Por Albert Esplugas Boter
Conferencia pronunciada en la Universidad de Verano del
Instituto Juan de Mariana (Tenerife, 28-30 de septiembre de 2006) y
publicado en La Ilustración Liberal.
Podríamos decir que todos los liberales compartimos la célebre máxima
de Jefferson: "El mejor Gobierno es el que menos gobierna". En esta
línea, defendemos el mercado y la libertad del individuo frente a la
intervención del Estado, apostamos por la desregulación y la
privatización en ámbitos como el de la energía, la sanidad, la
educación, las pensiones, la banca o la emisión de moneda y profesamos
una general aversión hacia los impuestos y los delitos sin víctima.
Algunos, no obstante, llevan la máxima de Jefferson hasta sus últimas
consecuencia y sostienen que el mejor Gobierno es el que no gobierna en
absoluto: abogan por la desregulación y privatización de todos los
servicios y espacios públicos y por la abolición de todos los impuestos.
Esta corriente recibe el nombre de anarcocapitalismo o anarquismo de
mercado y, a diferencia del minarquismo, que patrocina un Estado mínimo,
postula que el Estado es ilegítimo y abiertamente contraproducente
incluso en los ámbitos en que se le tiene por imprescindible.
El Estado Mínimo: agresivo, ineficiente... ¿y utópico?
Desde un punto de vista ético, el liberalismo puede reducirse al
principio de no agresión: es ilegítimo iniciar la fuerza contra
terceros, atentar contra la integridad física y la propiedad de los
demás. El Estado Mínimo, en tanto carga tributos (confisca la propiedad
ajena) e impone barreras de entrada en el ámbito de los servicios de
gendarmería (emplea la coacción para impedir que otros puedan ofrecer
servicios de seguridad, defensa y justicia), inicia la fuerza
necesariamente, luego está en contradicción con ese principio.
El Estado monopoliza el uso de la fuerza en un territorio dado. Un
monopolio no tiene incentivos para mejorar la calidad de sus servicios
ni para reducir los precios, pues no tiene competidores. Si sólo yo
puedo ofrecer servicios de limpieza, no esperen que les cobre poco ni
que vaya a limpiarles la casa con esmero. ¿Por qué iba hacerlo? Yo tengo
el monopolio de la limpieza, por lo que ustedes no pueden acudir a
nadie más.
En el caso del monopolio público de la fuerza los pagos son
obligatorios (impuestos), por lo que, además de no tener incentivos para
ofrecer un servicio de calidad, el Estado puede cargar el precio que quiera a los beneficiarios
en forma de confiscación. Por otro lado, la imposibilidad del cálculo
económico en un escenario carente de precios de mercado es tan aplicable
al ámbito de la seguridad o al de la justicia como al de la sanidad o
al de las telecomunicaciones. En los sectores nacionalizados por el
Estado no surgen precios de mercado, y los burócratas proceden a
tientas: ¿cuánto dinero hay que destinar al capítulo de seguridad y
justicia? ¿El 5% del presupuesto? ¿Por qué no el 15? ¿Por qué no todo?
¿Cómo estima el Estado cuán prioritaria es la seguridad y la justicia
para los individuos sin precios de mercado? ¿En qué medida los recursos
destinados a dichas ramas productivas no estarían mejor empleados en
otro lugar? ¿Cómo sabe qué proyectos hay que financiar y cuál es la
forma más eficiente de gestionarlos?
Pero hay una cuestión más fundamental: ¿es el Estado Mínimo una
propuesta realista? ¿Por qué la carga de la prueba recae en el
anarcocapitalismo, y no en el minarquismo? De poco sirve argüir que las
sociedades sin Estado son una anomalía histórica, pues ningún Estado
mínimo ha permanecido mínimo por mucho tiempo. En este sentido,
vale la pena preguntarse si un monopolio de la fuerza, una vez
establecido, puede llegar a limitarse; o si, por el contrario, su
estructura de incentivos lleva a políticos y grupos de interés a pujar
incesantemente por prebendas, con lo que el Estado Mínimo tiende a
degenerar en uno intervencionista.
