27 febrero, 2012

Está en juego la credibilidad del Presidente

Leo Zuckermann
La semana pasada, durante la asamblea de consejeros de Banamex, no fue la primera vez que el presidente Calderón presentó resultados de encuestas que ponían a Josefina Vázquez Mota cerca de Enrique Peña Nieto. Ya lo había hecho con otro grupo de empresarios en una comida en Los Pinos días antes. En aquella reunión, el Presidente informó una diferencia de dos a seis puntos porcentuales del priista sobre la panista.
Calderón tiene todo el derecho de intervenir en el proceso electoral siempre y cuando respete la ley y no utilice recursos públicos. Yo, por mí, que diga lo que se le pegue la gana. Que recomiende abiertamente que la gente vote por los candidatos de su partido, por ejemplo. No porque lo diga el Presidente los votantes vamos a cambiar nuestras intenciones de voto. ¿O sí?


De hecho, puede ocurrir lo contrario: que como lo recomienda el mandatario, la gente hace lo contrario. Sobre todo ahora en que Calderón no es un gobernante muy popular que digamos. Según la última encuesta de Consulta-Mitofsky, 49% de la población está de acuerdo en su forma de gobernar y el 49% está en desacuerdo. Es una tasa de aprobación baja para los estándares de la popularidad presidencial en México.
El Presidente tiene todo el derecho de apoyar y pedir pública y transparentemente el voto a favor de los candidatos panistas, incluyendo a Josefina. También tiene derecho de decir que, de acuerdo con sus encuestas, la panista está más cerca de Peña de lo que demuestran todas las otras encuestas publicadas. De hecho, tiene derecho de decir lo que quiera porque eso es lo común y corriente en una democracia liberal.
Pero la libertad de expresión conlleva una responsabilidad. Los que opinamos públicamente sabemos que lo que decimos tiene consecuencias. Consecuencias que tenemos que asumir. En última instancia lo que está en juego es nuestra credibilidad. Lo mismo con el Presidente. Él puede decir algo que no coincida con la realidad. Pero tiene que estar consciente que sus dichos tienen consecuencias, sobre todo para su credibilidad. Él puede informar que, con encuestas pagadas por su partido, se observa hoy una elección cerrada, cuando otros sondeos independientes muestran que sigue abierta. La pregunta es si nosotros, los ciudadanos, se lo creemos.
Yo no. Yo le tengo más confianza a lo que dicen encuestadores serios como Roy Campos, Jorge Buendía, Francisco Abundis o Ulises Beltrán. Y he ahí el problema para Los Pinos: que resulta más creíble la palabra de los encuestadores que la del Presidente de México.
Esto en materia de encuestas prelectorales. Pero, al decir que él ve una elección cerrada donde no existe, el Presidente se arriesga a que no le creamos en otros temas. Cuando diga, por ejemplo, que la guerra contra el crimen organizado se va ganando. O que en México vamos avanzando en la educación. O que en su gobierno no hay casos de corrupción. O cualquier otro tema. ¿Cómo saber que el Presidente no nos está tratando de manipular como lo trató de hacer con el asunto de que Vázquez Mota está cerca de Peña? ¿Por qué debemos de creerle?
He ahí el problema para los políticos en una democracia liberal. En la medida en que hay libertad de expresión y muchas fuentes independientes de información, lo que dicen los políticos puede ser desmentido con la consecuente pérdida de credibilidad.
Es la diferencia entre vivir en un régimen político dictatorial que controla toda la información y uno democrático, donde existen múltiples fuentes para informarse. En la Alemania nazi, por ejemplo, el Estado controlaba todos los medios de comunicación. Ya con los aliados en las afueras de Berlín, el gobierno de Hitler seguía informando de una victoria inminente. Como no había fuentes alternativas de información, muchos alemanes se lo creían. Gran diferencia a lo ocurrido en Estados Unidos con la guerra de Vietnam. En 1968, el periodista más importante de la superpotencia visitó el país asiático. Walter Cronkite regresó convencido de que Estados Unidos no podría ganar en Vietnam. Así lo reportó por televisión. El entonces presidente Johnson comenzó a perder credibilidad. Credibilidad que quedó hecha añicos cuando en 1971 el New York Times publicó los archivos del Pentágono, que demostraban cómo la administración Johnson había mentido de manera sistemática sobre la guerra.
Calderón, por cierto, no es el único que está tratando de manipular al electorado con cifras que quién sabe de dónde salen. Lo mismo hace López Obrador. El candidato progresista dice que él va ganar con 26% de los votos que tiene en algunas encuestas, las pagadas por sus partidos, ya que este porcentaje es de “voto seguro”; que sí va a salir a votar a diferencia de los que traen Peña y Josefina, que son “puro merengue”. AMLO saca cuentas alegres y afirma que ya tiene en su buchaca 20 millones de votos, cinco millones más de los que obtuvo en 2006. Yo, como en el caso de Calderón, tampoco le creo. Porque afortunadamente hoy, a diferencia del pasado, tenemos en México fuentes independientes de información que nos permiten cuestionar las cifras del Presidente y de López Obrador.
Que los políticos digan lo que quieran. Es su derecho. Hasta mentiras, si quieren, lo cual es común en su profesión. Pero que tengan claro que si inventan cosas se arriesgan a que luego nadie les crea.

No hay comentarios.: