27 febrero, 2012

¿Una amenaza nuclear de Venezuela?

por Doug Bandow y Juan Carlos Hidalgo
Doug Bandow es Académico Titular del Cato Institute.
Juan Carlos Hidalgo es Analista de Políticas Públicas para América Latina del Cato Institute.
La relación cercana de Venezuela con Irán y sus planes de construir instalaciones nucleares con la ayuda de Rusia están generando preocupación en Washington acerca de la posibilidad de otra crisis nuclear en el hemisferio. El nuevo Congreso con mayoría republicana probablemente aumente la presión sobre la administración Obama para que confronte a Caracas. Washington no tiene por qué temer. La posibilidad de que Chávez consiga una bomba nuclear es muy remota y muchas cosas pasarán en Venezuela antes de que eso pueda convertirse en realidad. EE.UU. debería trabajar con otras naciones interesadas en desalentar las aspiraciones nucleares de Caracas.


Venezuela sufre de una severa escasez de energía —debido principalmente a la incompetencia del gobierno— y hay razones para dudar la aseveración de Chávez de que su programa nuclear tendrá objetivos netamente pacíficos. Para empezar, las compras de armas de Chávez superan con creces las necesidades defensivas de su país. A lo largo de la última década, Caracas ha comprado aviones caza, helicópteros de ataque, misiles anti-aéreos y 100.000 rifles de asalto. Esto a pesar de que Venezuela no ha participado en ningún conflicto bélico desde 1823 y no enfrenta ninguna amenaza externa.
Aún si Venezuela pretende tener armas nucleares, difícilmente Caracas conseguirá convertir ese deseo en realidad. Dicho proceso requiere de tiempo, dinero, tecnología y ciencia. Desarrollar armas nucleares es incluso más difícil cuando hay oposición internacional. Además, producir armas de un tamaño suficiente para que puedan ser utilizadas constituye otro reto considerable.
A pesar de las pretensiones de liderazgo global de Chávez, su régimen corrupto e inepto podría ser el mayor obstáculo para que Venezuela logre una bomba nuclear. Lo peor es su pésima administración de la economía a pesar de que su gobierno ha recibido miles de millones de dólares por concepto de venta de petróleo.
La infraestructura del país está colapsando. En abril pasado se hundió una plataforma petrolera alquilada por PDVSA, la empresa petrolera del Estado venezolano. El asunto involucraba un cuestionable contrato de renta con ex ejecutivos de PDVSA y el accidente nunca fue investigado de manera adecuada. A principios del 2010, apagones causados por una serie de explosiones en plantas eléctricas y un mal mantenimiento de la represa hidroeléctrica de Guri obligaron al gobierno a imponer racionamientos de electricidad.
La infraestructura de transporte de Venezuela está literalmente cayéndose a pedazos. El ente estatal que administra la distribución de comida dejó que 120.000 toneladas de alimentos importados se pudrieran al tiempo que sus propios supermercados sufrían de desabastecimiento de productos básicos. Las políticas anti-empresariales de Chávez desalientan la inversión privada.
Aunque Caracas es un productor importante de petróleo, no puede financiar fácilmente un programa nuclear. Ya que los días de precios récord del petróleo se acabaron, al menos dentro del futuro previsible, el gobierno se enfrenta a serias dificultades financieras. Por ejemplo, el régimen de Chávez le debe a empresas colombianas alrededor de $500 millones por exportaciones realizadas. PDVSA ha retrasado pagos a sus contratistas. Luego de que los aliados de Chávez perdieran las elecciones legislativas en octubre pasado, su gobierno se ha embarcado en una seguidilla de expropiaciones pero solo un 9% de las industrias confiscadas han sido indemnizadas.
Además, no es seguro que Chávez se mantenga en el poder ante una economía en contracción, una tasa de criminalidad impresionante, una corrupción rampante y una oposición cada vez más unida. Incluso si consigue ser reelecto en el 2012, a Chávez probablemente se le dificultará lograr sus ambiciones internacionales.
Obviamente, sería insensato descartar por completo la posibilidad de que Venezuela se convierta en una potencia nuclear, pero es igual de incorrecto hablar de “una crisis de los misiles al estilo cubano en el horizonte”, como lo afirmara Peter Brookes de la Heritage Foundation. Venezuela no está ni remotamente cerca de convertirse en una amenaza para EE.UU. Por lo tanto, la administración Obama debería optar por una estrategia de largo plazo para evitar cualquier “bomba de Chávez”.
El gobierno estadounidense debería mantener un perfil bajo respecto a los asuntos venezolanos. El principal tema en las próximas elecciones debería ser el récord desastroso de Chávez. Entre menos atención reciban los funcionarios y la política exterior estadounidense, menos podrá Chávez culpar a Washington y se le hará más difícil argumentar que EE.UU. constituye una amenaza. Al mismo tiempo, individuos y grupos estadounidenses deberían respaldar a los partidarios de la libertad en Venezuela. La oposición más sólida a Chávez viene de activistas comprometidos con una sociedad libre.
EE.UU. también debería involucrar a Moscú. La administración Obama debería estar lista a realizar concesiones en cuestiones relacionadas a la expansión de la OTAN y a la defensa con misiles como parte de un entendimiento político de mayor envergadura. Esto limitaría o acabaría la relación militar y los planes nucleares de Rusia con Caracas.
Washington debería alentar a los vecinos de Venezuela y a los miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para que presionen a Caracas, como firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear, para que cumpla con las medidas preventivas de la Agencia Internacional de Energía Atómica. Es particularmente importante el papel que puedan jugar Brasil y Argentina, países que han tenido ambiciones nucleares en el pasado.
Nadie, con la excepción de posiblemente Hugo Chávez, quiere que Venezuela obtenga armas nucleares. Como la amenaza todavía es algo muy distante, la paciencia se convierte en una virtud. EE.UU. debería organizar una coalición diplomática para contener cualquier ambición nuclear de Caracas.

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