La alternativa anarcocapitalista
¿Por qué es preferible la alternativa anarcocapitalista? Desde un
punto de vista ético, un sistema de mercado puro, en el que no existen
barreras de entrada y todos los productos y servicios son vendidos y
comprados voluntariamente (incluidos los de seguridad y justicia), es un
sistema que, per se, no implica el inicio de la fuerza contra
inocentes. No hay impuestos, luego no se usurpa sistemáticamente la
propiedad ajena, y no se impide por la fuerza que los individuos se
organicen para dispensarse justicia y seguridad (formando empresas,
asociaciones o lo que sea). Por otro lado, la provisión de justicia y
seguridad ya no adolecería de los problemas de incentivos y cálculo
económico que padece el monopolio público de la fuerza. Las agencias de
protección (las empresas dedicadas a proteger a los individuos de las
agresiones externas) tendrían incentivos para proveer el mejor servicio
al menor precio posible y captar así más clientes. La emergencia de
precios y el test de ganancias y pérdidas permitiría a estas agencias
gestionar sus recursos del modo más eficiente posible.
También debemos considerar que si el Estado Mínimo es, en efecto,
utópico, porque la estructura de incentivos que instituye lo empuja a
expandirse, entonces la verdadera disyuntiva no se plantea entre el
anarcocapitalismo y el Estado Mínimo, sino entre el anarcocapitalismo y
el Estado del Bienestar.
Nos encontramos en un escenario anarcocapitalista. No hay impuestos y
los servicios de gendarmería son dispensados libremente en el mercado,
como cualquier otro bien. En este contexto, Miguel contrata los
servicios de la agencia de protección A y Pedro, su vecino, los de la
agencia de protección B. La agencia A se compromete por contrato a
proteger a Miguel de las agresiones de otros individuos a cambio de una
cuota anual, y la agencia B se compromete a proteger a Pedro de las
agresiones de otros individuos a cambio, igualmente, de una cuota. Ahora
supongamos que surge un conflicto entre ambos vecinos: Miguel acusa a
Pedro de robarle sus joyas. ¿Qué sucedería? Una guerra entre las dos
compañías, es la respuesta de algunos. Miguel acudirá a su agencia para
que vaya a recuperar sus joyas y Pedro acudirá a la suya para que le
proteja de Miguel y su agencia. De este modo, todos los conflictos entre
clientes de distintas agencias se resolverán a tiros, y el
anarcocapitalismo derivará en anarquía hobbesiana.
Pero ¿por qué asumir que las empresas resolverán de forma violenta
todos los conflictos que surjan entre sus clientes? Las guerras son
costosas, y las empresas buscan maximizar sus beneficios, no sus costes.
¿Les conviene resolver de forma violenta todos los conflictos con las
demás agencias, o más bien llegar a un acuerdo y establecer mecanismos
para resolver aquellos pacíficamente? Así, las agencias A y B podrían
acordar que los conflictos entre sus clientes respectivos fueran
resueltos por un tribunal determinado y comprometerse a acatar los
veredictos. El conflicto entre Miguel y Pedro sería llevado a un
tribunal privado. En caso de fallar en contra de Pedro, la agencia de
Miguel lo detendría y le exigiría la devolución de las joyas y el pago
de restitución sin que la agencia del primero hiciera nada para
impedirlo.
Examinemos la problemática de los conflictos entre agencias desde
otro ángulo. En la actualidad, cuando un peruano, protegido por el
Estado peruano, acusa de un crimen a un ciudadano español, protegido por
el Estado español, ¿se declara alguna guerra entre España y Perú? ¿Hay
una imposibilidad práctica de resolver este conflicto de manera pacífica
sin que intervenga una entidad decisoria superior, o más bien ambos
estados tienen fuertes incentivos para no enzarzarse en guerras disputas
de este tipo y articulan mecanismos cooperativos para evitarlas?
