Ecuador 2012-02-29
Aparicio Caicedo
El
escándalo por la censura y la persecución contra medios de comunicación
sucede mientras Ecuador se sumerge en el tribalismo económico más
anacrónico. La carga tributaria ha subido sustancialmente y el gasto
público llega a niveles históricos
El juicio de Rafael Correa contra El Universo ha sido una
maratón del absurdo. Un circo romano posmoderno. Luego de que obtuvo el
fallo definitivo en su favor, el César andino se tomó una semana para
decidir si bajaba el pulgar, o lo subía. Estaba atrapado. La opinión del
mundo entero se puso en su contra, y sabía que no podía seguir con un
proceso que violaba las más mínimas pautas del sentido común. No hace
falta ser un académico para percatarse de que una condena por injuria a
tres años de cárcel y cuarenta millones de dólares, contra el autor de
un artículo y los directivos del diario, está fuera de toda proporción
conocida. Al final, el mashi (“compañero”, en quechua, como le gusta que le digan) decidió perdonar y pedir al juez que archive la sentencia.
Si tan solo hubieran guardado las formas, quizá se habría salido con la
suya. Pero el despropósito fue demasiado burdo. Se pegó un tiro en el
propio pie, e intentó salir caminando, para que lo aplauda la galería,
aunque ya fuese tarde para recomponer su imagen exterior.
Así termina la primera temporada de un reality show que empezó
el 30 de septiembre de 2010. Ese día, una protesta policial se convirtió
en una crisis nacional gracias a la imprudencia de Correa. En una de
sus recurrentes rabietas, al presidente no se le ocurrió nada mejor que
meterse en medio de un cuartel de policía alzado en huelga. Al ver que
los reclamantes seguían increpándolo, perdió los cabales en medio de
gestos ridículos, cursis y desafiantes. La situación se descontroló, y
Correa tuvo que alojarse en un hospital aledaño. Ahí se mantuvo, sitiado
por los manifestantes. A pesar del “secuestro”, pudo decretar la
censura de todos los medios privados, ordenándoles que se conecten a la
señal del canal del Gobierno, y pudo también recibir la visita continua
de sus colaboradores. Ocho muertos hubo en el país ese día, dos de ellos
en la operación de rescate ejecutada para salvarlo.
Desde ese momento, las hordas propagandísticas del gobierno
aprovecharon para empezar una caza de brujas mediática contra todo lo
que se moviese. Intentaron vender la disparatada tesis de un intento de
golpe de Estado. Culparon a la “extrema derecha”, a los orcos
neoliberales, a los medios privados, a los partidos de la oposición, y
hasta al chupacabras. Pero no fueron capaces de probar nada, hasta el
día de hoy. Metieron en la cárcel a algunos policías insurrectos,
calumniaron de “golpistas” a todo aquel que los criticó. Los enlaces
televisivos de Correa se trasformaron desde entonces en una feria de
elucubraciones, deshonras e insultos. Él decía que demandaba como
ciudadano, no como presidente (sí, así de alucinante era la situación).
Un día el director de opinión de El Universo, Emilio Palacio,
escribió un artículo ciertamente subido de tono, donde sugería que
Rafael Correa había ordenador disparar a civiles para rescatarlo,
cometiendo así un crimen de lesa humanidad. Aprovecharon el escrito y
agarraron a su responsable como chivo expiatorio. Y ahí comenzó un
juicio surrealista, lleno de irregularidades. El Gobierno no escatimó
recursos en difamar día y noche a todo aquel que osó criticar su
actitud. El proceso fue una parodia propia de Chaplin.
Y todo esto pasa mientras Ecuador se sumerge en el tribalismo económico
más anacrónico. La carga tributaria ha subido sustancialmente. El gasto
público llega a niveles históricos; de hecho, es de los más altos de
América Latina en relación al PIB. La política arancelaria ha optado por
el ostracismo, premiando la falta de competitividad de los empresarios
locales. Se reparten puestos con buenos sueldos en una maraña creciente
de agencias burocráticas. Se otorgan subsidios por todas partes. Ya ni
el dinero del petróleo alcanza, y hay que pedir prestado. Casi no queda
ámbito de la vida que no esté sujeto a regulación. La empresa privada se
contrae, y solo se expande en aquellos sectores dependientes del
leviatán estatal.
Como lo certifica la propia CEPAL, la inversión extranjera huye en
estampida, a contracorriente de lo que sucede en Colombia, Uruguay,
Brasil, Chile o Perú. La pobreza ha disminuido, sí, pero lo mismo ha
pasado en el resto de la región. La diferencia es que Ecuador no
aprovecha la racha y erosiona las bases de su prosperidad en el largo
plazo, con las mismas recetas mesiánicas que lastraron el crecimiento
del continente en el pasado. Esto se corroboró recientemente con el
informe Panorama de Inversión Española en Latinoamérica 2012, el
cual señaló el optimismo de los empresarios ibéricos con relación al
futuro de América Latina, con la excepción de Ecuador, Bolivia y
Venezuela, “mercados que suscitan más dudas en cuanto a su evolución
económica”. Me pregunto qué tendrán en común estos tres.
Pero mientras la fiesta sigue y el dinero ajeno rueda, los votos se
compran con subsidios. Además, muchos empresarios locales están muy
cómodos con los contratos públicos millonarios y los aranceles
proteccionistas adoptados. Y si el precio del petróleo lo permite, esto
no tiene por qué acabar pronto.
El Universo fue uno más de muchos chivos expiatorios que han servido para avivar a las masas contra el “gran capital”, en términos del mashi.
El pueblo quiere sangre (de la prensa, de los ricos, de la oposición,
de quien sea), y mira el espectáculo con morbo guillotinesco. Correa
sabía que tenía la opción de teatralizar con un perdón público. El mashi magnánimo, cómo no. Y así lo hizo. Y en esta estamos, hasta que se estrene la nueva temporada del reality, y el petróleo dé para pagarlo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario