11 marzo, 2012

La impostura del populismo

por Oscar Ortiz Antelo

Oscar Ortiz Antelo es Expresidente del Senado de Bolivia.
La tragedia ocasionada por el choque de un tren en la estación de Once, con el saldo de 51 muertos y más de 700 heridos, ha provocado una honda indignación en la hermana República Argentina y un amplio debate sobre la responsabilidad del gobierno de esa nación por la permisividad frente a la empresa concesionaria, propiedad de empresarios afines al oficialismo, que reciben generosos subsidios estatales para la operación de un servicio público en el cual no invierten desde hace varios años frente al silencio cómplice de las autoridades.

Esta responsabilidad es aún mayor porque la Auditoría General de la Nación había advertido en informes presentados en años anteriores que la falta de mantenimiento en la red ferroviaria y en máquinas y vagones significaba un grave riesgo para los usuarios por crear las condiciones para que se sucedan graves accidentes, como el que acaba de sufrir. Las autoridades no solo no tomaron medidas preventivas, sino que siguieron transfiriendo los subsidios sin control. Peor aún, la reacción después del accidente ha sido notoriamente insensible y, en cierta medida, protectora de los concesionarios. Una gran diferencia de cómo el gobierno trata a otras empresas que considera opositoras a su proyecto de poder, como los reconocidos periódicos La Nación y Clarín.

Esta tragedia nos muestra la constante y vergonzosa realidad del populismo. Sube en nombre de los pobres, pero rápidamente degenera y solo sirve a los intereses de poder y dinero de sus propios militantes. La corrupción empobrece aún más a quienes esperanzados los llevaron al poder y enriquece a políticos y falsos empresarios, que rápidamente se favorecen con negocios vinculados al Estado. Surgen nuevas empresas y supuestos exitosos y prósperos hombres de negocios. En realidad, es el drama permanente de la principal causa de la pobreza latinoamericana, la perversión de la política y la destrucción de la economía basada en la competencia y en la eficiencia.

También es la muestra de las consecuencias que sufren las sociedades gobernadas por autoridades que abandonan la gestión pública para simplemente dedicarse a concentrar el poder y beneficiarse del mismo. El horizonte deja de ser el bienestar social o la prosperidad ciudadana y se confunde con el interés y la ambición del gobernante y su entorno.

El populismo no tiene ideologías. No es socialismo ni capitalismo. No es de izquierda ni de derecha. No es solidario ni sirve a los más necesitados. Solo los utiliza y manipula para perpetuarse en el poder. Pierde la sensibilidad más elemental frente a los problemas diarios que enfrenta el ciudadano común. Sin embargo, es una realidad que vuelve una y otra vez por la incapacidad de quienes creemos en la libertad y la democracia de construir sociedades con instituciones que ofrezcan oportunidades, respeto y prosperidad a todos sus miembros. Esa es la principal lección que debemos obtener si queremos superar el círculo vicioso de corrupción e inseguridad que nos aleja del desarrollo

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