Las noticias de la muerte de Murdoch son exageradas
La noticia de que James Murdoch acaba de renunciar
a la Presidencia de News International, la división de diarios
británicos de su padre, Rupert Murdoch, a raíz del incesante escándalo
por las prácticas delictuosas ha vuelto a suscitar la pregunta: ¿es éste
el comienzo del fin del imperio de Murdoch?
La respuesta es no.
La caída de James, que había reemplazado
a su hermano Lachlan como delfín, es muchas cosas: dolorosa y costosa
para el magnate de la prensa conservadora; sabrosísima para sus
enemigos; emblemática de lo que ocurre cuando se tiene demasiado poder, y
una decepción para la derecha anglosajona que, a ambos lados del
charco, depende de los medios del grupo para contrarrestar a la mayoría,
que tiran a la izquierda. Pero no es el fin del imperio ni mucho menos.
Para que la caída de James, a quien
ahora Rupert ha trasladado a Estados Unidos, supusiera el fin del
imperio, tendría que haber posibilidades razonables de que la verdadera
base de poder del empresario de origen australiano corriera peligro. Es
decir: tendría que existir riesgo directo para Fox tanto en señal
abierta como en el cable. ¿Existe alguna posibilidad de que una eventual
investigación del Departamento de Justicia norteamericano desemboque en
la decisión de la Federal Communications Commission
de revocarle a Murdoch las licencias? No hay hasta ahora indicios de
que los medios de Murdoch en Estados Unidos, independientemente de lo
controversiales que son, han cometido ilícitos comparables a los del
Reino Unido.
La importancia social y política de Fox,
por lo demás, reduce casi a la insignificancia la posibilidad de que
los escándalos del Reino Unido mellen la posición del conglomerado de
Murdoch en Estados Unidos. Aunque tradicionalmente el periodismo
norteamericano había sido de derechas (William Randolph Hearst llegó a
inspirar la célebre película de Orson Welles), a partir de los años 60´
los medios de la costa Este reflejaron el cambio ideológico de parte de
la élite norteamericana, que se movió hacia la izquierda. Cuando sucedió
la revolución ideológica de Reagan, el sector conservador siguió
careciendo de un aparato mediático.
Hasta que llegó Murdoch. Y todo cambió.
Razones políticas, sociológicas y hasta históricas hacen casi
imprescindible hoy a Murdoch, australiano naturalizado estadounidense,
para la derecha norteamericana. El Departamento de Justicia tendría que
encontrar algo casi inimaginablemente gordo para que las defensas de
Murdoch se debilitaran al punto de que su imperio corriese peligro.
¿Y qué pasa en términos de negocio? Toda
el área editorial, incluyendo sus diarios en Estados Unidos, el Reino
Unido y Australia, no suma sino la cuarta parte de los ingresos del
conglomerado. Y hasta ahora sus diarios en Estados Unidos y Australia no
se han visto afectados. A pesar de la crisis, desde 2007 hasta ahora
las ventas de todo el grupo han subido un 16 por ciento, que en un
contexto de semi depresión como el reinante no está mal.
Es cierto: hubo períodos en que las
acciones de News Corp. bajaron, pero se recuperaron, en parte porque el
dinero en efectivo que hay en la tesorería (todavía quedan más de 12 mil
millones de dólares) fue empleado por el grupo en la recompra de parte de sus propias acciones a fin de apuntalarlas, como es común en el mundo empresarial.
Por último, aunque es cierto que algunos
inversores han intentado sacar a Murdoch de la jefatura del consejo de
administración y de la parte ejecutiva, su dominio accionario lo hace
inamovible. Él y su familia controlan 38 por ciento de las acciones de
forma directa, pero el porcentaje real es superior teniendo en cuenta a
accionistas que responden a él.
Mientras News Corp. no se hunda
financieramente, Murdoch sabe que lo del Reino Unido es lo que Harold
Macmillan llamaba “una pequeña dificultad local”.
El golpe que ha recibido Murdoch es muy
duro y merecido por no haber actuado cuando –hace ya cinco años de esto-
empezó a haber los primeros indicios de que algo se pudría en
Dinamarca. Pero no lo tumbará. Incluso en el Reino Unido su prestigio
sobrevivirá. Le reconocen, desde la derecha (aunque ahora sólo en
susurros), haber creado unos medios determinantes para la regeneración
económica de los años 80´ y 90´, y haber 'liberado' a la prensa en
general cuando derrotó a los sindicatos al trasladar su imprenta a la
zona de Wapping en 1986. Esa movida polémica acabó con el tradicional
bastión sindical de Fleet Street, donde antes funcionaban los diarios
ingleses, a los que se impedía reemplazar el linotipo con la composición
electrónica y el sistema de impresión 'offset'.
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