Jeremy Bentham (1748–1832) empezó
siendo un devoto seguidor de Adam Smith, aunque mucho más sólidamente ligado al
concepto del laissez—faire. Durante
su relativamente corto periodo de interés por la economía, se fue convirtiendo
en cada vez más estatista. Su intenso estatismo fue simplemente uno de los
aspectos de su más grande —y muy desafortunada— contribución a la economía: su
permanente utilitarismo filosófico. Esta contribución, que abre una ancha
compuerta para el despotismo estatal, aún queda como la contribución
fundamental de Bentham a la economía neoclásica contemporánea.
Bentham nació en Londres, hijo de un
rico abogado, pasó su juventud en Oxford y fue admitido a la profesión legal en
1772. Enseguida se hizo patente que Bentham no estaba interesado en desarrollar
una carrera como abogado. En vez de eso, asentó su vida en su fortuna heredada
para convertirse en un filósofo enclaustrado, teórico legal, y planificador o excéntrico
que maquinaba eternamente planes de reforma política y legal que presentaba
ante los grandes y los poderosos.
El primer interés de Bentham estuvo
en el utilitarismo —lo cual examinaremos después con mayor profundidad— a lo
que se entregó con su primer trabajo, publicado a la edad de veintiocho años el
“Fragmento sobre el Gobierno” (1776).
La mayor parte de su vida Bentham actuó
como el Gran Hombre, garabateando caóticamente prolijos manuscritos sin fin que
desarrollaban sus proyectadas reformas y códigos legales. Muchos de estos
manuscritos estuvieron sin publicarse hasta mucho después de su muerte. El
próspero Bentham vivía en una espaciosa mansión, rodeado de lacayos y
discípulos que copiaban revisión tras revisión de su prosa ilegible para
prepararla para una eventual publicación. Conversaba con sus discípulos en la
misma jerga artificial con la que salpimentaba sus escritos. Aunque era un
conversador entusiasta, Bentham no toleraba los argumentos de sus ayudantes y
discípulos; como su precoz y joven alumno John Stuart Mill recordaba después,
con amable comedimiento, Bentham «fracasaba en extraer luz de otras mentes». A
causa de esto, Bentham estaba rodeado no de discípulos despiertos y entendidos
sino por ayudantes profundamente incomprensivos que, en las inteligentes palabras
del Profesor William Thomas «miraban su trabajo con cierto escepticismo, como si
sus faltas fueran el resultado de excentricidades que estaban fuera del alcance
de la crítica o la discusión». Como sigue diciendo Thomas
La idea de que estaba rodeado por
un grupo de adeptos listos que extraían de su sistema una crítica inquisitiva
de cada aspecto de la sociedad contemporánea que mas tarde aplicarían a varias
instituciones que necesitaban reforma, es el producto de una reelaboración
liberal posterior. Por lo que sé, el círculo de Bentham era bastante diferente
al de cualquier otro gran pensador político . Consistía no tanto en hombres que
encontraban en su obra una convincente explicación del mundo social que les
rodeaba y se reunían a su alrededor para aprender más acerca de sus
pensamientos, como de hombres capturados en una especie de expectante desconcierto
ante el progreso de una obra que les habría gustado ayudar a completar, pero
que resultaba enloquecedoramente esquiva y oscura
(1).
Lo que Bentham
necesitaba desesperadamente era unos editores ingenuos y simpatizantes de su
obra, pero sus relaciones con sus partidarios impidieron que esto pasara. «Por
esta razón» prosigue Thomas «la masa de manuscritos que rápidamente se
acumulaban quedó durante mucho tiempo como una terra incognita incluso para los miembros de su círculo íntimo».
Como resultado, por ejemplo un trabajo tan importante como el manuscrito de Of Laws in general, quedó
sorprendentemente inédito, no ya publicado, hasta nuestros días.
