por Jim Powell
Jim Powell es académico titular del Cato Institute y autor de FDR’s Folley, Bully Boy: The Truth About Theodore Roosevelt’s Legacy y Greatest Emancipations.
El gasto federal ha estado fuera de control por tanto tiempo que es
difícil imaginar cómo reducciones importantes en los impuestos y en el
gasto —reducciones reales, no reducciones marginales— podrían lograrse
alguna vez. Es cierto que John F. Kennedy y Ronald Reagan lograron
recortes épicos en el impuesto a la renta, pero ninguno controló el
gasto y ambos incurrieron en déficits presupuestarios durante cada año
de su respectiva administración. El gobierno federal ha incurrido en
déficits presupuestarios más de 80% de los años desde 1930, un periodo
durante el cual el número de funciones del Estado aumentó de manera
dramática.
Es ilustrativo considerar dos de los grandes éxitos históricos en
reducir los impuestos y el gasto. Estos se dieron cuando el gobierno
tenía relativamente pocas funciones —y es a eso a lo que tenemos que
volver.
El primer éxito ocurrió en Inglaterra. Un crédito considerable se le
atribuye a William Ewart Gladstone (1809-1898), quien dominó la política
inglesa en los buenos tiempos del liberalismo de mercado (lo opuesto a
lo que hoy se entiende por liberalismo en EE.UU.). Gladstone entró al
parlamento a los 23 años de edad, sirvió en una posición de gabinete por
primera vez a los 34 años y dio su último discurso como miembro del
parlamento cuando tenía 84 años. Se desempeñó como Primer Ministro
cuatro veces. Fue Ministro de Hacienda (en EE.UU. la posición
equivalente es Secretario de la Tesorería) en cuatro ocasiones. Él fue
una inspiración para Margaret Thatcher. El historiador Paul Johnson
declaró, “no hay paralelo para su récord de logros en la historia de
Inglaterra”.
Gladstone conocía el presupuesto nacional del gobierno mejor que
cualquier otra persona y en 1861 empezó su gran campaña para reducir
impuestos. Él logró que Inglaterra redujera unilateralmente los
aranceles (impuestos a las importaciones) porque reconocía que los
principales beneficiarios de aranceles más bajos son las personas que
los reducen, ya que esto abarata las cosas —por lo tanto, la gente puede
comprar más con su dinero ganado con sudor. Gladstone anunció tratados
que reducían todavía más los aranceles y que afectaban el comercio con
Austria, Bélgica y los estados alemanes. Gladstone ayudó a abolir más de
1.000 aranceles británicos —alrededor de 95% de ellos. Luego en 1865,
Gladstone redujo el impuesto sobre la renta a la sorprendente tasa de
1,66%. El impuesto inglés sobre la renta había sido de 10% durante las
Guerras Napoleónicas y de 6,6% durante la Guerra de Crimea.
¿Cuál fue el secreto de los extraordinarios recortes de impuestos de
Gladstone? Como el economista austriaco Joseph Schumpeter lo explicó,
desde el punto de vista de Gladstone “lo más importante era remover los
obstáculos fiscales a la actividad privada. Era necesario mantener el
gasto público bajo…esto significaba una reducción de las funciones del
Estado a un mínimo”.
Mientras más reducía Gladstone el costo del Estado, más personas
prosperaban. En 1859, las importaciones inglesas constituyeron £179
millones y las exportaciones £155 millones. Una década después, las
importaciones inglesas se catapultaron a £279 millones, mientras que las
exportaciones llegaron a £237 millones. La historiadora Asa Briggs
alabó esto como “la era de las mejoras” e indicó cómo Gladstone “se
esmeró en enfatizar el efecto de la tributación no solo sobre el placer
sino sobre el empleo”. El historiador económico Charles More agregó, “La
mejora en el estándar de vida de los trabajadores manuales era igualada
por la mejora en el estándar de vida de la clase media y aquellos que
eran muy ricos”.
Un segundo gran éxito en recortar tanto los impuestos como el gasto
involucra al presidente estadounidense que heredó una de las peores
depresiones en la historia de EE.UU. Esto ocurrió en 1921, después de la
Primera Guerra Mundial, conforme el gobierno cancelaba sus pedidos de
materiales para la guerra. El desempleo se duplicó y los precios al por
mayor colapsaron en alrededor de un tercio.
