Héctor Aguilar Camín
¿Cuál
de los capitalismos dominará el siglo XX?, se pregunta David Rothkopf, director
ejecutivo de Foreign Policy,
en su libro apenas publicado Power,
Inc.
¿El
capitalismo dictatorial de China? ¿El democrático de India y Brasil? ¿El
empresarial de estado pequeño de Singapur e Israel? ¿El de la red de seguridad
social europeo? ¿O el capitalismo estadunidense?
La pregunta de Rothkopf es práctica y la plantea ante la polarización, ridícula por momentos, de la política estadunidense: ¿qué tiene que hacer el capitalismo estadunidense para marcar la pauta del mundo en el siglo XXI?
Según él, debe regresar a la sólida y equilibrada asociación de lo público y lo privado que le dio la hegemonía en otro tiempo.
Esto quiere decir que el Estado pone las instituciones, las reglas, las redes de seguridad social, la educación, la investigación y la infraestructura para que el sector privado pueda innovar, invertir, tomar riesgos y generar crecimiento y empleos.
Para volver a esto, dice Rothkopf, según el estimulante resumen de Thomas Friedman en su columna de The New York Times, EU tiene que lograr varios acuerdos o transacciones estratégicas.
La primera es fiscal: la solución al enorme déficit de Washington no puede hacerse sólo con aumento de impuestos ni sólo con recortes del gasto. Hay que pagar en los dos frentes.
La segunda es energética: ambientalistas y empresarios del gas y el petróleo tienen que llegar a un acuerdo sobre cómo explotar seguramente los nuevos yacimientos de gas y construir al mismo tiempo una economía energética baja en carbono.
La tercera es atacar el gigantesco déficit en construcción y reparación de infraestructura, cercano a los 3 trillones de dólares, abriendo el campo a la inversión privada con garantías de un retorno razonable.
La cuarta es garantizar mejores resultados por el mucho dinero que se invierte en la educación y en la salud. Los hospitales acaban atendiendo enfermedades que pudieron prevenirse y las universidades enseñando lo que debió aprenderse en la prepa.
La quinta es un acuerdo entre empleados y empleadores, a la alemana, donde el gobierno da estímulos a los segundos para contratar, entrenar y reentrenar a los primeros.
Por último un acuerdo en la calidad del debate público, fundándolo en hechos y cifras que indiquen lo que no funciona y debe corregirse y lo que funciona y debe multiplicarse. ¿Suena familiar?
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