Si alguien hubiera
podido hacer este papel sería sin duda sido su aventajado seguidor James Mill. En
muchos aspectos, Mill poseía la capacidad y la personalidad para llevar a cabo
la tarea, pero en esto hubo también dos problemas decisivos: en primer lugar,
Mill no quiso abandonar su propio trabajo intelectual para subordinarse
exclusivamente a la ayuda a su maestro. Como escribe Thomas «tarde o temprano
todos los seguidores de Bentham tuvieron que hacer frente al dilema de ser
absorbidos u optar por la independencia». Aunque era un devoto seguidor del
utilitarismo de Bentham, la personalidad de Mill era tal que la absorción
estaba para el fuera de lugar.
Además, el chapucero y
volátil Bentham necesitaba desarrollarse y el activo, sistemático, didáctico y manipulador
James Mill era justo el hombre que debía hacerle evolucionar. No es
sorprendente, a pesar de todo, que Bentham, el Gran Hombre, no quisiera ser aventajado
por nadie. El choque de personalidades fue demasiado grande para que la
relación quedara en igualdad, incluso a la altura que había logrado el
aprendizaje de Mill, antes de que éste alcanzara la independencia económica de
su adinerado patrón.
Así pues, exasperado,
Mill escribió a un íntimo amigo común acerca de Bentham. «La pena que paree
sentir ante la sola idea de que le pidieran poner su mente en el asunto, puedes
tenerla en poca consideración». Al mismo tiempo, Bentham confió su persistente resentimiento
hacia Mill a su último alumno, John Bowring:
Nunca entra en discusiones conmigo
por su propia voluntad. Cuando disiente, se calla... Espera seducir a todos con
su tono dominante —convencer a todos con su positivismo. Su manera de hablar es
opresiva y abrumadora.
No hay mejor
manera de resumir el choque de personalidades entre ellos (2).
El primer
trabajo publicado de Bentham, el Fragment on Government (1776) aseguró
al joven Bentham una entrada gloriosa en los círculos políticos dirigentes,
sobre todo entre los amigos de Lord Shelbourne. Entre estos se incluían
políticos Whig como Lord Camden y William Pitt el Joven, además de dos hombres
que llegaron a ser íntimos amigos de Bentham y sus primeros discípulos: Etienne
Dumont y Sir Samuel Romilly. Dumont fue el principal portador de las doctrinas
de Bentham en el continente Europeo.
Aunque la
reforma política y legal utilitaria siguió siendo su principal interés de por
vida, Bentham leyó y absorbió “La Riqueza de las Naciones” a finales de 1770 o
principios de 1880, convirtiéndose rápidamente en un partidario devoto. Aunque
Bentham no alababa a casi ningún otro autor, habitualmente se refería a Adam
Smith como “el padre de la economía política”, un “gran maestro” y un escritor
de genio consumado”. A principios de 1780, el hermano de Bentham, Samuel, un próspero
ingeniero, había sido encargado por la Emperatriz Catalina la Grande para
organizar varios proyectos industriales. Samuel invitó a Jeremy a quedarse con
él en Rusia, lo cual realizó desde mediados de la década de 1780 hasta el final
de 1787, con el objeto de presentar a aquel gobierno despótico un
“omnicomprensivo sistema legal” que le permitiera ser más eficiente.
Por
supuesto, Bentham no completó este código para Catalina, pero mientras estaba
en Rusia se enteró —al parecer equivocadamente— que William Pitt, que ya era
Primer Ministro, estaba preparando una reducción urgente del máximo de interés
legal del 5 al 4%. Agitado, Bentham escribió y publicó enseguida, en 1787, su
primera y la única bien conocida obra acerca de economía: la chispeante y contundente
“Defensa de la Usura”.
En el
intento de dar mayor consistencia al laissez—faire de Smith, Bentham
argumentaba contra prácticamente todas las leyes de la usura. Apoyaba directamente
sus puntos de vista en el concepto de libertad de contrato, declarando que «no
hay hombre de cierta edad y mente sana, actuando en libertad y con los ojos
abiertos, a quien se deba impedir (...) el realizar, con el objeto de ganar
dinero, tal oferta como le parezca adecuada». El presupuesto, en todo caso, es
el de la libertad de contrato: «Tú, que pones trabas a los contratos; tu, que
pones restricciones a la libertad de los hombres, tu deberías (...) dar una
razón para obrar así». Además, ¿como podría ser la “usura” un crimen cuando se
trata de un intercambio con el consentimiento mutuo del prestamista y el prestatario?