El presidente era Warren Harding (1865-1923), quien de manera astuta
creía que si debían realizarse ajustes severos —como aquel necesario
para hacer la transición de una economía en tiempos de guerra a una
economía en tiempos de paz— la política más humana era realizar los
ajustes inevitables lo más rápido que sea posible. Aunque la intención
de los rescates y los programas de ayuda social es aliviar la miseria,
Harding reconoció que tales políticas socavan los incentivos para
realizar los ajustes de manera rápida y pueden terminar prolongando la
miseria.
Harding redujo el gasto en alrededor de 50%, disminuyó los impuestos en
alrededor de un 40% y empezó a cancelar la deuda. No hubo rescates, ni
programas de “estímulo”, ni ayudas sociales, ni sindicatos de empleados
públicos, nada de aquello que hizo extremadamente difícil que los
presidentes posteriores recortaran el gasto.
Aunque el New Deal de Franklin Delano Roosevelt (FDR) estuvo
plagado de un desempleo promedio de 17% durante la década de los treinta
y ahora Obama está plagado de un desempleo crónico de 9%, las políticas
de Harding ayudaron a reactivar la economía estadounidense dentro de 18
meses. La época de los prósperos años veinte empezó en 1922. Harding
murió en agosto de 1923, pero su sucesor Calvin Coolidge (1872-1933)
continuó sus políticas. Consecuentemente, durante la década de los
veinte, los impuestos y el gasto se redujeron en un 50% y alrededor de
30% de la deuda nacional se canceló. Se experimentaron superávits
presupuestarios cada año durante esa década. El desempleo cayó a 1,8%,
el nivel más bajo en más de un siglo. Había empleo en abundancia.
Los historiadores económicos han reconocido el notable éxito de Harding.
John M. Peterson y Ralph Gray, por ejemplo, reportaron que “La
depresión de la posguerra fijó récords tanto por la rapidez de la
contracción de 1921 como por la rapidez del retorno a la prosperidad en
1922”. Gary M. Walton y Hugh Rockoff escribieron que las políticas
impulsadas por Harding “se sumaron a un ambiente que producía
prosperidad en los negocios sin precedentes. Avances espectaculares en
la producción de productos de consumo durable, energía eléctrica, nuevos
electrodomésticos, vivienda en los suburbios, y rascacielos en las
ciudades caracterizaron esta década”. De acuerdo al economista Stanley
Lebergott, “La ganancia en el estándar de vida durante la década de los
veinte no tenía precedente en la experiencia estadounidense”.
Si las políticas de Harding eran tan buenas, ¿cómo se explica el colapso
de la bolsa de valores y la Gran Depresión que vino después? La
respuesta breve es que las políticas públicas cambiaron. La Reserva
Federal cometió una serie de graves errores desde 1928 que continuaron
hasta fines de la década de los treinta. Herbert Hoover firmó la Ley
Smoot-Hawley de aranceles (1930), la cual estranguló el comercio y
además aprobó grandes alzas en los impuestos (1932) que derivaron en que
los empleadores tuvieran menos dinero para contratar trabajadores y que
los consumidores tuvieran menos dinero para gastar. Los impuestos se
triplicaron bajo la administración de FDR, quien también aprobó una
serie de leyes que encarecieron la contratación de empleados, entonces
los empleadores contrataron menos.
Aunque Gladstone y Harding muestran que los recortes dramáticos de
impuestos y del gasto se pueden lograr, esto puede que no suceda
nuevamente a menos que el número de funciones desempeñadas por el
gobierno federal sea reducido. Si el Estado continúa haciendo todo lo
que hace ahora, los esfuerzos para reducir los impuestos y el gasto
probablemente están condenados. Una burocracia puede dejar que se le
recorte el presupuesto por algún tiempo, pero siempre y cuando esta
burocracia exista, se puede esperar que esta cabildee de manera agresiva
para obtener presupuestos más grandes y que estos se den.
El número de tareas del Estado tendrá que reducirse un paso a la vez,
empezando con aquellas que cuestan demasiado, son ineficientes,
contraproducentes u obsoletas. El gasto descontrolado de Obama y la
resultante crisis de la deuda ha establecido claramente que el Estado
está operando considerablemente sobre su capacidad. Las presiones
financieras para reducir el tamaño del gobierno se están intensificando.
Reducir el número de las funciones del Estado parece probable que
podría surgir como la principal estrategia para bajar los impuestos y el
gasto —mientras más pronto suceda esto, mejor.
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