Por David Howden y Brenna Sanae Kajikawa.
Al oír hablar a algunos
comentaristas, uno pensaría que los males del déficit comercial de Estados
Unidos se eliminarían milagrosamente con una rápida devaluación. Un billete
verde altamente valorado hace que las importaciones sean “demasiado baratas” e
incentiva a los estadounidenses a comprar a sus competidores en el exterior. El
corolario es que el caro dólar está haciendo poco atractivos en el exterior a
los exportadores estadounidenses. El resultado es el déficit comercial, por el
que los estadounidenses compran más importaciones de lo que exportan cada año,
un fenómeno que parece haber empeorado
especialmente desde principios de la década de 1970.
Aún así, merece la pena comentar
dos efectos de la relación estándar entre una moneda débil y la salud de la
economía de un país. Primero, ¿es cierto que un tipo de cambio debilitado haga
más baratas las exportaciones? Segundo, ¿hay efectos secundarios dañinos al
seguir esa política de moneda débil? Ocupémonos de ambos puntos por turnos,
utilizando a Japón y el yen como ejemplo.
Una moneda fuerte se ve
habitualmente como un
arma de doble filo. Aunque a la mayoría de la gente le gusta mirar su saldo
bancario y ver montones de dinero, solo lo hacen si el dinero significa algo.
Las monedas fuertes permiten a los tenedores de dinero disfrutar de más bienes
importados: los viajes al extranjero o los aparatos electrónicos exóticos se
hacen más asequibles. La cruz es que a los productores de estos bienes (los
extranjeros con la moneda que se fortalece relativamente) se les ve normalmente
como teniendo una desventaja en los costes
Algunas
evidencias anecdóticas de Japón en los últimos más de 20 años cuestionan este
razonamiento.
El pasado
octubre, el yen llegó al mínimo histórico de cerca de 75 yenes por dólar. Como
una moneda fuerte requiere menos unidades para comprar otra divisa, cuanto
menor sea el valor, más fuerte será la moneda. Esto suponía una apreciación del
55% respecto de la pasada década y una apreciación de más del 75% respecto de los
últimos 40 años. Aún así, a lo largo de este periodo el mercado exportador
japonés permaneció notablemente resistente. Desde 2000, la economía japonesa se
las ha arreglado para mantener de media una balanza comercial positiva, en
torno al 6% del PIB, incluso con esta moneda fuerte.
Comparemos
esto con el historial de Estados Unidos, que no se ha sobrepasado en dos
aspectos. Primero, el dólar se ha ido rebajando constantemente en los mercados
de divisas desde 2000. Segundo, la balanza comercial de Estados Unidos ha
mostrado como consecuencia pocas mejoras. Después de llegar a un mínimo de un
6% negativo del PIB en 2008, la balanza comercial ha mostrado mejoras
marginales, pero sigue estando muy dentro del lado negativo.
El tipo
de cambio solo resulta una parte del coste total que un extranjero debe pagar
para importar un bien. No menos importante es el coste real del bien en sus
propias unidades monetarias internas. Ludwig von Mises dedicó un capítulo
entero a este problema hace exactamente un siglo, esbozando la falacia
exacta de por qué una moneda que se deprecie no se traduce necesariamente en
una mayor fortaleza en las exportaciones.
Una forma
(la forma que defienden la mayoría de los expertos) de debilitar
la moneda propia es inflarla. Pero ese proceso tiene dos efectos. Uno es la
buscada depreciación del tipo de cambio. El otro, aún más importante, es un
aumento en la inflación nacional. ¿Qué diferencia supone para el importador de
nuestros bienes que el dólar esté ahora un 5% más barato, si la inflación
nacional estadounidense ha hecho más alto en un 5% el precio que paga en
dólares el importador? El efecto es nulo.
En este
aspecto, Japón proporciona un interesante caso de estudio. A pesar de décadas
de un yen fortaleciéndose, el nivel de precios locales ha permanecido
estancado. La deflación a erosionado recientemente el precio local de los
bienes en Japón. Por su parte, los extranjeros tienen que pagar un precio más
alto gracias a la apreciación del yen. Pero pagan ese precio más alto con menos
unidades monetarias a causa de la deflación. Sin daño, no hay falta, podríamos
decir.
Pero el
efecto va más allá. Los productores locales japoneses tienen acceso a mercados
importadores más baratos. Ubicado en una serie relativamente pequeña de islas
para una de las mayores economías del mundo, a Japón le faltan muchos de los
recursos naturales necesarios para ser una potencia mundial. Un yen fuerte
permite a estos productores acceso barato a recursos extranjeros, al tiempo que
mantienen sus precios de venta. Como consecuencia, sus beneficios son grandes.
También se benefician los consumidores. Muchos japoneses son viajeros
impenitentes, capaces de moverse por el mundo, seguros con su valioso yen. Los
consumidores japoneses pueden permitirse una alta calidad de vida (junto con
grandes fotos de vacaciones) gracias la fuerte posición que tienen en el mundo.
Esta posición se puede atribuir al yen.
Si
queremos una buena imagen del efecto neto de estas dos fuerzas, podemos dirigir
nuestra atención al tipo real de cmabio. Ajustado al cambio en el nivel de
precios de Japón frente al de Estados Unidos, la historia de la competitividad
japonesa se hace mucho más evidente.
Aunque el
tipo nominal se mantiene subiendo constantemente, el tipo real ha ido bajando
bastante constantemente durante más de 15 años. De hecho, en términos reales,
el yen está hoy tan barato como estaba en 1986. Solo un análisis superficial
centrado únicamente en el tipo nominal haría que alguien pensara que los
productores japoneses están en desventaja por esta razón.
Si los
políticos estadounidenses están hoy preocupados por que sin un dólar débil los
negocios estadounidenses fracasarán en una economía global, deberían aprender
de Japón. Una divisa cara no se traduce en bienes caros. De hecho, puede a
menudo significar todo lo contrario. Al aliviarse las presiones inflacionistas,
los precios ralentizan su ascenso, o en el caso de Japón, incluso declinan
algo. Al caer estos precios, hacen falta menos unidades monetarias para comprar
un bien. A pesar de que uno podría estar pagando algo más para comprar cada
yen, hacen falta menos.
Para
acabar con un punto lógico y aportar una reducción al absurdo, los políticos
estadounidenses deberían ponderar por qué no defienden una inflación desbocada.
Es verdad que si inflan suficientemente el dólar, indudablemente caerá su valor
en los mercados extranjeros de cambio. ¿Pero a qué coste? El estadounidense
medio se verá empobrecido y el extranjero medio probablemente vea pocos efectos
netos: la ganancia que obtengan en el mercado de divisas desaparecerá por el
aumento en los precios en el mercado interno estadounidense.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario