27 febrero, 2012

El concepto de un sistema perfecto de gobierno


The Ultimate Foundation of Economic Science
Por Ludwig von Mises
El “ingeniero social” es el reformista que está dispuesto a “liquidar” todo lo que no se ajuste a su plan para la organización de los asuntos humanos. Aún así, los historiadores e incluso a veces las víctimas a quien mata no se oponen a encontrar algunas circunstancias atenuantes a sus masacres o masacres planeadas apuntando que están en último término motivado por una ambición noble: quería establecer el estado perfecto de la humanidad. Le asignan un lugar en la larga fila de diseñadores de planes utópicos.
Es ciertamente una locura excusar de esta manera los asesinatos en masa de gángsters sádicos como Stalin y Hitler. Pero no hay duda de que muchos de los más sangrientos “liquidadores” se vieron guiados por las ideas que inspiraron desde tiempo inmemorial los intentos de los filósofos de meditar acerca de una constitución perfecta. Una vez incubado el diseño de un orden ideal como ése, el autor va en busca del hombre que pueda establecerlo suprimiendo la oposición de todos los que estén en desacuerdo. En esta línea, Platón ansiaba encontrar un tirano que usaría su poder para la realización del estado ideal platónico. La cuestión de si a otra gente le gustaría o disgustaría que él mismo tuviera en la tienda nunca se le planteó a Platón. Para él era cosa sabida que el rey que se convertía en filósofo o el filósofo que se convertía en rey era el único con derecho a actuar y que todos los demás, independientemente de su voluntad, tenían que someterse a sus órdenes. Visto desde el punto de vista del filósofo que está convencido de su propia infalibilidad, todos los disidentes aparecen sencillamente como obcecados rebeldes resistiéndose a lo que les beneficia.

La experiencia ofrecida por la historia, especialmente por la de los últimos 200 años, no ha sacudido esta creencia en la salvación por la tiranía y la liquidación de los disidentes. Muchos de nuestros contemporáneos están firmemente convencidos de que lo que se necesita para hacer perfectamente satisfactorios todos los asuntos humanos es la supresión brutal de toda la gente “mala”, es decir, de aquellos con los que no están de acuerdo. Sueñan con un sistema perfecto de gobierno que (según piensan) ya existiría desde hace mucho tiempo si esta gente “mala”, guiada por la estupidez y el egoísmo, no hubiera obstaculizado su establecimiento.
Una escuela moderna supuestamente científica de reformistas rechaza estas medidas violentas y echa la culpa de todo lo que se considera deficiente en las condiciones humanas al supuesto fracaso de lo que llama la “ciencia política”. Las ciencias naturales, dicen, han avanzado considerablemente en los últimos siglos y la tecnología nos ofrece casi mensualmente nuevos instrumentos que hacen la vida más agradable. Pero “el progreso político ha sido nulo”. La razón es que “la ciencia política se detuvo”.[1] La ciencia política tendría que adoptar los métodos de las ciencias naturales: no debería seguir perdiendo su tiempo en meras especulaciones, sino estudiar los “hechos”. Pues, como en las ciencias naturales, “se necesitan los hechos antes de las teorías”.[2]
Difícilmente puede uno malentender más lamentablemente todos los aspectos de las condiciones humanas. Restringiendo nuestra crítica a los problemas epistemológicos planteados, tenemos que decir: Lo que hoy se llama “ciencia política” es esa rama de la historia que se ocupa de la historia de las instituciones políticas y de la historia del pensamiento político manifestado en los escritos de autores que disertaron acerca de las instituciones políticas y diseñaron planes para alterarlas. Es historia, y como tal no puede, como se ha apuntado antes, proporcionar nunca ningún “hecho” en el sentido en que se usa este término en las ciencias naturales experimentales. No hay necesidad de pedir a los científicos políticos que ensamblen todos los hechos del pasado remoto y de la historia reciente, calificados falsamente como “experiencia presente”.[3]Realmente, hacen todo lo que puede hacerse a este respecto. Y no tiene sentido decirles que las conclusiones derivadas de este material tendrían que “probarse mediante experimentos”.[4] Es superfluo repetir que las ciencias de la acción humana no pueden realizar ningún experimento.
Sería absurdo afirmar apodícticamente que la ciencia nunca conseguirá desarrollar una doctrina apriorística praxeológica de organización política que ponga una ciencia teórica al nivel de la disciplina puramente histórica de la ciencia política. Todo lo que podemos decir hoy es que ningún hombre vivo sabe cómo podría construirse una ciencia así. Pero incluso aunque esa nueva rama de la praxeología fuera a aparecer algún día, no serviría para tratar el problema que filósofos y estadistas estaban y están ansiosos por resolver.
