Por Nico
Perrino
Aquellos
que pasamos nuestros años de juventud viviendo en el más frío de los 50 estados
recordamos con cariño aquellas tardes que pasábamos jugando después de que una
nueva capa de nieve cubriera el suelo. Cogíamos la chaqueta y los guantes,
salíamos corriendo de nuestras casas y nos reuníamos en el terreno que
tuviéramos más cerca (quizás el patio trasero) y disfrutábamos del paisaje
invernal que se nos presentaba sólo esporádicamente durante aquellos fríos
meses.
Guerras
de nieve, hombres de nieve, y construir iglús eran algunas de las actividades
en las que todos participábamos, ignorando alegremente el peligro de
congelación con tal de rescatar un minuto más fuera.
Pero, de
todas esas, había una actividad que destacaba para un buen número de nosotros.
Era el
juego más sencillo, pero uno de los más divertidos. Cuando había suficiente
nieve en el suelo, todos en el barrio o en la escuela competían por hacer la
bola de nieve más grande.
Como con
todo, al principio era pequeña; un niño amontonaba un puñado de nieve y lo
hacía rodar por el suelo añadiendo cada vez más cantidad. Pasaban unos minutos
y la bola le acababa llegando por las rodillas – unos cuantos más y le llegaba
por la cintura.
Con el
tiempo, la bola, dado que había suficiente tiempo y nieve, se hacía demasiado
grande para un solo niño, así que llamaba a un amigo y la empujaban hasta que
se hacía demasiado grande para seguir empujando. Llamaban a otro amigo, y a
otro, y a otro, hasta que, tras un tiempo, había de cinco a diez personas
intentando empujar la bola de nieve, que ya se alzaba por encima de sus
cabezas.
Aun así,
el juego siempre terminaba de la misma forma. Siempre terminaba cuando la bola
de nieve, sin importar cuánta gente hubiera, no podía seguir siendo empujada.
Permanecía siempre en el mismo sitio, semana tras semana, quizás mes tras mes,
hasta que llegaban días más cálidos que la derretían. Era siempre el último
resto del invierno en desaparecer.
En cierto
modo, la política exterior de los Estados Unidos se parece a ese juego de las
bolas de nieve.
Al
principio era pequeña y no tenía pretensiones, como el primer puñado de nieve.
Los más sagaces de nuestros Padres Fundadores defendieron una política exterior
humilde: «Paz, comercio, y honesta amistad con todas las naciones» – dijo
Jefferson, «alianzas comprometedoras con ninguna». Y así fue durante alrededor
de un siglo.
Pero con
los albores del siglo XX, y la Revolución Industrial en pleno auge, las cosas
comenzaron a cambiar.
La bola
de nieve comenzó su primer ciclo en 1899 cuando, el 4 de febrero de aquel año,
los Estados Unidos comenzaron una guerra contra Filipinas. Dos días después el
Senado votó por la anexión del país, a pesar de la oposición de los isleños. El
país no le sería devuelto a su pueblo hasta 1934.
No
pasaron ni 20 años cuando, en 1917, Estados Unidos decidió entrar en la Primera
Guerra Mundial, renunciando al llamamiento de Jefferson de evitar alianzas
comprometedoras y, como resultado, perdió aproximadamente 116 mil hombres y
millones de dólares en la guerra.[1]
La bola
de nieve siguió rodando con la Segunda Guerra Mundial, quizás la única guerra
justa del siglo, pero, como resultado, nuestro papel en los asuntos
internacionales cambió espectacularmente y en 1949 se creó la OTAN. La OTAN fue
la mayor alianza comprometedora – que aseguraba para siempre nuestro asiento en
la mesa de cualquier guerra futura, justa o no.
El resto,
como se dice, es historia. La bola de nieve ha estado rodando a toda velocidad
desde entonces, creando un imperio que es tanto abarcador como omnipresente.
Corea, la
Unión Soviética, Vietnam, Irán, Irak, Pakistán, Somalia, Bosnia, Kosovo, otra
vez Irak, y Afganistán: Estados Unidos ha tenido personal militar en todos
estos países (o se ha comprometido con ellos) en algún momento de los últimos
50 años, y hoy es responsable de más de 600 bases militares en 40 países de
todo el mundo.[2]
Como
afirma el Departamento de Defensa, «El ejército de los Estados Unidos está desplegado
actualmente en más países que nunca en toda su historia ». [3]
La bola
de nieve, que comenzó siendo un copo, ha alcanzado ahora la categoría de
Leviatán y marcha cuesta abajo haciéndose cada vez más grande con cada
revolución. El imperio de los Estados Unidos alcanza ahora todos los países del
mundo, directa o indirectamente.