Bentham concluye:
«La usura, si fuera una ofensa,
sería una ofensa cometida con el consentimiento, es decir, con el
consentimiento de la parte supuestamente injuriada, lo cual no merece lugar en
el catálogo de las ofensas, a menos que el consentimiento haya sido obtenido de
forma desleal o sin libertad: en el primer caso, coincide con el fraude; en el
otro, con la extorsión».
En el
apéndice de la Defensa de la Usura, Bentham reafirma y agudiza la defensa del
ahorro que hacen Turgot y Smith. El ahorro produce acumulación de capital:
«Quien ahorra dinero, como dice el proverbio, añade proporcionadamente a la
masa de capital (...) El mundo puede aumentar su capital solamente de una
manera, es decir, mediante la parquedad.» Esta perspicacia lleva al principio
de que “el capital limita el tráfico”, de que la extensión del tráfico o de la
producción está limitada por la cantidad de capital que ha sido acumulada. En
resumen «el comercio de cada nación está limitado por la cantidad de capital».
Lo que
implica el laissez—faire, como vislumbraba Bentham, es que la acción de
gobierno o el gasto no pueden aumentar por encima del total del capital
en la sociedad; solamente puede apartar capital del libre comercio hacia usos
menos productivos. Como resultado «ninguna regulación ni esfuerzo, ya sea por
parte de los sujetos o de los gobiernos, puede alcanzar la cantidad de riqueza
producida durante un periodo concreto más allá de la cantidad de lo que los
poderes productivos del capital del que se dispone (...) son capaces de
producir».
En defensa de la Usura tuvo un gran impacto en Gran
Bretaña y en otros lugares. El Dr. Thomas Reid, distinguido filósofo escocés
del “sentido común”, que sucedió a Adam Smith en la cátedra de filosofía moral
de Glasgow, apoyaba enérgicamente la obra. El gran Conde de Mirabeau, fuerza
directora de los primeros pasos de la Revolución Francesa, hizo que tradujeran
el libro al francés. En los Estados Unidor, el tratado tuvo varias ediciones e
inspiró a varios estados a rechazar las leyes contra la usura.
A lo largo
de la Defensa, hay muestras que es valioso analizar. El préstamo se define como
«intercambio de dinero presente por futuro» y otras insinuaciones de
preferencias de tiempo o de espera como claves para el ahorro, incluyen frases
como que el ahorrador posee «la resolución de sacrificar el presente por el
futuro». Bentham también insinúa que parte del interés incluye una prima de
riesgo, una especie de prima de seguro por el riesgo de pérdida en que incurre
el prestamista.
Durante la
década de 1870 Bentham estaba escribiendo también su “Ensayo sobre la
recompensa” publicado solo cincuenta años más tarde como Rationale of
Reward. En el, Bentham se explaya
entusiásticamente acerca de “La competencia como recompensa”, saludando las
“ventajas que produce la mayor de las libertades ilimitadas de competencia”.
Fue sobre este principio de libre competencia y oposición a los monopolios
gubernamentales que “el padre de la economía política” creó —en las palabras
entusiasmadísimas de Bentham— “una nueva ciencia”.
En su
siguiente trabajo económico, el no publicado “Manual of Political Economy"
(1795), Bentham prosiguió con el tema laissez—faire
de “No más comercio que capital”.
El gobierno,
enfatizaba, puede solamente desviar fondos de inversiones del sector privado;
no puede alzar el nivel total de inversión. «Lo que se da en una rama, es el
tanto que se toma del resto (...) Todo estadista que piense en la regulación
para incrementar la suma del tráfico, es como el niño cuyo ojo es mayor que su
barriga». Hacia el final de este mismo trabajo, sin embargo, una nube no mayor
que la mano de un hombre parecía que podía controlar el análisis económico de
Bentham, ya que este empezó su rápido deslizarse por el tobogán del
inflacionismo.