En cierto modo, los ciudadanos de los diferentes estados se
encuentran, entre sí, en una situación de anarquía. No se requiere de
ningún supraestado para evitar que surjan conflictos interestatales
violentos cuando un ciudadano de un país comete un crimen contra uno de
otro país. El hecho de que el Estado español sea más poderoso que el
peruano no impide que ambos resuelvan la disputa pacíficamente y de
mutuo acuerdo. Entonces, si los conflictos entre ciudadanos de distintos
estados se resuelven regularmente de forma pacífica, sin necesidad de
ningún Gobierno mundial, ¿por qué no iban las distintas agencias a
resolver los conflictos entre sus clientes de forma pacífica, sin
necesidad de que haya ningún Estado? Si el hecho de que haya en el mundo
numerosos estados y unos sean más fuertes que otros no nos lleva a
ninguna guerra continua de todos contra todos y no exige que haya un
Gobierno mundial, ¿por qué tendría que ser distinto en el caso de las
agencias de protección privadas?
Hay quien arguye que las agencias de protección batallarían entre sí
porque protegerían a sus clientes a cualquier precio. ¿Por qué se asume
esto? ¿Por qué las empresas no iban a estipular en sus contratos que la
protección se extingue en caso de que su cliente sea declarado culpable
por un tribunal reconocido?
En primer lugar, la agencia que protegiera a individuos tenidos por
agresores perdería toda reputación en una sociedad libre y se
convertiría en una suerte de agencia agresora. Los clientes no
criminales tenderían a abandonarla, pues no querrían codearse con
ladrones y asesinos. Y los clientes potenciales honrados también la
rehuirían, por el mismo motivo. La marcha de clientes menguaría los
ingresos de la empresa. En segundo lugar, en la medida en que la agencia
protegiera a individuos considerados culpables por tribunales
respetados se enfrentaría a las agencias de las víctimas de los
agresores que auxilia. Si la agencia en cuestión no aceptara someterse
al veredicto de ningún tribunal y sus clientes fueran juzgados culpables
por uno socialmente respetado, los conflictos entre ésta y las demás se
resolverían violentamente.
Téngase en cuenta que la agresora resolvería todos sus conflictos
entre agencias de forma violenta, mientras que las demás sólo lo harían
con los que incluyeran a aquélla. Como los enfrentamientos armados
acarrean costes y las agencias no podrían externalizarlos (cargarlos
sobre terceros, como hace el Estado vía impuestos), subirían las tarifas
para sufragarlos. La que más elevaría las tarifas, obviamente, sería la
que practicara una política más belicista: la que protegiera a los
agresores. De nuevo, estaríamos ante un éxodo de clientes hacia las
demás agencias (las que no protegen a criminales).
En definitiva, las agencias que protegieran a individuos sentenciados
como criminales se expondrían al aumento de sus tarifas y a la pérdida
de clientes, lo que las llevaría a la bancarrota (o a la derrota
bélica). Los incentivos, pues, van en la otra dirección.
Un mundo sin garantías
Se alega que la gente tiene derecho a ser libre y que la protección frente a las agresiones debe estar garantizada. No basta con que la protección se provea en el mercado: es preciso un Estado que garantice a todos sus derechos.
En primer lugar, que yo tenga derecho a ser libre no significa que tal cosa deba serme garantizada
por nadie, en el sentido de que otros tengan la obligación de proveerme
de servicios de justicia y seguridad. Tengo derecho a que no me roben,
pero no tengo derecho a robar otros para ello.