Pero
tarde o temprano la cuesta va a nivelarse y la bola de nieve va a rodar cada
vez más lento. Cuando eso ocurra, sin embargo, la bola será tan grande que el
mecanismo que la ha sostenido durante el siglo pasado ya no será capaz de
empujar y, como resultado, permanecerá estancada hasta que se derrita con el
tiempo.
Estados
Unidos ha tenido suerte. Durante la última década más o menos China ha jugado
el papel del «tío cachas» del barrio, ayudándonos a seguir impulsando la bola
de nieve a través de préstamos y deuda cuando ya no lo podíamos hacer nosotros
mismos.
Actualmente
China es el mayor poseedor de bonos del Tesoro de los EEUU en todo el mundo,
constituyendo el 25% de todos los acreedores extranjeros, alrededor de 1,15
billones de dólares.[4] Si China no nos prestase dinero, nuestra
política exterior no podría existir.
Cuando
frene la bola, se deberá en gran parte a la incapacidad de EEUU para
permitírselo.
En el
momento en que se escribe este artículo, la deuda de EEUU asciende a 15,2
billones de dólares. Es casi 48.000 dólares de deuda por cada hombre, mujer y niño
que tenga la nacionalidad estadounidense, sea cual sea su edad.[5] Un
bebé nace con 48.000 dólares antes de que respire siquiera por primera vez, y
esta cifra no tiene en cuenta el interés de esa deuda, que es mucho, mucho
mayor.
En total,
la petición presupuestaria del presidente sólo para 2012 es aproximadamente de
3.729 billones de dólares – 1,1 billones más que el total de ingresos para el
mismo año fiscal.[6]
Y de esos
3.729 billones de dólares, 553 mil millones están destinados a gasto en defensa
– un aumento de 20 mil millones respecto a 2010 y 150 mil millones más de lo
que se gastó durante el auge de la Guerra Fría en dólares ajustados a la
inflación de 2012. [7]
Pero uno
puede preguntarse: ¿Qué significan todas estas cifras?
Significan
que:
1. No
tenemos dinero y por tanto dependemos de impuestos adicionales, préstamos e
impresión de dinero para financiar y dirigir nuestro país, y
2.
Estamos gastando mucho dinero que no tenemos en el ejército
Las
respuestas comunes a estas dos interpretaciones son a menudo, por desgracia,
las mismas: que estamos metidos en una guerra y terminando otra en el
extranjero, y el mundo se está convirtiendo en un lugar cada vez más peligroso
y necesitamos una expansión del gasto en defensa (o guerra).
Menos
mal, sin embargo, que esto no es cierto. Si uno suma todo el gasto militar del
mundo, Estados Unidos constituye el 48% del mismo. ¿Quién nos sigue en gasto?
Nuestros aliados de la OTAN con el 20%. Después de la OTAN, quien más gasta es
China, cuyo gasto quintuplicamos, con el 8%. [8]
Y en el
caso de Irán, a quien los tambores de guerra le suenan cada vez más fuerte, su
presupuesto militar anual – 7 o 12 mil millones de dólares, dependiendo de a
quien se consulte – equivale al 2% de nuestro presupuesto militar anual. Y si
aumentaran su gasto militar un 127%, como algunos están anunciando, todavía los
dejaría al 4% [9]
Hablando
en plata, Estados Unidos tiene algunos ciudadanos que ganan más dinero del que
algunos países se gastan en defensa. No importa cómo se mire, Estados Unidos
simplemente gasta demasiado dinero en el ejército como para que haya una
amenaza física imaginable hacia nuestro país, a pesar de que los políticos
sugieran lo contrario.
Pero solo
porque gastemos mucho dinero en el ejército y no haya una justificada amenaza
exterior contra nuestro país no significa que nos encontremos estables y
seguros. De hecho, el propio gasto que empleamos en nuestra seguridad bien
puede significar la mayor amenaza para nuestra nación.
Con tanto
gasto en guerras y en el imperio, Estados Unidos está al borde de sufrir un
colapso económico similar al que sufrió Grecia en la primavera de 2010 y que
continúa sufriendo como resultado de un endeudamiento excesivo en el terreno
social.