En una
especie de apéndice a la obra, afirma que el papel moneda del gobierno podría
incrementar el capital si los recursos no fueran «completamente empleados». No
hay análisis —y desde luego no lo ha habido nunca en el canon inflacionista— en
primer lugar del porqué de que estos recursos sean “desempleados”, es decir de
por qué sus dueños los retiran del uso. La respuesta debe ser porque el dueño
de los recursos demanda un precio o cobro demasiado alto: la inflación es,
pues, un medio por parte de los enloquecidos poseedores de recursos para
rebajar sus demandas reales.
No tardó
mucho Jeremy Bentham en dejarse caer por el resbaladizo camino que se leja de
Adam Smith en lo que sería la ley de Say de retorno al mercantilismo y el
inflacionismo. Poco después, en una obra no publicada, "Proposal for the
Circulation of a [New] Species of Paper Currency" (1796), Bentham matrimonia
felizmente su espíritu constructivista y proyectista con su recién hallado
inflacionismo. En lugar de bonos flotantes y de pagar intereses por ellos, los
gobiernos —proponía— deberían simplemente monopolizar toda emisión de billetes
de papel en el reino. Se podría entonces emitir los billetes ad libitum, preferiblemente sin devengar
intereses y ahorrar para sí mismo el interés.
Bentham ni
siquiera pudo hacer algo para responder a la pregunta de cuál debería ser el
límite de esta emisión de billetes del gobierno. El límite, respondía, sería
obviamente «la cantidad de papel moneda del país». El editor moderno de Bentham
se muestra apropiadamente mordaz ante esta barbaridad manifiesta: «Es como
decir “el cielo es el límite” cuando no sabemos lo alto que pudiera estar el
cielo» (3).
En sus
siguientes escritos Bentham buscó alguna manera de limitar la emisión de papel
moneda, pero sin éxito. Sin embargo, su compromiso con un amplio rumbo
inflacionista se profundizó. En su obra inacabada "Circulating Annuities" (1800), desarrolló aún más su plan de
emisión a cargo del gobierno y dio la bienvenida a la utilidad de la inflación
en tiempo de guerra. Ciertamente, Bentham lleva a cabo un completo asalto a lo
que Turgot-Smith-Say veían y lo que declara realmente es que el empleo de
trabajo manual es directamente proporcional a la cantidad de dinero: «No se
añade a la cantidad de mano de obra en un sitio sino por medio de la adición de
dinero en tal lugar (...) Es desde este punto de vista, entonces, que el dinero
al parecer es la causa, y la causa sine qua non, del trabajo y de la
prosperidad general». La cantidad de dinero lo es todo ¡este es el fin de la
doctrina de Adam Smith!
De hecho
Bentham aún fue más allá en Circulating Annuities, acumulando ironías sobre su supuesto mentor por denunciar una
preocupación mercantilista cuando el estado apila oro y plata y por el
“favorable” balance comercial. No es absurdo, aseguraba Bentham
A la vista de la alegría de los hombres públicos
cuando observan cuan grande es el grado de lo que se llama balance de mercado a
favor de su país (...) Seducido por el orgullo de lo descubierto, Adam Smith,
al tomar sus palabras de la cocina, ha intentado arrojar un ridículo infundado
en la preferencia que se da al oro y la plata.