El que toda acción humana tenga que juzgarse y se juzgue por sus frutos o resultados es una antigua obviedad. Es un principio con respecto al cual los Evangelios están de acuerdo con las enseñanzas a menudo mal entendidas de la filosofía utilitaria. Pero lo crucial es que la gente difiere ampliamente una de otra en su valoración de los resultados. Lo que algunos consideran como bueno o mejor es a menudo rechazado con vigor por otros como completamente malo. A los utópicos no les preocupaba decirnos que la disposición de los asuntos del estado satisfaría mejor a sus conciudadanos. Simplemente exponían qué condiciones del resto de la humanidad serían más satisfactorias para ellos. Ni a ellos ni a sus adeptos que trataban de aplicar sus programas se les ocurrió nunca que hay una diferencia fundamental entre estas dos cosas. Los dictadores soviéticos y sus séquitos piensan que todo está bien en Rusia si ellos están satisfechos.
Pero incluso si dejáramos aparte este asunto, tenemos que destacar que el concepto del sistema perfecto de gobierno es engañoso y contradictorio.
Los que eleva al hombre por encima de todos los demás animales es el conocimiento de que la cooperación pacífica bajo el principio de la división del trabajo es un método mejor de preservar la vida y eliminar la incomodidad percibida que dedicarse a la competencia biológica despiadada por lo que los filósofos han llamado el estado de naturaleza o helium omnium contra omnes o la ley de selva. Sin embargo, para preservar la paz, es indispensable estar dispuestos, como lo están los seres humanos, a repeler con la violencia cualquier agresión, ya sea por parte de matones interiores o de enemigos exteriores. Así, la cooperación humana pacífica, el prerrequisito de la prosperidad y la civilización, no puede existir sin un aparato social de coerción y coacción, es decir, sin un gobierno. Los males de la violencia, el robo y el asesinato solo pueden prevenirse por una institución que, siempre que se necesite, recurra a los mismos métodos de actuación para cuya prevención ha sido establecida. Aquí aparece una distinción entre el empleo ilegal de la violencia y el recurso legítimo a ella. Ante el conocimiento de este hecho, algunos han calificado al gobierno de un mal, aunque admitan que sea un mal necesario. Sin embargo, lo que se requiere para alcanzar in fin visto y considerado como beneficioso no es un mal en la connotación moral del término, sino un medio, el precio a pagar por ello. Aún así, permanece el hecho de que acciones que se consideran altamente objetables y delictivas cuando las perpetran personas “no autorizadas” se aprueban cuando las cometen las “autoridades”.
El gobierno como tal no solo no es un mal, sino la institución más necesaria y beneficiosa, pues sin él no podría desarrollarse ni preservarse ninguna cooperación social duradera ni civilización. Es un medio para ocuparse de la imperfección propia de muchos, tal vez la mayoría de toda la gente. Si todos los hombres fueran capaces de darse cuenta de que la alternativa a la cooperación social pacífica es la renuncia a todo lo que distingue al homo sapiens de las bestias carnívoras y si todos tuvieran la fortaleza moral como para actuar de acuerdo con ello, no habría necesidad del establecimiento de un aparato social de coerción y opresión. No es que el estado sea un mal, sino que los defectos de la mente y el carácter humano que requieren imperativamente la operación de un poder de policía. El gobierno y el estado nunca pueden ser perfectos, porque deben su raison d'être a la imperfección del hombre y solo pueden alcanzar su fin, la eliminación del impulso humano innato a la violencia, recurriendo a la violencia, lo mismo que se pretende que eviten.
Es un arma de doble filo otorgar a una persona o grupo de personas la autoridad para recurrir a la violencia. El incentivo implícito es demasiado tentador para un ser humano. Los hombres que han de proteger a la comunidad contra la agresión violenta se convierten fácilmente en los agresores más peligrosos. Transgreden su mandato. Usan incorrectamente su poder para oprimir a quienes esperan que les defiendan de la opresión. El principal problema político es cómo impedir que el poder policial se convierta en tiránico. Ese es el significado de todas las luchas por la libertad. La característica esencial de la civilización occidental que la distingue de las civilizaciones detenidas y petrificadas del este fue y es su preocupación por la libertad frente al estado. La historia de Occidente, desde la época de las πολις griegas hasta la resistencia al socialismo del día de hoy, es esencialmente la historia de la lucha por la libertad contra las invasiones de los funcionarios.
Una escuela de pensamientos superficial de filósofos sociales, los anarquistas, eligió ignorar el asunto sugiriendo una organización de la humanidad sin estados. Simplemente olvidaron el hecho de que los hombres no son ángeles. Son demasiado torpes como para darse cuenta de que a corto plazo un individuo o un grupo de individuos pueden ciertamente avanzar en sus propios intereses a costa de los intereses a largo plazo de otra gente e incluso de los suyos propios. Una sociedad que no esté dispuesta a detener los ataques de esos atacantes asociales y miopes está indefensa y a merced de sus miembros menos inteligentes y más brutales. Mientras que Platón fundamentaba su utopía en la esperanza de que esté disponible un pequeño grupo de filósofos perfectamente sabios y moralmente impecables para la dirección suprema de los asuntos, los anarquistas suponían que todos los hombres sin excepción estarían dotados de la sabiduría perfecta y la impecabilidad moral. No entendían que ningún sistema de cooperación social puede eliminar el dilema entre los intereses de un hombre o un grupo a corto plazo y los que hay a largo plazo.
