"El euro apenas tiene una entre cinco posibilidades de sobrevivir", tan sólo el 20%, según el Centre for Economics and Business Research (CEBR), una importante consultora británica. Para salvar la moneda única, el nivel de vida tendría que caer más de un 15% en las economías más débiles de la Eurozona (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España), el gasto público un 10% adicional y sus respectivos gobiernos tendrían que ceder parte de su soberanía económica a Bruselas. Asimismo, la UE debería ampliar el Fondo de rescate, dotado con 750.000 millones de euros, y el PIB alemán crecer más un 3% anual durante los próximos cuatro años para soportar el rescate de países.
Según el CEBR, es improbable que todas estas variables se produzcan al mismo tiempo. "La magnitud de los recortes necesarios tan sólo ha acontecido en tiempos de guerra", por lo que la supervivencia del actual euro corre un grave peligro, apenas una posibilidad entre cinco.
Unión política
En los últimos meses, el debate sobre el futuro del euro ha gravitado en torno a dos escenarios: muchos analistas y, sobre todo, políticos, coinciden en que la Unión Monetaria precisa de una unión política real, basada en la armonización fiscal, la creación de un Tesoro único (eurobonos) y, en definitiva, un super-estado europeo que conllevaría la pérdida de soberanía nacional; por otro lado, hay quien considera que la quiebra de países, los sacrificios que impone la moneda única para realizar los ajustes necesarios (reformas y devaluación interna) y la cesión de soberanía bien podrían materializarse en el abandono del euro por parte de ciertos gobiernos.
La crisis ha puesto en un brete la actual estructura monetaria europea y, por ello, se atisban ya importantes cambios en el sistema. El presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean Claude Trichet, destapó las cartas hace apenas unos días: la UE debe avanzar hacia los Estados Unidos de Europa, de modo que la unión monetaria se complemente con la fiscal y la política.
Poco después, el primer ministro luxemburgués y presidente del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, solicitaba oficialmente la creación de los polémicos eurobonos, es decir, la emisión de deuda pública comunitaria mediante una agencia diferenciada (un Tesoro europeo) con el fin de apaciguar los costes de financiación que sufren los países periféricos.
Sin embargo, la idea, que es compartida por el Parlamento europeo e incluso algunos miembros del BCE, fue rechazada casi de inmediato por Francia y Alemania. El presidente galo, Nicolas Sarkozy, y la canciller germana, Angela Merkel, hicieron frente común contra esta opción tras una reunión bilateral en la que trataron la crisis de deuda.
Eurobonos
Sólo después de anunciar oficialmente su rechazo, fue cuando los grandes mandatarios de Bruselas se opusieron a los eurobonos. Así, en las últimas horas, el presidente de la Comisión Europea (CE), José Manuel Durao Barroso, reiteró que los eurobonos, pese a ser una idea "interesante", no son la solución a la crisis. De hecho, hasta el propio Trichet, en un ejercicio del todo contradictorio con su propia propuesta, afirmó el martes que la emisión de deuda europea en bloque es inapropiada, ya quecada gobierno debe ser responsable de sus finanzas.
¿Qué está sucediendo en la UE? ¿A qué responde este juego de tira y afloja? A una mera gestión de tiempos. La clave la facilitó el propio Sarkozy la semana pasada. El líder francés, tras su reunión con Merkel, lo expuso claramente: "No estoy muy seguro de que los ciudadanos franceses y alemanes estén muy contentos si la señora Merkel y yo decidimos que la deuda de toda Europa se comparta, sobre todo cuando no hay armonización en otros campos. No debemos poner la carreta delante de los bueyes", aseveró.
Por su parte, Merkel añadió: "No estoy convencida de que el hecho de compartir los tipos de interés y los riesgos nos ayude desde el punto de vista estructural". A la canciller le sentó muy mal las críticas lanzadas por Juncker, a la que tildó de "simplista" y "antieuropea" por rechazar los eurobonos. Además, no ha sentado nada bien que Juncker anunciase la propuesta sin la debida consulta previa a París y Berlín. Pero es que, en realidad, tal y como dijo Sarkozy, "no debemos poner la carreta delante de los bueyes".
Alemania y Francia mueven ficha
Alemania y Francia, las potencias que sustentan la UE y la zona euro, coinciden en que la unión fiscal, con la consiguiente pérdida de soberanía nacional, es condición sine qua nom para la creación de un Tesoro único.
Merkel insistió este miércoles por dónde pasa el futuro del euro. Durante su intervención en el Parlamento alemán (Bundestag), la canciller expuso los nueve puntos en los que debe basarse el mecanismo permanente de rescate que sustituirá a partir de 2013 el actual fondo provisional de 750.000 millones de euros, y que será debatido en el Consejo Europeo que se celebra en Bruselas este jueves y viernes. "Nadie en Europa será dejado solo. Nadie en Europa será dejado caer. Europa solo se consigue unidos".