Luego de una
vez más pedir la eliminación de la moneda bancaria en beneficio del monopolio
gubernamental de la emisión de dinero (en su obra fragmentaria “Paper Mischief
Exposed” (1801), Bentham alcanzó el punto culminante del inflacionismo en su
"The True Alarm” (1801). En este trabajo impublicado, Bentham no solamente
continuo con el motivo del empleo total, sino que también se quejó de lo que se
supone son efectos directos del atesoramiento, es decir del dinero que se
ahorra del consumo y que se guarda en vez de invertirse. En tal caso, se
produce un desastre: la caída de los precios, de los beneficios y de la
producción. Bentham ni siquiera reconoce que el atesoramiento y la caída
general de precios también significan un descenso del costo y no necesariamente
una reducción de la inversión o la producción. Por lo que parece, Bentham daba
vueltas a la falacia de Mandeville sobre los beneficiosos y excepcionalmente
potentes efectos del gasto exuberante. En una forma mercantilista y
proto—Keynesiana, ahorrar es un maligno atesoramiento mientras que el consumo
de lujo anima a la producción. Cómo se mantiene el capital sin ahorrar —mucho
menos cómo se incrementa— no se explica en este extravagante modelo.
James Mill y
David Ricardo han sido considerados Benthamitas leales y lo fueron en cuanto a
la filosofía utilitaria y en su creencia en la política democrática. En
economía, de todos modos, es más bien una historia diferente, pues Mill y
Ricardo, firmes como una roca en la Ley de Say y en el análisis de
Turgot—Smith, se mostraron en contra de publicar “The True alarm” y tuvieron éxito. Ricardo se mofó de casi toda la
teoría económica del último Bentham y, en el caso del dinero y la producción,
hizo las preguntas adecuadas: « ¿Por qué el simple incremento de dinero va a
tener otro efecto que no sea el de bajar su valor? ¿Cómo va a causar un
crecimiento de la producción de bienes? El dinero no trae directamente los
bienes (...) sino que los bienes reclaman directamente dinero».
Ricardo
rechaza firmemente y de plano el tema principal de Bentham: «que el dinero es
la causa de la riqueza».
Jeremy
Bentham cerró el círculo en su penúltimo trabajo de economía. Había comenzado
la parte económica de su carrera con un contundente ataque a las leyes sobre la
usura; la terminó defendiendo el control del máximo precio del pan. ¿Por qué?
Porque la masa pública estaría a favor del pan barato (¡seguro que es así!) y
por tanto existiría una “razón” y un “estándar determinado” para el bueno y
honrado precio del pan, un estándar que aparentemente un contrato libre y los
mercados libres no pueden establecer. ¿Qué sería dicho estándar?
Demostrando
que el utilitarismo ad hoc y el análisis de coste—beneficio le habían apartado
de la vista cualquier tipo de economía recta, Bentham respondía que tendría que
ser completamente empírico y para el caso. Echando la lógica económica al
viento, Bentham mantenía que las autoridades debían emplazar un máximo
“moderado” de los precios que contrapesara los costes y los beneficios,
ventajas y desventajas, de cada precio posible. Y aseguraba a sus lectores que
«no quería que fuese [su propuesta] como un latigazo o un escorpión para
castigo de los cultivadores o vendedores de grano». Pero tal cosa sería el
resultado inevitable.
El empirismo
ad hoc remontó en Bentham. Admitiendo que todos los intentos previos de
controlar el precio máximo fueron desastrosos, tal como cualquier
institucionalista o historicista posterior, Bentham negó que tuviera
relevancia, ya que las circunstancias de cada momento y lugar son
necesariamente distintas. Resumiendo: Bentham negaba la economía, es decir, negaba
la posibilidad de leyes abstractas independientes de circunstancias
particulares que se aplicaran a todos los intercambios o acciones en todo
momento.
Al
argumentar contra los que se oponían al control de precios, Bentham a menudo
usaba razonamientos tortuosos e incluso absurdos. Por ejemplo, a la réplica de
que el control del precio máximo llevaría al intento de consumir los excedentes
—uno de los grandes problemas que tiene el control de precios— Bentham insistió
en que tal cosa no podía suceder nunca en Gran Bretaña, donde las Poor Laws (*)
aseguraban el pago a los pobres con un incremento sobre el precio del pan. La
opinión de que tarde o temprano la curva de la demanda habría de ser vertical y
no cayendo es la marca en cualquier siglo del ignorante económico, y Bentham
pasó esa prueba. Desde hace siglos, los escritores y teóricos saben que la
demanda crece a medida que los precios caen, así que Bentham estaba escribiendo
como si la economía nunca hubiera existido ni pudiera existir.
