Este domingo se celebrarán por fin las elecciones internas de la oposición venezolana,
que no son internas porque tienen derecho a voto, como sucedió en
Argentina en su momento, todos los que quieran. Los sondeos juran que
el gobernador del estado Miranda, será el vencedor y que una oposición
férreamente unida bajo su mando se enfrentará a Hugo Chávez en las
presidenciales del 7 de octubre. Pero ni siquiera es esto lo primero que
se debe resaltar, sino la extraordinaria lección que han dado al mundo
los miembros de la Mesa de la Unidad Democrática, como se llama a la sombrilla que cobija a los demócratas de ese país, en teoría desde 2008 pero el práctica desde 2010.
Las elecciones han sido plurales porque
en ella está representado un espectro que va de la derecha autoritaria
de estilo 'fujimorista', el modelo que representa Diego Arria, hasta el
populismo democrático de Pablo Pérez, pasando por el liberalismo de
María Corina Machado, la socialdemocracia de Henrique Capriles, y el
sindicalismo de Pablo Medina. Los debates así lo han demostrado una y otra vez.
Han sido ejemplarmente civilizadas
porque todos han rivalizado sin perder de vista, ni por un instante, que
es mucho más lo que los une que lo que los divide, que en política los
medios justifican los fines y no al revés, y que en ese embrión de
democracia de alto nivel está la Venezuela con que aspiran a reemplazar
lo que tienen ahora.
Han sido honorables porque, a diferencia
del autócrata que tienen enfrente, casi todos los contendores han sido
explícitos con respecto a lo que quieren hacer y han exhibido
coherencia, es cierto que algunos con bastante más sindéresis y
elocuencia que otros, entre lo que pensaban y lo que decían.
Y han sido admirables por el valor que
han exhibido los participantes. Ser candidato contra Hugo Chávez es
solicitar el ingreso en prisión o el pasaporte al exilio, como lo saben
los antecesores de este grupo de aspirantes a convertirse en abanderado o
abanderada de la oposición (el último, Manuel Rosales, está asilado en
Perú). En el caso del favorito, Capriles, el riesgo no es ir sino volver
a la cárcel, pues ya Chávez lo encerró en 2004 durante cuatro meses
(traté, en un viaje a Venezuela por aquel entonces, de ingresar a
visitarlo a la DISIP, la sede del sicariato político venezolano, con
apoyo de su familia, pero estaba totalmente impedido de comunicarse con
el mundo exterior).
A lo largo de estos meses los
venezolanos han podido apreciar algo que seguramente habían olvidado:
que la política no tiene que ser una rama del gangsterismo; que las
opciones para su país no están monopolizadas por el deprimente statu
quo; que libertad, democracia y Estado de Derecho no son palabras vacías
de contenido, y que el gran referente exterior no es la isla-ergástulo
en que los Castro han confinado a 11 millones de cubanos sino una
América Latina que hoy pasa por una promisoria adolescencia democrática y
económica.
No recuerdo un ejercicio comparable en
ningún régimen autoritario, al menos no con las características que
acabo de describir. NI en la Europa comunista ni en la Latinoamérica
militarizada se dio en su día un proceso equivalente desde la oposición.
Aun antes de saberse siquiera el desenlace de las presidenciales de
octubre, Venezuela ya es infinitamente mejor de lo que era gracias a que
este grupo de dirigentes cívicos y políticos ha mostrado en los hechos
qué cosa es vivir en un país libre por más que el entorno lo sea sólo si
estiramos la liga de la credulidad hasta los límites de la física.
Dicho esto, la tarea no estará completa
este domingo. Como en el verso de Quevedo: ayer se fue; mañana no ha
llegado. Falta derrotar al adversario y forzarlo con una masa
avasalladora de votantes a reconocer esa derrota que nunca reconocería
si de él dependiera. Falta, por tanto, que el microcosmos de democracia
que ha sido esta campaña se amplíe hasta abarcar a toda la república. Ya
lo derrotaron en las legislativas del año pasado, aun cuando unas
risibles reglas impidieron a quienes obtuvieron la mayoría de votos
hacerse también con la mayoría de los escaños. Lo pueden lograr otra
vez.
Nunca fue más fuerte ni estuvo mejor
organizada la oposición a Hugo Chávez. Y nunca estuvo más unida ni fue
mayor su autoridad moral, porque han demostrado algo raro en política:
que practican lo que predican. Buena suerte.
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