En segundo lugar, algunos creen que, por el hecho de que el Estado dice que garantiza algo o que se goza de determinados derechos,
verdaderamente aquél los garantiza o los hace efectivos. ¿Tenemos la
seguridad y la justicia garantizada por el mero hecho de que lo
prescriba la Constitución y las leyes? A las personas agredidas a
quienes la policía no atendió porque estaba efectuando redadas
antidroga; a las víctimas que no reciben ni un céntimo en concepto de
restitución porque el sistema no está orientado a la víctima; a los que
ven cómo sus ofensores son liberados luego de cumplir una pena
simbólica; a los que ya ni denuncian los delitos, ante la ineficacia de
la justicia; a los que les toca esperar años para que su causa sea vista
debido a la saturación de los tribunales públicos; a los que sufren
abusos policiales o maltratos en las prisiones masificadas porque no se
cuida la reputación en un entorno no competitivo... a todos estos
individuos les importa bien poco lo que dicen la Constitución y las
leyes. Para la gente que padece día a día la ineficacia del monopolio
público de la seguridad y la justicia, la protección no está
garantizada. Lo relevante, por tanto, no es si en una sociedad sin
Estado se garantiza formalmente la protección adecuada a todos y cada
uno de sus integrantes, sino qué sistema les ofrece en la práctica la
mejor protección.
Colusión y Estado
¿Podría formarse una colusión entre las distintas agencias para
someter a la ciudadanía? ¿Podrían las agencias de protección tornarse
agresivas e instituir un Estado? Es posible, nadie niega que no lo sea.
La pregunta es otra: ¿es probable que eso suceda?
Si una agencia ofreciera un mal servicio, o se volviera despótica de
la noche a la mañana, sus clientes acudirían a la competencia y se
quedaría sin fondos. Con el Estado, en cambio, esto no sucede: no
podemos cambiar de proveedor si el Estado va a la guerra, sube
los impuestos o dispensa un mal servicio. Además, los mismos incentivos
que supuestamente promueven la creación de un cártel explotador son los
mismos que lo hacen inestable y apuntan a su disolución, pues la empresa
que se salga del cártel atraería a todos los clientes que no quieren
ser explotados. Por otro lado, si las agencias están abocadas a
fusionarse y formar un Estado, ¿por qué los distintos estados nacionales
no se fusionan y forman un Gobierno mundial?
Resulta curioso que, ante la posibilidad de que las agencias se
vuelvan agresivas y se fusionen, se defienda una institución, el Estado,
que es agresivo per se. Es decir, temiendo la formación de un monopolio expoliador, algunos abogan por instituir... un monopolio expoliador.
Por último, y no porque sea menos importante, la resistencia de la
población a ser sometida dificultaría la consolidación de tal monopolio
expoliador. Una sociedad anarcocapitalista presupone una mayoría social
hostil a las agresiones y a la formación de un Estado, y si las empresas
decidieran convertirse en Estado estarían arriesgando las rentas
provenientes de sus clientes por unas rentas futuras inciertas
procedents de unos contribuyentes que a lo mejor opondrían
resistencia y dispararían los costes. Eso, sin tener en cuenta las
restricciones morales de los propios empresarios y empleados de las
agencias de protección. ¿Es razonable pensar que las personas que un día
están protegiendo a la ciudadanía pasarán el día siguiente a subyugarla
y explotarla? En la actualidad, la policía y el ejército también
podrían sublevarse y tomar el control de las instituciones, y sin
embargo no lo hacen. ¿Por qué?
Anarcocapitalismo, asenso popular y derecho consuetudinario
Cualquier sistema requiere de un asenso popular suficiente para
permanecer operativo. Ni un ápice de libertad tendríamos si la mayoría
de la gente fuera de un comunismo ferviente. La democracia y el Estado
de Bienestar existen porque la gente los tolera, activa o pasivamente.
El anarcocapitalismo no es ninguna excepción. Su viabilidad exige que
una mayoría suficiente de la población lo acepte expresa o tácitamente.
De este modo, puesto que la ley sería provista en el mercado, su
contenido obedecería a lo que demandara la población. Si la población
demandara leyes liberales, si en general los individuos demandaran leyes
que les protegieran de las agresiones (asesinatos, robos, violaciones,
fraude, etcétera), los tribunales a los que acudirían las agencias
desarrollarían preceptos legales atendiendo a los principios liberales.
