el dinero rápido que ofrece el poder de la información.
Kim Dotcom aguarda extradición de Nueva
Zelanda a Estados Unidos, donde se le acusa de haberle costado a
propietarios de derechos de autor al menos 500 millones de dólares en
ingresos perdidos. Dotcom, de 37 años y de nacionalidad alemana y
finlandesa, dijo hace poco que había dejado atrás su vida de hacker y de
malversador de fondos: estaba contento de tomar café con sus vecinos y
de estar cerca de convertirse en un buen ciudadano de Nueva Zelanda. Sin
embargo, cuando los helicópteros de la policía descendieron sobre su
mansión, lo encontraron encerrado con una escopeta.
La carrera de Kim Dotcom en los margenes
de la ley y de la atracción mediática empezó a principios de los
noventa cuando lanzó una compañía de seguridad cibernética, utilizando
la reputación que tenía como hacker. A los 18 años fue entrevistado por
la versión alemana de Forbes, en un artículo sobre la “nueva ola de
cibercrimen” en el que, según la revista Wired, se aprovechó de la falta
de conocimientos técnicos de los reporteros para crear una imagen más
sexy y peligrosa de sí mismo. Esta sería la constante en su vida: una
especie de trisckster capaz de nadar entre la mareas y de
recubrir su inseguridad con dinero y con falsas proezas y autolisonjas,
dignas de un moderno Falstaff.
Poco después Dotcom dijo ser el líder de
un grupo internacional de hackers llamado Dope y presumió haber
hackeado los sistemas PBX de cientos de compañías estadounidenses;
sostuvo también haber desarrollado un teléfono encriptado que no podía
ser intervenido. Dijo luego en el 2001 al diario Telegraph que
había hackeado Citibank y transferido 20 millones de dólares a
Greenpeace, algo que esta organización negó. Quizás queriendo un poco de
la popularidad lograda por Gary Mckinnon, también se jactó de haber
hackeado a la NASA.
Lo que Dotcom sí hizo fue traficar
números de tarjetas telefónicas robadas –al menos según la policía. Fue
arrestado en 1994 y condenado a un mes; en 1998 se le condenó por 11
cargos de fraude cibernético y diez cargos de espionaje de datos, pero
logró no pasar su sentencia tras las rejas.
Esta notoriedad de hacker le permitió
propulsar su compañía de ciberseguridad Data Protect, a la cual colocó
como proveedor de Lufthansa. Al fluir el dinero, Kim Dotcom empezó a
fondear su pasión por autos deportivos, mujeres y grandes farras. Por
esa época produjo una película en Flash llamada Kimble, Special Agent, en
la que su alter ego animado conduce un “Megacoche” y luego un
“Megabarco” (el inicio de la obsesión Mega) antes de burlar la seguridad
del complejo de Bill Gates y deletrear con una metralleta “Linux”.
Poco después produciría el clásico de cine hacker de autolisonja Kimble Goes to Monaco (en ese entonces su mote era Kimble, inspirado por la película de Harrsion Ford The Fugitive):
una road movie de un viaje a Monaco en un yate con una subtrama
paranoica en la que Bill Gates espía al gran Kimble (que se moldeaba
como una especie de Dr. Evil).
En el
año 2000, antes de que se rompiera la burbuja de dotcom (de donde
tomaría su nombre), Kim vendió 80% de su participación en DataProtect,
con lo que logró una buena parte de su fortuna. Un año más tarde la
empresa se fue a bancarrota.
Ese mismo año, el empresario alemán
protagonizaría un escándalo al inyectar más de 300 mil dólares en la
compañía en quiebra, LetsBuyIt.com, y abandonar a sus inversionistas.
El crecimiento de las acciones y el
supuesto anuncio de que él invertiría otros 50 mdd, dio a Schmitz una
ganancia de casi millón y medio de dólares. Sin embargo, Dotcom jamás
realizaría la última inyección de dinero, por lo que fue detenido en
Tailandia y deportado a Alemania. Fue condenado a 20 meses de cárcel
(que no cumplió) y una multa de 100 mil dólares por utilizar información
confidencial (insider trading).
Con ese dinero Kim Dotcom compró un
Mercedes Brabus EV 12 Megacar (con internet, un diseñó al que había
contribuido). Con este auto llegó en primer lugar en el rally Gumball
3000.
Kim decidió mudarse a Hong Kong para
probar leyes más favorables. Ahí montó una serie de compañías
interrelacionadas y registró Kimpire Limited en el 2002. El primer
vástago de la compañía fue Trendax, “una máquina de hacer dinero” o
fondo de inversión que supuestamente contaba con una inteligencia
artificial que prometía insólitas riquezas para los inversionistas. En
febrero del 2003 registró, entre otras compañías, Data Protect Limited,
la compañía que se convertiría en Megaupload. No queda claro cómo estaba
ganando dinero, pero Kim Dotcom vivía en Honk Kong la vida de un pasha
digital, aumentando su colección de autos de lujo y de carreras y
prometiendo a todos los que participaran en su “Kimperio” un lugar en su
“Salón de la Fama” con inconmensurable riqueza.
Todo esto fue el preludio especulativo y
esquivo a un esquema verdaderamente rentable: el negocio de compartir
archivos en línea. Para hacer esto, Kim buscó romper con su pasado
turbio y cambió en el 2005 el nombre de su empresa Data Protect a
Megaupload y registró a otra compañía, Vestor Limited, como su dueña.
El rol de fundador de Kim Dotcom de
Megaupload no se reveló hasta el 2011; su 68% de acciones por fin le
suministraron el tipo de dinero que toda su vida estuvo fantaseando y
fingiendo. Según el gobierno de Estados Unidos, Megaupload había
ingresado 175 millones de dólares desde su formació (significaba hasta
el 4% del tráfico total de Internet). Kim Dotcom nunca fue alguien que
escatimara: al tiempo de la redada, la policía de Hong Kong reveló que
rentaba un oficina a 12,800 dólares el día.
Al mismo tiempo Kim quería limpiar su
acto: intentó comprar una mansión de 24 millones de dólares en Auckland,
Nueva Zelanda, y ganarse la ciudadania invirtiendo 10 millones de
dólares en bonos del gobierno. Donó generosamente a los damnificados del
terremoto de Christchurch y gastó medio millón de dólares en pirotecnia
para el espectáculo público de año nuevo de Auckland.
Ahora todos sus bienes han sido
incautados y se le usa como ejemplo de la inmoralidad que supuestamente
caracteriza a la compartición de archivos protegidos por derechos de
autor: un moderno megapirata. Más allá de que Kim Dotcom es víctima de
la forma en la que los medios “inflan” y sesgan las historias o del
efecto mediático de escarmiento que busca el gobierno de Estados Unidos
(y martir en cierta forma de una absurda política anti copyright),
también es cierto es que la filosofía intachable de compartir
información sin fines de lucro (aunque esté protegida por derechos de
autor) quedó en cierta forma manchada por su insaciable ambición, por su
desmedida lascivia: la información puede ser una fabulosa orgía, pero
cuando es usura poco dura. Es muy probable que Kim Dotcom haya sido
escogido como villano precisamente por esto, porque bajo el estupor de
su excentricidad y sus conductas financieramente poco éticas, se diluye
la discusión sobre la poca ética que muestra el gobierno al proteger
solamente los intereses de las grandes corporaciones.
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