Puesto que
la coherencia era el reino de la detestada lógica deductiva, Bentham negaba que
su oposición a las leyes contra la usura tuviera alguna relación con su defensa
del control de precios del pan. A pesar de esto, mantenía que su primer
análisis era correcto, ofreciendo una crucial revisión: había dejado pasar de
largo que una notable ventaja de las leyes contra la usura era que el gobierno
puede prestar más barato —desde luego, a expensas de estrujar a los
prestamistas privados marginales—. Y llegó a admitir que encontraba decisiva
esta “ventaja”, de forma que pondría las leyes de la usura entre lo que el
gobierno debía hacer: «Esperaría hallar que las ventajas de ello a este
respecto predominan sobre las ventajas en todos los demás». O sea, Bentham, el
supuesto “individualista” y exponente del laissez—faire ¡encuentra que las
ventajas que tiene el gobierno sobrepasan a todas las desventajas privadas!
De nuevo,
tentando sus anteriores puntos de vista sobre la usura, Bentham negó que
hubiera creído alguna vez en las auto-ajustables y equilibradoras tendencias
del mercado, o que las tasas de intereses más bien ajustan el ahorro y la
inversión. Se enzarzó en una diatriba reveladora con los derechos naturales y
el laissez—faire, para discutir a
todo el mundo la incompatibilidad entre el utilitarismo por un lado y el laissez—faire y los derechos naturales
por otro:
Nunca muestro, ni he mostrad,o ni
mostraré horror, sentimental o anárquico, ante la mano del gobierno. Eso se lo
dejo a Adam Smith y a los campeones de los derechos del hombre (...) para que
hablen de invasión a la libertad natural y para dar un argumento especial
contra esta o aquella ley, un argumento cuyo efecto será el poner una nota
negativa sobre todas las leyes. La interferencia del gobierno, puesto que el
resultado a menudo se inclina un poco más hacia el lado de las ventajas —en mi desordenado
punto de vista— es un suceso que contemplo con tanta satisfacción como lo haría
con su tolerancia y con mucha mayor que contemplaría su negligencia.
Habría que
preguntarse sobre qué patrón místico el “científico” Bentham se las arreglaba
para sopesar las ventajas y desventajas de cada ley en particular.
Tres años más
tarde, en 1804, Jeremy Bentham perdió interés en la economía, cosa por la que
debemos estar siempre agradecidos. Es desafortunado que esa disminución del
celo no hubiera sucedido media década antes. El caso de Jeremy Bentham es, de
todos modos, instructivo acerca de cómo hay una hueste de economistas que
intentan amalgamar la filosofía utilitarista con la economía del libre mercado.
Se podría
pensar que el maestro del utilitarismo habría contribuido al análisis de la
utilidad en economía, pero curiosamente Bentham resultó estar interesado más
bien en el aspecto “macro” del pensamiento económico. La única excepción fue el
infortunado True Alarm (1801), en el que declaró no solamente que «todo
valor se funda en la utilidad» sino que también se atrevió a una convincente
crítica de la supuesta “paradoja del valor” de Adam Smith. El agua, señaló
Bentham, puede y tiene valor económico, pero los diamantes poseen valor cuando
se usan como fundamento de su valor económico. Siguiendo con ello, Bentham se
acerca a la refutación marginalista de la paradoja del valor:
La razón por la cual el agua no tiene ningún valor en
cuanto al intercambio es que tampoco tiene valor en cuanto al uso. Si la
cantidad que se requiere está al alcance, el excedente no tiene ninguna clase
de valor. Pasaría lo mismo en el caso del vino, del grano o de cualquier otra
cosa. El agua, provista por la naturaleza sin esfuerzo humano, plausiblemente
se encontrará en tal abundancia que se volverá superflua; pero hay muchas
circunstancias en las cuales tiene un valor de cambio superior al del vino.
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