La propensión atávica del hombre a someter por la fuerza a las demás personas se manifiesta claramente en la popularidad de la que disfruta el esquema socialista. El socialismo es totalitario. El autócrata o el consejo de autócratas son los únicos que pueden actuar. Todos los demás hombres estarán privados de discreción para elegir o apuntar a los fines elegidos; los oponentes serán liquidados. Al aprobar este plan, todo socialista supone tácitamente que los dictadores, los encargados de la gestión de la producción y todas las funciones del gobierno, cumplirán precisamente con sus propias ideas acerca de lo que es deseable y lo que no lo es. Al divinizar el estado (si es un marxista ortodoxo, lo llama la sociedad) y asignarle un poder ilimitado, se diviniza a sí mismo y apunta a la supresión violenta de todos aquéllos con quienes está en desacuerdo. El socialista no ve ningún problema en la dirección de los asuntos políticos porque solo le importa su propia satisfacción y no tiene en cuenta la posibilidad de que un gobierno socialista no actúe de una forma que a él no le guste.
Los “científicos políticos” están libres de las ilusiones y los autoengaños que afectan al juicio de anarquistas y socialistas. Pero ocupados con el estudio del inmenso material histórico, se empezaron a preocupar por el detalle, por los innumerables ejemplos de pequeños celos, envidias, ambiciones personales y codicia que mostraban los actores en la escena política. Adscriben el fracaso de todos los sistemas políticos hasta ahora intentados a las debilidades morales e intelectuales del hombre. Tal y como lo ven, los sistemas fracasaron porque su funcionamiento satisfactorio habría requerido hombres de cualidades morales e intelectuales solo excepcionalmente presentes en la realidad. A partir de esta doctrina, trataron de escribir planes para un orden político que pudiera funcionar automáticamente, por decirlo así, y no se viera afectado por la ineptitud y los defectos de los hombres. La constitución ideal tendría que garantizar una dirección inmaculada de los asuntos públicos a pesar de la corrupción e ineficiencia de los gobernantes y el pueblo. Los que buscan un sistema legal así no caen en las ilusiones de los autores utópicos que suponían que todos los hombres o al menos una minoría de hombres superiores son intachables y eficientes. Disfrutaban de una aproximación realista al problema. Pero nunca plantearon la pregunta de cómo los hombres contaminados por todos los defectos inherentes a la condición humana podrían ser inducidos a someterse voluntariamente a un orden que les impediría dar rienda suelta a sus caprichos y modas.
Sin embargo, la principal deficiencia de esta aproximación supuestamente realista al problema no es ésta. Ha de verse en la ilusión de que el gobierno, una institución cuya función esencial es el empleo de la violencia, podría funcionar de acuerdo con los principios de moralidad que condenan perentoriamente el recurso a la violencia. El gobierno busca mediante la fuerza el sometimiento, el encarcelamiento y la muerte. La gente puede tender a olvidarlo porque el ciudadano que cumple las leyes se somete dócilmente a las órdenes de las autoridades para evitar el castigo. Pero los juristas son más realistas y califican a una ley a la que no se asocia una sanción como una ley imperfecta. La autoridad de la ley hecha por los hombres se debe completamente a las armas de los policías que obligan a obedecer sus provisiones. Nada de lo que pueda decirse acerca de la necesidad de acción gubernamental y de los beneficios que de esto se derivan puede eliminar o mitigar el sufrimiento de quienes languidecen en prisión. Ninguna reforma puede hacer perfectamente satisfactoria la operación de una institución cuya actividad esencial consiste en infligir dolor.
La responsabilidad por el fracaso en descubrir un sistema perfecto de gobierno no se basa en el supuesto retraso de lo que se llama la ciencia política. Si los hombres fueran perfectos, no habría necesidad de gobierno. Con hombres imperfectos ningún sistema de gobierno podría funcionar satisfactoriamente.
La preeminencia del hombre consiste en su poder de elegir fines y recurrir a medios para alcanzar los fines elegidos: las actividades del gobierno se dirigen a restringir esta discreción a los individuos. Todo hombre trata de evitar lo que le produce dolor; las actividades del gobierno consisten en definitiva en infligir dolor. Todos los grandes logros de la humanidad fueron producto de un esfuerzo espontáneo por parte de individuos; el gobierno sustituye la acción voluntaria por la coacción. Es verdad que el gobierno es indispensable porque los hombres no son intachables. Pero diseñado para ocuparse de algunos aspectos de la imperfección humana, nunca puede ser perfecto.
Ludwig von Mises es reconocido como el líder de la Escuela Austriaca de pensamiento económico, prodigioso autor de teorías económicas y un escritor prolífico. Los escritos y lecciones de Mises abarcan teoría económica, historia, epistemología, gobierno y filosofía política. Sus contribuciones a la teoría económica incluyen importantes aclaraciones a la teoría cuantitativa del dinero, la teoría del ciclo económico, la integración de la teoría monetaria con la teoría económica general y la demostración de que el socialismo debe fracasar porque no puede resolver el problema del cálculo económico. Mises fue el primer estudioso en reconocer que la economía es parte de una ciencia superior sobre la acción humana, ciencia a la que llamó “praxeología”.

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