05 marzo, 2012

La suerte de Romney

ESTADOS UNIDOS

Por Charles Krauthammer

Está siendo movidita, pero el eje central de la campaña republicana sigue siendo el mismo: por un lado, Romney; por el otro, todos los demás, que parecen productos perecederos.
Cinco llegaron y desaparecieron –si contamos la protocandidatura de Donald Trump–. En cuanto al sexto y más plausible presidenciable, acaba de tener su momento... y de perder la batalla.
No merece la pena decir que Santorum ha obtenido en Michigan casi los mismos delegados que Romney. Ha perdido el estado, que es lo que cuenta.


¿No anunció una gran victoria Santorum hace apenas tres semanas, cuando contra todo pronóstico ganó en Missouri, Minnesota y Colorado, pese a que no se eligió representante alguno para la Convención Republicana? Lo anunció, sí, con toda la razón. Recuento de delegados al margen, cosechó una gran victoria. Esos tres triunfos lo lanzaron a la primera línea de la batalla y le dieron una ventaja de dos dígitos sobre Romney en su propio feudo, Michigan. Y resulta que ahora ha perdido ahí.
En lugar de potenciar su tirón entre los obreros y los demócratas de Reagan, Santorum volvió a cultivar su austero conservadurismo social. En lugar de ponerse "en manos del abuelo", en rendir tributo a su abuelo minero e inmigrante como representante de la América que promete recuperar, insistió en enredarse en batallas propias de la guerra cultural: Kennedy, la Universidad y la anticoncepción.
Así, dijo que el discurso que dio JFK en Houston en 1960 sobre la separación Iglesia-Estado le hacía "vomitar". Con independencia de las virtudes que pueda tener su visión expansiva de la religión, la manera insultante de referirse a Kennedy –que, viviendo como vivió en una época de abierta hostilidad hacia lo católico, comprensiblemente ofreció una visión más atenuada de la presencia de la religión en la plaza pública– fue intemperante, fuera de tono, totalmente innecesaria.
Lo mismo puede decirse de la burla que hizo del deseo del presidente Obama de abrir la Universidad a todo el mundo. Santorum vio ahí esnobismo y afán adoctrinador en la fe progresista. Desde luego, tiene razón cuando alude al desequilibrio ideológico que se da en la educación superior y a la dignidad del trabajo manual. Pero resulta abracadabrante que lo haga despreciando la mejor baza para la movilidad social, baza que millones de padres desean ardorosamente esté al alcance de sus hijos.
En cuanto a los anticonceptivos, cuanto menos se hable de ellos, mejor; lección ésta que Santorum se niega a aprender. Este asunto está cerrado. El país no tiene ninguna gana de que los políticos anden lanzándole admoniciones sobre libertinaje y sobre la diferencia entre placer y procreación.
La suma de todos estos errores no forzados ha sido su batacazo en Michigan. La ventaja que obtuvo al ganar en Missouri, Minnesota y Colorado se ha hecho humo. Santorum ha perdido una batalla que habría hecho pedazos la candidatura de Romney.
Santorum sabe qué ha pasado. Ya se ha arrepentido de su comentario sobre Kennedy. En cuanto a sus extrañas palabras sobre las mujeres de su familia en la noche electoral de Michigan, fueron un intento nada sutil de tratar de renovar su imagen en lo tocante a las relaciones entre hombre y mujer.
Demasiado tarde. Entre el electorado masculino, la elección de Michigan quedó en tablas. Pero entre las mujeres Santorum perdió por cinco puntos.
Las cuestiones sociales son las que más motivan a Santorum, pero en 2012 no son las que movilizan al electorado. En Michigan, entre quienes consideran el aborto la cuestión importante Santorum obtuvo un extraordinario 64% de apoyos; pero apenas suponen el 14% del electorado. Al 69% le interesaba sobre todo la economía o el déficit; Romney ganó entre ellos por 17 puntos.
Y, por supuesto, ganó en el cómputo global. Pero sólo por tres puntos, resultado muy pobre si se tiene en cuenta que se trata de su estado natal, donde su padre el exgobernador es toda una leyenda y en la que gastó el doble que Santorum.
El resultado no debió ser tan ajustado. Romney ganó por defecto. Santorum lo tenía a tiro y falló, así de simple.
Sea como fuere, esto aún no ha terminado. El Supermartes podría dar la vuelta a la tortilla. Pero, una vez más, cuando el humo se disipa, Romney sigue ahí; avanza, con paso seguro, sin dar el espectáculo. En esta carrera es sin lugar a dudas la tortuga, anodina y metódica, con una rigidez casi –casi– entrañable. En definitiva: se trata del menos débil de entre un muy débil elenco de aspirantes.
Al pesimismo republicano corresponde la creciente confianza entre los demócratas. Pero aún queda mucho por delante. Sí, teniendo en cuenta el estado de ánimo general y la situación económica, los republicanos deberían ir muy por delante. Han desperdiciado una ventaja significativa. Pero el resultado sigue en el alero.
Romney sigue en cabeza entre los republicanos. Su discurso en la noche electoral de Michigan fue agudo, desenfadado, estuvo muy bien. Ahora lo que tiene que hacer es 1) morderse la lengua en cuanto sienta la tentación de hacer comentarios ingeniosos relacionados con el dinero o los coches (sobre todo si son Cadillac), 2) preguntar a George Bush padre cómo se comen las cortezas de cerdo y 3) rezar para tener todavía más suerte, la cualidad que más valoraba Napoleón en sus generales.

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