Si no,
escuchen a Alan Greenspan, el maestro en ignorar la deuda, cuando en junio de
2010 dijo en un artículo del Wall Street
Journal que «Estados Unidos, y la mayoría del resto del mundo desarrollado,
necesita un cambio tectónico en su política fiscal. Un cambio gradual no será
suficiente». Y también su sucesor como Presidente de la Reserva Federal, Ben
Bernanke, que dijo en una audiencia del Comité Presupuestario de la Cámara de
Representantes en junio de 2010 que «El presupuesto federal parece hallarse en
un camino insostenible».
Estas
palabras vienen de los hombres que dirigen nuestra economía y dictan nuestra
política monetaria, y sus palabras son muy claras: Si Estados Unidos no empieza
a reducir el gasto y replantearse el camino que ha elegido, (préstamos sin
límites e impresión de dinero) bien puede sufrir el colapso económico que
supuso la destrucción de casi todos los demás imperios en su tiempo, incluyendo
Roma y la Unión Soviética.
Todos los
grandes imperios acaban por dos razones: la sobreexpansión y el colapso económico
(normalmente entrelazados). Muy pocas veces acaba un imperio por razones
externas, y ¿por qué deberíamos considerar a EEUU una excepción? Como sostiene
Niall Furguson, de Harvard, «el colapso de un imperio puede ser mucho más
repentino de lo que muchos historiadores pueden imaginar. Una combinación de
déficits fiscales y un ejército que no da más de sí sugiere que Estados Unidos
puede ser el siguiente imperio en el precipicio».
Si hay
algún lugar de nuestro presupuesto donde podemos provocar un impacto inmediato
en el déficit, es en el gasto en defensa, ya que, cuando se trata del ejército,
nuestro gobierno no muestra ninguna restricción fiscal. Gasta más de un millón
de dólares por soldado y por año en Afganistán, mientras que el enemigo, que ha
mantenido la guerra durante 11 años (la más larga de nuestra nación), gasta
mucho menos. [10]
(El
gobierno) está gastando aproximadamente 106 millones de dólares en un sistema
de misiles de defensa – para Europa; distribuye 40.000 soldados para defender
la frontera – de Corea del Sur. [11]
Y como
comentario aparte, aunque de relevancia, se estimó que la guerra de Irak en
2003 le costaría a EEUU de 50 a 60 mil millones de dólares, sin embargo, para
2008 la guerra ya había costado 12 veces esa cantidad. [12] Son aproximadamente 600 mil millones – eso
sin mencionar el coste en vidas. Fue un
craso error de cálculo y un perfecto ejemplo de la falta de restricción fiscal
en el gasto militar.
Nos guste
o no, la gigante bola de nieve que es nuestra política exterior está dejando de
rodar después de décadas de expansión. China, el tío cachas del barrio, no
podrá seguir haciéndola rodar por mucho tiempo, y todo lo que ese país tiene
que hacer para destruir nuestra moneda y nuestro país es pedir que le
devolvamos la deuda.
La
cuestión ya no es de demócratas contra republicanos, progresistas contra
conservadores, o pobres contra ricos. No importa vuestra postura respecto a la
guerra o los presupuestos de defensa, debemos escuchar a aquellos que, como
Bernanke, afirman que el gasto debe parar y que se ha de eliminar la deuda.
Para
hacer esto, nuestro intervencionismo y construcción de naciones por todo el
mundo debe terminar también; es la mayor amenaza para nuestra seguridad
nacional. Si continuamos financiando un imperio que no podemos permitirnos,
haremos vulnerable a nuestra economía y nuestra riqueza dependerá de otras
naciones.
Si
Estados Unidos desea seguir siendo un actor en la escena mundial, debemos
adoptar una política exterior más humilde y asequible de acuerdo con los
consejos de Jefferson. Recordad que fue también Jefferson quien dijo «La paz es
nuestro interés más importante, así como recuperarnos de la deuda»: dos
intereses que, como país, al desempeñar nuestra política exterior, hemos
ignorado tontamente.
Mientras
el invierno se desvanece y el sol se eleva en el cielo, la luz del día se está
echando encima de la defectuosa política exterior de EEUU. La bola de nieve del
imperio finalmente se está parando con un frenazo sonoro y pronto ningún actor
internacional podrá seguir empujándola.
Incluso
aquellos que se mantuvieron en la ignorancia durante muchos años están
empezando a reconocer la verdad. ¿Será capaz EEUU de resistir el calor del
verano o caminará ignorante a duras penas como si el invierno nunca acabara?
Nadie lo sabe con seguridad.
Sólo el
tiempo nos dirá si EEUU se mantendrá durante el verano o el otoño únicamente
para levantarse en diferente lugar y con diferente forma el próximo invierno.
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