por Gabriela Calderón de Burgos
Gabriela Calderón es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador).
Guayaquil, Ecuador— La semana pasada el vicecanciller uruguayo
Roberto Conde aseveró que “Todos sabemos que en el Mercosur vivimos en
una tensión permanente entre la norma y la realidad”.1
Por ejemplo, luego de que Argentina y Brasil declararon este mes que se
elevaría temporalmente el Arancel Externo Común (AEC), medida que
Uruguay considera perjudicial, Uruguay pidió a cambio simplemente que se
respete el libre comercio regional, es decir, el primer artículo del
tratado que constituyó Mercosur. ¿Qué respondió Argentina? Que no se
podía comprometer a eso.2
Mientras tanto el Ministro de Finanzas de Brasil, Guido Mantega,
declaraba que era necesario lograr “una mayor unión” para defenderse de
“esas invasiones de productos que vienen de afuera”.3
Pero consideremos el último brote de proteccionismo en Argentina. En
2011 Argentina introdujo las “Licencias No Automáticas” para la
importación de alrededor de 600 productos y el requisito de que solo se
puede importar el equivalente a lo que se exporta. Esto ha resultado en
que, por ejemplo, las empresas en Argentina que pretenden importar autos
o partes de autos de Brasil, tengan que montar oficinas de trading para
exportar lo que sea (garbanzos o miel, etc.) con tal de obtener el
crédito necesario.4
En cuanto a la liberalización comercial hacia el resto del mundo,
Mercosur obliga a sus miembros a tener un Arancel Común Externo (AEC)
que en muchos casos supera el arancel aplicado de sus potenciales
miembros. Bernardo Acosta señala que el AEC encarecería el costo de las
materias primas que importan los productores ecuatorianos: “el 91% de
las materias primas que tienen arancel del 0% en Ecuador está grabado
con aranceles que van del 2 al 26% en el Mercosur”.5
Por esta razón países como Chile y Perú han decidido permanecer como
observadores. Aún sin ser un miembro completo, 98% del comercio entre
Chile y el Mercosur ya está libre de aranceles.6
Lo inteligente es abrirse no solo al comercio regional sino también
al comercio con el resto del mundo. Esto es de particular relevancia
para Ecuador ya que nuestros principales socios comerciales no están en
Mercosur. Tal vez nos convendría asociarnos con países que ya han
demostrado su compromiso con la apertura comercial, como nuestros
vecinos en la costa del Pacífico. Este año se firmó el Acuerdo del
Pacífico entre Colombia, Perú (dos de nuestros principales socios
comerciales), Chile y México. Cada uno de estos países ya tiene firmado
un tratado de libre comercio con nuestros otros dos principales socios
comerciales: EE.UU. y la Unión Europea.
Pero a veces se trata de darle un saludo a la bandera del gobierno de
turno y no de mejorar las oportunidades de comercio para los
ecuatorianos. Andrés Malamud de la Universidad de Lisboa dice de
Mercosur: “un proyecto de integración que inicialmente se trataba acerca
del comercio, las aduanas y el mercado insospechadamente se ha
convertido en un símbolo del activismo político de izquierda y de las
ideologías de liberación nacional”.7
Esta parece ser la única explicación detrás del interés del gobierno
ecuatoriano de convertirse en un miembro pleno de Mercosur: un costoso
saludo a la bandera que nos someterá a la política comercial
proteccionista de Argentina y Brasil.
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