El resultado sería un sistema legal descentralizado, similar al de la common law,
en el que jurados/jueces intentarían resolver las disputas guiados
tanto por los principios abstractos de justicia como por los precedentes
establecidos, y examinando de cerca el contexto factual y todas sus
variables. La agencias de seguridad llevarían los casos de sus clientes a
estos tribunales y ejecutarían sus veredictos.
La historia demuestra que el anarco-capitalismo...
La historia no puede, por definición, demostrar que algo que depende
de la voluntad de los hombres no vaya a suceder en el futuro,
precisamente porque la historia la conforman hechos históricos, pasados.
La historia, a lo sumo, sólo puede decirnos que hasta el momento la
anarquía no ha existido, y que ha habido siempre un Estado; pero no
puede sentenciar que en el futuro seguirá siendo así. Al fin y al cabo,
cuando no había ninguna democracia en el mundo los monárquicos también
podrían haber acusado de utópicos a los demócratas diciéndoles que el
sistema que defendían no era aplicable porque la historia apenas recogía
ejemplos de democracia y se había encargado de cubrirla de polvo. Hoy,
sin embargo, la democracia es el sistema de gobierno más extendido.
Sea como fuere, tampoco es cierto que no haya habido nunca sociedades
sin Estado, o ejemplos de ley policéntrica o privada: ahí están la
Irlanda celta, Islandia en la Edad Media, la common law inglesa
en sus comienzos; el Derecho mercantil anglosajón; comunidades
primitivas como los papúes en Nueva Guinea Occidental o el Salvaje Oeste
norteamericano, que no fue tan salvaje gracias al surgimiento de
mecanismos privados de resolución de conflictos.
En cualquier caso, si el anarcocapitalismo es teóricamente el sistema
más deseable, ¿por qué no se ha impuesto por encima de los demás
sistemas? En primer lugar, de esta pregunta parece desprenderse que la
historia ha sido lo suficientemente larga como para que el
anarcocapitalismo haya tenido su oportunidad de triunfar; pero, aunque
creamos estar en la cúspide de la evolución, a lo mejor la historia de
la Humanidad no ha hecho más que empezar. Por otro lado, podemos sugerir
algunas hipótesis desde la sociología: quizás los individuos han
tendido a extrapolar los esquemas familiares y tribales a la esfera
política; o sus querencias cientistas y su incomprensión del proceso de
mercado les han llevado tradicionalmente a proponer soluciones
ingenieriles a problemas sociales; o algunos se han limitado a sustituir
la deidad religiosa por la secular.
Al mismo tiempo, puede que sea difícil instaurar el Estado en primer
término, pero una vez establecido quizás lo difícil sea desmantelarlo,
debido a la estructura de incentivos que lleva a políticos y grupos de
interés a controlarlo en beneficio propio. Por último, nada exime a los
hombres de persistir continuamente en el error. No olvidemos que las
buenas ideas a veces tardan en descubrirse, y una vez descubiertas a
veces tardan en extenderse.
¿Es viable el anarcocapitalismo?
La viabilidad del anarcocapitalismo, como la de cualquier sistema
político (ya sea el Estado del Bienestar o el totalitarismo cubano),
requiere de la aceptación tácita o explícita de una masa crítica de la
población. En este sentido, no se trata de si hoy el anarcocapitalismo
es viable o no. En tanto la mayor parte de la población tenga
interiorizadas ideas estatistas, es obvio que no. La cuestión es si el
anarcocapitalismo es un orden social potencialmente viable, esto es, si
puede ser viable. Y aun cuando su implantación sólo se conciba a largo
plazo, eso no quiere decir que el anarcocapitalismo no nos sirva de guía
a la hora de determinar cómo deberían ser las cosas y hacia dónde
debemos avanzar.
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