por Carlos Alberto Montaner
(FIRMAS PRESS)
En noviembre pasado, Willman Villar, cansado de atropellos y de la
falta de libertades, salió a la calle a protestar contra la dictadura de
los Castro, acompañado por un pequeño grupo de jóvenes. La policía
política, tras golpearlos y zarandearlos, los acusó de desacato y de
resistencia a la autoridad. Pertenecían a un grupo llamado Unión
Patriótica de Cuba fundado por el ex preso político José Daniel Ferrer,
entrevistado por CNN desde la Isla.
A partir de ese punto comenzó la agonía. A Willman
lo condenaron a cuatro años de cárcel que debía purgar en una celda
espantosa plagada de ratas y cucarachas. En rigor, el régimen violaba
sus propias leyes. La Constitución cubana dice reconocer la libertad de
expresión y manifestación, así que el preso político de inmediato
comenzó una huelga de hambre para exigir se le hiciera justicia. A los
pocos días, el oficial de más alto rango del presidio, un teniente
coronel de apellido López Díaz, le pidió que depusiera su actitud
porque habría un nuevo juicio, dado que era inconcebible que se
condenara a una persona por desfilar con una bandera cubana y pedir
democracia. Ese comportamiento no era delito en ninguna parte.
El militar mentía. No habría un nuevo juicio. Era
sólo una treta para lograr que depusiera su actitud. Cuando lo supo,
Willman decidió volver a las andadas. Como todos los cubanos, había
visto morir de en la cárcel a Orlando Zapata Tamayo, y se había
admirado de la entereza de Guillermo Fariñas cuando casi fallece por
las mismas razones, pero no estaba dispuesto a ceder ante la estrategia
represiva de la tiranía.
¿Cuál es esa estrategia? Consiste en mostrar la
mayor indiferencia ante las protestas de los demócratas de la
oposición. La dictadura es dueña de la vida y la muerte de todos los
cubanos. Los maltrata, deja morir o asesina según les convenga a sus
gerifaltes. Los Castro no están dispuestos a ceder ante ninguna
petición de justicia o compasión. Llegaron al poder matando, lo
ejercieron matando y lo mantienen matando. Sus códigos morales son los
de mafia, no los de un gobierno civilizado. Una de las expresiones que
más repiten es ésta: “nosotros llegamos al poder con los fusiles; el
que lo quiera, que nos lo quite con los fusiles”. Es la razón
testicular la que impera en el pobre país.
Los presos políticos no ignoran esta posición de
fuerza de la dinastía militar que manda en Cuba, pero están dispuestos a
dar la vida, lo único que les queda, para salvar la dignidad y no
dejarse avasallar. A veces es difícil entender esta actitud del lado de
acá de la reja, pero a lo largo de mi vida –ya bastante prolongada—he
visto a muchos valientes que deciden morir gritando ¡NO! antes que
bajar dócilmente la cabeza.
Willman Villar tenía 31 años cuando murió de hambre y
sed convencido de que dar la vida por la libertad de los cubanos valía
la pena. Era la duodécima persona que fenece en circunstancias
parecidas a lo largo de los 53 años de tiranía comunista. Wilmar deja
en total desamparo a una joven viuda enamorada y a dos niñas enfermas
de cinco y siete años. La menor, padece de asma. La mayor, de
epilepsia. Ninguna entiende lo que le ha pasado a “papi”. Como son
cristianos bautistas, la madre les ha explicado que se ha ido al cielo.
“¿Y dónde está el cielo, mami”–preguntan? “Muy lejos de Cuba. Muy
lejos” –les responde.
1 comentario:
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