Reuters
Un local de Wal-Mart en Ciudad de México.
Una cosa que Carstens no mencionó —ya
que es un hábil diplomático y consciente del alto costo de la inflación
en los hogares mexicanos— es que México ha evitado acumular enormes
déficits fiscales en los últimos años, a pesar de la presión del Tesoro
de Estados Unidos por gastos de estímulo en los países del G-20. México
ha pasado por eso. Cuando el gobierno se comporta salvajemente, los
mercados se preocupan de que la deuda sea monetizada por el banco
central. El presidente mexicano, Felipe Calderón, del Partido Acción
Nacional (PAN), se resistió sabiamente.
Fue tanto una decisión política como económica. En un libro
recientemente publicado, "Clasemediero. Pobre no más, desarrollado aún
no", el economista mexicano Luis de la Calle y el politólogo mexicano
Luis Rubio describen una nación en la que muchos políticos todavía
consideran el electorado como pobre y rural pero los patrones de consumo
revelan una tendencia hacia la urbanización y la movilidad ascendente. A
juzgar por los ingresos de las familias, pero también por cosas como el
alquiler de y la propiedad de viviendas, las compras de
electrodomésticos, el acceso a Internet y las salidas al cine,
argumentan que hoy la población de clase media es la mayoría en México.
Esto ha ocurrido, afirman los autores, mediante la combinación de
ingresos de varios miembros de la familia (incluyendo las remesas del
exterior) en lugar de por un aumento de los ingresos de un individuo o
una pareja. En otras palabras, México no ha conseguido aumentos de
salarios generalmente asociados con una clase media en ascenso.
Entonces, ¿cuál es la diferencia? Por un lado, el Tratado de Libre
Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA) ha supuesto una apertura
del sector minorista, dando a los mexicanos acceso a productos de
calidad a precios competitivos. En segundo lugar, los ingresos
familiares ya no están siendo destruidos por sucesivas devaluaciones y
ataques de inflación provocados por crisis fiscales.
Los beneficios de esta disciplina fiscal y monetaria probablemente
tendrán importantes repercusiones para la estabilidad de América del
Norte, debido a que, como señalan De la Calle y Rubio, en México la
clase media ha sentido las consecuencias de crisis financieras más que
cualquier otro grupo social. Sostienen que no es casualidad que su
inclinación política tiende a ser conservadora y a rechazar cualquier
alternativa que pudiera desestabilizar su seguridad.
Carstens describe el proceso de "mantener controlada la inflación"
como un "acto de equilibrio", ya que el aumento de los costos
internacionales de las materias primas "genera una presión alcista" en
los precios, así como puede hacerlo la debilidad del peso. El banco,
afirma, ha intentado "mantener las tasas (de interés) lo más bajas
posibles dadas (estas limitaciones) con el fin de apoyar la economía en
la mayor medida posible". No ha sido fácil. La decisión del presidente
de la Reserva Federal de EE.UU., Ben Bernanke, de inundar el mundo con
dólares ha empujado los precios de los alimentos al alza, a la vez que
el miedo en todo el mundo —las hipotecas de alto riesgo y Europa—
invariablemente lleva a los inversionistas a huir de monedas como el
peso para meterse en dólares.
A Carstens le gusta el régimen de tipo de cambio "flexible" —en vigor
desde 1995— y le atribuye que le permitiera a México adaptarse a los
shocks más allá de su control y mantener al mismo tiempo la estabilidad.
Pero por supuesto, hay muchos ejemplos de regímenes cambiarios
flexibles que generan inflación. El verdadero secreto del éxito de
México en cuanto a la inflación, a pesar de la turbulencia financiera
global, es un compromiso institucional con la disciplina fiscal y la
transparencia.
El banco central ahora puede presumir, como me dijo Carstens, que
"adhiere a todas las mejores prácticas", incluida la publicación de las
minutas del banco central con dos semanas de retraso. Pero también ha
recibido ayuda del Tesoro mexicano. México tiene ahora un déficit fiscal
de poco más de 2%, lo que lo convierte en uno de los miembros de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico con mayor
disciplina fiscal. La capacidad de México para vender bonos a largo
plazo es un testimonio de la mayor confianza de los inversionistas.
Aún queda mucho por hacer. Los políticos han rechazado los intentos
de cambiar a una elaboración del presupuesto contracíclica, lo que
implicaría ahorrar para los malos tiempos parte de los ingresos del auge
petrolero generados por la política de dinero fácil de Bernanke. La
forma en que el Tesoro se desempeñaría bajo futuros gobiernos de México
está lejos de ser clara. Lo que es más seguro es que la creciente clase
media no verá con buenos ojos al partido o el político que se meta con
sus ganancias duramente conseguidas.
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