El rescate de países, concebido como "último recurso", conllevará duras condiciones para los países que lo soliciten (intervención). Berlín confirmó que la cumbre de líderes de la UE abordará una reforma del Tratado de Lisboa para incluir una "cláusula abierta" en su artículo 136 que permita articular legalmente "acciones de ayuda" a países en caso de peligro para la moneda única. Y es que, el rescate de países viola explícitamente el Tratado de la UE.
Eso sí, la ayuda deberá aprobarse de manera unánime en el marco comunitario. Es decir, deberá contar con el visto bueno de Berlín (Alemania es el mayor contribuyente de la UE). Además, a partir de 2013 la factura será también sufragada por los inversores privados mediante quitas y aplazamiento de pagos a los tenedores de deuda (bancos). Así pues, todo apunta a que contribuyentes y bancos compartirán la factura de futuras quiebras soberanas (el famoso plan de quiebra ordenada de países de Merkel y Weber).
Por todo ello, según la canciller, "los denominados eurobonos no son la solución [de momento]. Lo que necesitamos es más armonización [ahora]". Es decir, primero la unión fiscal y después hablamos... Dicho y hecho. Alemania y Francia caminan ya de la mano hacia ese objetivo común. El ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schaeuble, acaba de otorgar luz verde a la integración fiscal y la creación de un futuro Tesoro único.
En una entrevista concedida al diario Bild, Schaeuble afirmó que Alemania está dispuesta a debatir si los países que comparten el euro deberían armonizar sus políticas fiscales, una vía que hasta ahora era rechazada por Berlín. "Aquéllos que apostaron su dinero frente al euro no tendrán éxito... el euro no va a fallar. El euro nos beneficia a todos y lo vamos a defender".
Super-estado "en 10 años"
Y he aquí el órdago: "En diez años tendremos una estructura mucho más fuerte de lo que podríamos describir como unión política". El sueño de los europeístas, la creación de un super-estado, está en marcha.
Pero ¿son meras declaraciones o hay algo más? La armonización fiscal de Alemania y Francia se lleva negociando desde hace meses. Es más. Schaeuble ya plantea unir parcialmente los ministerios de Economía de ambos países, algo inédito si finalmente se confirma.
Sin citar fuentes, el semanario alemán Der Spiegel reveló el pasado fin de semana que el ministro alemán pretende alcanzar una cooperación más estrecha con los franceses y que, en realidad, su objetivo último consiste en fusionar ambas carteras. En concreto, en una reunión privada, propuso que se uniesen los departamentos políticos del ministerio francés y germano. "Un experimento interesante", dijeron a la revista fuentes del Gobierno galo.
De hecho, ya se han producido avances claros al respecto. A partir de ahora, la aprobación presupuestaria de cada país dependerá, en última instancia, del visto bueno de Bruselas. Además, tras el escándalo del déficit griego (falseó cuentas públicas), la oficina estadística europea (Eurostat) tendrá más poderes y capacidad para supervisar directamente cuentas nacionales de estados miembros.
Riesgo de escisión
Aún así, y pese a los primeros esfuerzos encaminados hacia la construcción de los Estados Unidos de Europa, el nuevo proyecto comunitario no está exento de grandes riesgos.
El principal, sin duda, el rechazo de algunos gobiernos y la opinión pública de ciertos países a acometer los sacrificios que conlleva la realización de los necesarios ajustes económicos. Así, Grecia lleva meses inmersa en un torbellino de protestas sociales en contra del plan de austeridad impuesto por Bruselas y el Fondo Monetario Internacional (FMI) a cambio del rescate. Igualmente, en Irlanda no faltan voces críticas en contra de la ayuda prestada por Europa para evitar la quiebra. De hecho, el abandono del euro ha sobrevolado Portugal e, incluso, Alemania y Francia durante los momentos de máxima tensión de la crisis de deuda.
Mientras, el euroescepticismo crece de forma sustancial entre los alemanes y holandeses, al tiempo que Polonia ha retrasado su entrada en la Unión Monetaria hasta que se calmen las aguas. El último capítulo en este sentido es el protagonizado por Eslovaquia. Acaba de entrar en el euro y el presidente del Parlamento eslovaco, Richard Sulik, señala lo siguiente: "Ha llegado el momento de dejar de confiar ciegamente en lo que dicen los líderes de la eurozona y preparar un plan B. Esto es, la reintroducción de la corona eslovaca", por si acaso el experimento comunitario termina en fiasco.
"Como somos un país demasiado pequeño para influir de manera significativa en la UE, al menos debemos proteger los valores creados por la gente que vive en Eslovaquia". Las críticas del país centroeuropeo contra los líderes de la zona euro se han acentuado desde que se acordó el rescate de países mediante los impuestos del resto de europeos. No es el único. Austria y Finlandia también se oponen al rescate de estados, y abogan por la quiebra ordenada de países.
En definitiva, algo se mueve en el seno de la Unión. Los movimientos integradores conviven con un creciente euroescepticismo que, en caso de triunfar, conllevaría el abandono de la moneda única por parte del algún país miembro y, por tanto, la desintegración de la Unión tal y como se conoce actualmente.
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